Mataron a Moncho
Ahí estábamos , en la misma esquina de siempre aunque algo pasaba con los automóviles , algo pasaba con la gente, eran ya las nueve y media de la noche y aun en el centro de Cariari parecían ser las seis de la tarde, como si todos acabaran de salir de sus trabajos, lo extraño en sí, era que aquel sábado tenía un brillo, como un aura de ser una fiesta muy grande y pues, estando ahí, yo le veía las piernas y sus pecas, eran montones, pequeñitas, difuminadas por la espalda y sus hombros blancos, esa blusa dejaba ver sus pecas mientras yo ponía sonrisa de tonto cada vez que pensaba quitársela ahí mismo de un manotazo pero aun no era la hora y era muy temprano para pensar en camas, sabanas y esa sonrisa mala; la que ponía cuando estábamos solos.
No hacía calor aun estando oscuro el cielo y aunque de cuando en cuando se veía un relámpago perderse entre las nubes, no corría viento, era como si estuviese estático, como si el tiempo se hubiera detenido, nos veíamos las caras ella y yo como sintiendo la extraña noche; las cosas pasaban y hablábamos de los astros que eran capaces de cambiar horóscopos y de horóscopos que eran capaces de salir en los periódicos, las luces necias de algún coche se ceñían por ratos en su cabello que jugueteaba con cada movimiento y un abrazo y una mano perdida en el pantalón y un gritillo de complicidad; seguíamos ella y yo, los relámpagos a penas se veían; azul blanco, azul grisáceo y el techo de las construcciones cruzando la calle nos tiraban como un eco de los motores, voces y zapatos que pululaban frente a nosotros, casi encima de nosotros; cada cierto tiempo llegaba un autobús y dejaba su carga humana mientras nosotros fumábamos cigarrillos y tomábamos cerveza en esa acera. La acera, sus «pequitas» y una cerveza. Los ojos rojos, la cerveza y el escote de su blusa; sus ojos rojos.
Seguramente hay demonios en las cosas malas Ernesto…
¿Que son las cosas malas? -le pregunte-
Llegaron varios buses y me levante a comprar una cerveza mientras daba vuelta para observarla, para ver sus movimientos mientras me alejaba; para verla simplemente estar viva. Compre cuatro cigarrillos y hasta los ojos más rojos se nos pusieron mientras la gente y autos pasaban tratando de estorbarnos sin estorbar si quiera; sin ser notados. Y ella y yo seguíamos conversando de cómo se vería una “tenni” roja en un cubo de basura azul, de cuanta luz era necesaria para que fuera digno el zapato; a veces alguien se acercaba y hablaba un rato mientras continuábamos ahí, embelesados, observándonos, besándonos de cuando en cuando y ellos hablaban, la entretenían y a mí me gustaba solo escucharla refutar las cosas y hacer preguntas y averiguaciones necias como si yo me estuviera viendo en un espejo pero sin verme, sino más bien; observando lo que quería ver desde hacía tiempo.
-¡Un helado!- Nos comemos un helado con cerveza y seria increíble Ernesto ¿no crees?
Y cruzó la calle, el tiempo en que se detuvo a esperar que avanzaran los autos, al momento de cruzar la calle, observé sus medias negras hasta el muslo y esa particular forma de vestir que me dejaba asombrado y me encantaba, me volvía loco.
¿Qué son las cosas malas? –Me grito- Riéndose y corriendo al otro lado de la calle como una chiquilla que juguetea con todo lo que toca, con todo lo que hace.
Llega otro bus; los relámpagos se veían ya muy cerca pero aun esa sensación de que todo era estático y que el viento se había ido a otros lugares persistía.
A mi lado de nuevo, la sonrisa encantadora haciendo balance con sus ojos felinos, observaba su obra y reía mientras su lengua jugaba con el cucurucho del helado rosa que trae.
-¡de fresa con chocolate para ti! -¡de chocolate con fresa para mí! –me decía a viva voz-
Y yo, solo veía su boca hacer lo suyo.
Doce y media y dos cervezas más; los rayos encima de nosotros y truenos y carros y carros que pasaban, muchos carros que hacían colas y gente riendo y gente fuera del bar y yo y ella como en una burbuja, nos reíamos de las cosas de siempre, de la normalidad de las cosas,
-¿Qué va a ser un corcel de batalla? … dije
.-nada, nada de eso- me contestaba y le daba una calada a su cigarrillo al tiempo que escrutaba mi rostro como buscando un signo perdido.
Sonó un trueno y volví a ver mi contorno, todo vacío, ya no había carros; ella se acurruco en mi pecho. Una bicicleta a lo lejos y la garua que empezó con un viento callado; me dio un beso en el cuello y se quedó viendo la calle vacía, yo, veía la bici llegar y los serpenteantes relámpagos encima de nosotros.
¡Ernesto, Ernesto!
-Mataron a Moncho- ¡mae, mataron a Moncho!
La lluvia cayó sobre Cariari un par de horas después, todo estaba estático, parecía que nada tenía movimiento.
Dos puñaladas mataron a Moncho.
Ernesto Zad
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