Relato Corto
Categoría: Ciencia Ficción
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto,
y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.
El cartero pasaba siempre a las nueve de la mañana. Tan puntual como el maldito reloj de la cocina. Ni un solo día de retraso en tres años. Pero precisamente hoy la aguja grande estaba a punto de empezar a caer… y la bicicleta amarilla seguía sin aparecer. “¿Dónde se había metido?”
A las nueve y siete minutos el joven Flip, como le llamaban sus amigos, no paraba de tamborilear con los dedos sobre el grueso tablón de la mesa, que aún conservaba migas de pan de la cena del día anterior. A las nueve y ocho minutos la pierna derecha se unió a la fiesta.
Papá aún no se había levantado. Era mejor así. Seguramente volvería a tener la voz ronca, los ojos enrojecidos y ese dolor de cabeza que no había desaparecido desde que mamá se fue, al igual que el olor a cerveza caliente que inundaba la casa.
Las cosas no iban bien. El cartero siempre traía cartas del Banco con un sello rojo enorme estampado en el sobre. También de la compañía eléctrica… Sin embargo hacía mucho tiempo que no llegaban felicitaciones de Navidad, ni publicidad de bonitos televisores, ni… Flip empezó a pensar en aquellas fiestas que tanto adoraba mamá. Aunque ahora era como si jamás hubieran existido. ¿Acaso el tiempo se las había tragado para siempre? Claro que sí. Es precisamente lo que hacen los años; devoran cada instante y lo escupen en forma de tenue recuerdo, hasta que se disuelve en una neblina irreconocible de olores añejos. Tan solo las luces de los vecinos, que colgaban de los tejados en cuanto el calendario saltaba a Diciembre, le recordaban que quizá ahí fuera las cosas podían volver a ser hermosas otra vez, como cuando estaba mamá en casa y papá no había decidido pasar todo el tiempo con una lata de cerveza barata de la mano.
Ya ni tan siquiera abría las cartas. Las miraba como quién mira un insecto repugnante, las dejaba sobre la mesa y se abría otra cerveza, que siempre apoyaba sobre el montón de papel hasta que la espuma se fundía con la tinta.
Pero hoy iba a ser diferente. El cartero dejaría una entrega especial, quizá acompañada de más sobres con el mensaje URGENTE bien visible. Aunque esta vez no pensaba dejar que su padre los viera. ¿Para qué? Solo conseguiría que empeorar su humor, si eso era posible. Agarraría el paquete de la compañía de juegos “VIDAL MAX”, que era lo que realmente importaba, y tiraría el resto al contenedor de reciclaje de papel.
A las nueve y diez minutos Flip vio por la ventana pasar la figura fugaz de una bicicleta. Se levantó de un brinco estrellando la silla contra los muebles de la cocina, corrió hacia la puerta y abrió antes de que el dedo del trabajador de correos llegara a tocar el timbre.
- Buenos días chico.
- Buenos días señor.
- Creo que hoy tengo algo para ti.
- Sí, aquí está. Un paquete de la compañía de juegos “VIDAL MAX” para Florentino Pajuelo. ¿Eres tú, verdad?
- Claro, claro que soy yo— contestó Flip alargando la mano impaciente para agarrar, por fin, el preciado tesoro que contenía aquella caja envuelta en sobrio papel marrón.
- Firma aquí, chico, y ya es tuyo.
- ¿Estás bien, papá?— dijo Flip desde el otro lado de la puerta.
- ¡No, maldita sea. Claro que no estoy bien!
- Te prepararé algo para comer. Date una ducha, anda.
- Acércate primero a comprar tabaco. Creo que no me queda ni un jodido pitillo
- No te preocupes papá.
- Dos paquetes de Cámel, por favor
- Te he dicho muchas veces que no puedes venir tú a por el tabaco. Eres menor, maldita sea. Me voy a meter en un lío por culpa de ese puto borr… ¡ahhh, joder!
- De verdad que lo siento. No volverá a pasar. Pronto volverá mi madre y las cosas se arreglarán, ya verá usted.
- No, señor. No hay nadie más.
- ¡Jooooooooooooooder, que pasada! Esto funciona.
- ¿¡Qué diablos está pasando ahí dentro!?— gritó su padre desde el otro lado de la puerta.
- Nada papá. No pasa nada. Es que se ha descolgado una estantería.
- ¿Estás fumando?
- No papá, es una vela.
- Papáaaaaaaaaaaaaa. Papaáaaaaaaaaaaaaaa…
- Sube papáaaaaaaaaaaaaaaaaaaa. Quiero enseñarte algo.
- Jodido niño, ¿Qué diablos quieres?
- ¿Es que no vas a decirme nada, cariño?
- Flip, por favor. ¿Dime qué coño está pasando aquí.
- Ven aquí— dijo la hermosa mujer extendiendo las manos hacia el que había sido su marido.
- No puede ser. Esto es una puta mierda. ¡Tú estás muerta, joder! Tú estás muerta, maldita zorra!
- Ya no lo estoy, cariño. Ya no lo estoy y nunca más lo estaré. ¿No estás contento?
- ¿Crees que no puedo perdonarte? Ven aquí, por favor.
- Flip, ¿Qué es esto, que está pasado?— dijo el padre visiblemente confuso.
- Mira tras de ti papá.
Flip miraba con impaciencia la bolsa de cuero del cartero mientras que este rebuscaba entre el amasijo aparentemente desordenado de pequeños paquetes y sobres.
Los dedos de Flip seguían moviéndose en un baile silencioso y frenético, como si la mesa siguiera bajo ellos.
–
Había esperado más de un mes. No se lo podía creer. “Ahora las cosas irían mejor.” Mucho mejor…
Corrió escaleras arriba, hasta el dormitorio. Los ojos se le salían de las órbitas recordando los días felices, antes de que todo se fuera a la mierda, antes de que papá perdiera su primer empleo en la compañía de gas y tras meses en paro se hundiera en la más absoluta miseria, en una horrible espiral de autocompasión, plagada de alcohol, peleas en los bares, trabajos asquerosos en los que apenas aguantaba un par de semanas, y justo detrás vinieron los gritos, las peleas, y al final lo inevitable, los golpes, los chillos de mamá…Dios mío, los chillos de mamá…Pero Flip era fuerte. O al menos el nuevo Flip, que había sabido esperar hasta dilucidar la manera en que todo volviera a ser como antes. El nuevo Flip no se rendía, nunca desfallecía. Al nuevo Flip no le importaba la presencia de aquel hombre de barba de una semana, sucio y de ojos enrojecidos, que se movía por la casa como un alma en pena, y que se parecía a su padre. El nuevo Flip había conseguido aceptar la sombra de un ser de piel demacrada que solo sabía lloriquear por las esquinas, y eso cuando no estaba despotricando tras una barra de un bar cutre con un baso medio vacío en la mano. Lo toleraba porque el nuevo Flip tenía un plan para que todo volviera ser como antes. O al menos casi todo. Puede que hubiera detalles por pulir… Pero eso sería después.
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Nadie que no haya tenido que recoger a su propio padre de entre los cristales rotos y los vómitos del suelo en un antro mal oliente, nadie que no haya atravesado ese trauma que convierte a tu héroe en un pobre miserable, nadie que no haya tenido que elegir entre encerrarse en su habitación, para no escuchar los llantos de su madre tras una paliza, o salir afuera con el cuchillo de filetear pollo y clavárselo en el pecho a su progenitor, ni tan siquiera puede imaginar el dolor quebradizo que te parte el alma día a día, como una pequeña sierra dentada empeñada en separarte en dos mitades.
Aunque Flip hacía tiempo que dejó de sentir los dientes de la sierra, quizá porque, en lo que a él se refería, la sierra había terminado el trabajo. La parte cuerda de Flip se había desconectado de esa otra parte psicótica que todos escondemos en el desván de la mente. La sierra las separó definitivamente antes de que llegara el tercer diciembre y los recuerdos del pasado volvieran a destrozarle. Ahora podía controlar el dolor. Bastaba con dejarse llevar por el Flip malo, y permitirle al Flip bueno que se quedara dormido en algún recoveco del cerebro, imaginando ese otro mundo donde todo era perfecto. Mientras tanto el lado oscuro de Flip, el nuevo y psicótico Flip, se encargaría de ayudar a que los sueños se hicieran realidad.
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La pantalla del PC era la única luz que iluminaba la habitación. Las persianas estaban bajadas. Al nuevo Flip no le gustaba la claridad del sol cuando se quedaba a solas con sus pensamientos. Prefería la calidez y el suave resplandor de las imágenes generadas por los pixeles de su HP… Había colocado un fondo de escritorio de la última entrega del juego Resident Evil. Era un buen juego, pero no tan bueno como el que acababan de enviarle desde “VIDAL MAX”…
–
Flip se topó con la empresa navegando en la red. Tecleó en Google el criterio de búsqueda “mundo mejor”, uno de esos días en que crees que puedes encontrar cualquier respuesta al otro lado del ciberespacio, y casualmente así fue. Como un deseo al genio de la lámpara, Google le mostró entre la maraña de miles de millones de páginas webs justo lo que el nuevo Flip necesitaba para ayudar al otro Flip, al bueno y asustadizo, ese que jamás haría daño a nadie por mucho que se lo hicieran a él.…
VIDAL MAX se anunciaba como una nueva empresa de jóvenes emprendedores. Se centraban en investigar y desarrollar las últimas técnicas de realidad virtual para aplicarlas al sector del ocio. Aún no tenían juegos en el mercado, pero la presentación de la web era impresionante…Flip quedó hipnotizado y no dudó en entrar en el sorteo de la entrega de “Pandora”, el primer y único título, en fase experimental, que la empresa quería colocar en las estanterías de las tiendas antes de la próxima navidad. Para ello ofrecía una experiencia única y gratuita al afortunado que quedara seleccionado entre los acertantes a una pregunta: “¿Cuándo se estableció la primera conexión entre computadoras, que más tarde dio origen a la red Internet?” Flip ni tan siquiera lo dudó. Pulsó el botón de “respuesta”, tecleo 1969 y deslizó la flecha del ratón hasta “enviar”. Después apretó la tecla Intro, con un golpecito de su dedo índice, sin intuir las verdaderas consecuencias de aquel sencillo y habitual gesto.
A los pocos días recibió un e-mail que le anunciaba como el afortunado ganador de la entrega en pruebas de “Pandora”. El mensaje, contenía un fichero adjunto PDF, que explicaba brevemente en qué consistía el juego y unas instrucciones básicas de funcionamiento. En aquel instante preciso fue cuando Flip, el lado oscuro de Flip, entendió que pronto tendría en su mano la herramienta que le ayudaría a traer a su madre de vuelta.
Instrucciones
“Hiroyuki Shinoda, profesor en la Universidad de Tokio, es el precursor de esta impresionante tecnología holográfica en 3D, con la que VIDAL MAX ha conseguido sacar de las pantallas de tu computadora las aventuras más fantásticas para que puedas sentirlas en carne propia.
“Hasta ahora la holografía era solo para el disfrute de nuestros ojos. Tocar una figura generada con esta técnica era simplemente imposible. La mano la atravesaba como una nube vaporosa. Sin embargo ahora hemos desarrollado una tecnología basada en los ultrasonidos que permiten interaccionar de forma táctil con la figura tridimensional. Bajo nuestro nuevo software hemos logrado crear fuentes de presión por hondas sónicas capaces de estimular los órganos sensitivos humanos”.
Estamos ante el principio de una era fascinante, donde el videojuego pasará a trasformar nuestra realidad hasta hacerla irreconocible…”
Flip leyó atentamente cada párrafo. Sus ojos recorrían el papel a toda velocidad, mucho más rápido de lo que el otro Flip había sido capaz de leer jamás. Cuando terminó apartó la vista de la pantalla del ordenador y se quedó mirando fijamente a una de las figuritas fielmente reproducidas de la Guerra de las Galaxias, que acumulaba en las estanterías de la habitación y que mantenía limpias y brillantes. En concreto centró su atención sobre la princesa Leia, con la espada láser desenfundada. Con una sonrisa extraña, que parecía mostrar un triunfo aún inalcanzado, pero seguro, se levantó y sujetó con ambas manos a la bella mujer en miniatura.
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Apenas habían transcurrido cuarenta días desde aquel instante y por fin tenía el videojuego en sus manos…
Flip se sentó sobre la cama con la tenue luz de la pantalla salpicando de sombras las paredes forradas de libros de ciencia ficción y fantásticos monstruos de mundos imaginarios.
Nervioso e impaciente despedazó el papel que envolvía el paquete. Tras el neutro envoltorio apareció la caja del videojuego, de un blanco inmaculado, con un pequeño logo impreso en su esquina izquierda y en forma de Joystick. Justo debajo, y en letras doradas, podía leerse “Pandora (versión de prueba)”.
En el interior, protegido por esos plásticos de burbujas de aire, estaba todo lo necesario para que el afortunado ganador del sorteo pudiera convertir su equipo informático en una magnífica plataforma de realidad virtual; los sensores de movimiento, los emisores de ultrasonidos, el traje de conexión sensorial entre cuerpo y máquina y, por supuesto, el sofwear. Flip colocó cada pieza sobre la cama, como un puzle sin sentido que solo podían comprender los iniciados en el mundo artificial de las plataformas de ocio de última generación. Lo tenía todo, la ingeniería y el conocimiento. Desmontaría cada artilugio, desgranaría su funcionamiento, estudiaría sin descanso. El nuevo Flip había marcado su objetivo en implementar la potencia del “sistema”. El primer paso sería probarlo en su función más básica, tal y como venía de fábrica. Después empezaría el trabajo de verdad. Sabía cómo hacerlo, pero tendría que mantener a raya al otro Flip, al buenazo y débil, al Flip que creía que la gente podía cambiar, y que todo se resolvería como por arte de magia. Lo encerraría en los sótanos de la mente por mucho más tiempo del que jamás lo había hecho. El plan lo requería. Una empresa tan osada era solo para los fuertes, para los mejores, para los que le dicen al universo que tenga cuidado con ellos, porque siempre devuelven el golpe.
–
Papá al fin se levantó de la cama. El ruido de la cadena del wáter y la tos persistente de la maldita resaca era como la sirena de una fábrica para entrar a trabajar. Flip supuso que así se sentían los peones cuando llegaba la hora de empezar el tajo. Sobre todo los peones que odiaban su trabajo. Por delante un montón de horas con la mente alienada, intentando evadirse de la odiosa monotonía que vaciaba sus almas con cada día que trascurría.
“Quizá era hora de dejar salir al Flip bueno. Sí, sería lo mejor, porque quizá el nuevo Flip terminaría matando a ese imbécil autocompasivo antes de tiempo, y eso no sería lo mejor. El plan debía cumplirse escrupulosamente”.
Flip apoyó la cara sobre la puerta del baño, esperando a que el “otro” volviera.
“Sal de tu escondite. Sal de ahí. ¡Te necesito ahora!”
El lado bueno de Flip despertó tosiendo como si se hubiera atragantado con el líquido de una naranja. Tomó el control del cuerpo adolescente y bajó las escaleras con los ojos inundados en lágrimas. Agarró la llave que colgaba de una punta mal clavada en la pared de la entrada.
“¿Dónde estás mamá? Te echo de menos mamá”
–
La mañana crecía soleada. Por encima de los robles el cielo era de un azul intenso, como solo Dios sabía pintarlo. A lo largo de la calle, los brazos enormes de la arboleda protegían las aceras. Los niños habían empezado a salir de sus casos camino del colegio. El bueno de Flip adoraba aquel olor de los jardines y las risas de los más pequeños agarrados de las manos en hileras controladas por alguna mamá, que se organizaban por turnos en el barrio desde antes que Flip entrara por primera vez en el jardín de infancia. El tiempo pasó, y nada había cambiado, excepto él, y su padre, y su casa, y la ausencia de su madre, y el olor de la cocina…Para Flip el mundo se había disuelto a su alrededor como un óleo mojado. Los demás no podían verlo. ¡Claro que no podían verlo! Los demás seguían siendo felices, sus madres seguían allí, arropándolos al anochecer y preparándoles una sopa cuando enfermaban.
¿Cuánto hacía ya? Casi tres años. La gente no sabe que cerca pueden estar el paraíso del infierno. A veces solo los separa una desconchada puerta con el número 7 descolgado y el musgo creciendo en el escalón. El tiempo en el infierno transcurre mucho más despacio. Allí las reglas son distintas, los segundos son largos, las horas son eternas, el dolor es más intenso, las nubes son más grises y las tormentas son más aterradoras y peligrosas. En el infierno no hay madres, nunca… jamás. En el infierno las luces son artificiales y el sonido de los pájaros se ha sustituido por el zumbido de un televisor viejo. En el infierno huele a alcohol, a moho y el polvo se acumula en los muebles. En el infierno la ropa siempre está arrugada y los vecinos nunca se acercan. Es normal; ellos viven en el paraíso, bajo una cúpula celeste, entre las flores que crecen en los jardines ¿Por qué querrían asomarse a las tinieblas? Sin embargo Flip sí que se asomaba de vez en cuando al paraíso. Solo hacía falta cruzar la puerta con el número 7 descolgado. Y eso era lo más terrible, cuando salía de casa y caminaba entre las maravillas de aquella vida pasada, de los recuerdos del mundo que fue y que ahora había desaparecido.
–
Flip caminó hasta la intersección, donde el barrio terminaba. El ajetreo del tráfico de la ciudad se hacía más intenso fuera de la zona residencial. Cruzó la calle con el semáforo aun en rojo. El conductor de una motocicleta de reparto de Pizzas le gritó un sonoro “imbéeeeeeecil”. Flip se limitó a pedir disculpas con un “lo siento”, aunque solo movió los labios. El conductor de la motocicleta no sabía la suerte que había tenido al cruzarse con el lado bueno de Flip. Si por cualquier circunstancia hubiera sido el otro, ¡oh Dios mío! Un escalofrío le recorrió la espalda. Flip sabía más que ningún otro humano de lo que era capaz esa parte que se escondía en su mente, ese lado oscuro que últimamente había decidido pasar la mayor parte del tiempo despierto y gobernando su cuerpo.
El tendero conocía las circunstancias de Flip y no quería ser el responsable de que el cabrón de su padre le diera otra paliza por presentarse en casa sin el encargo, así que le tiró los dos paquetes sobre la mesa, no sin refunfuñar.
Flip pagó con un billete de diez y se disculpó ante el enfadado tendero.
El tendero sujetó la mano de Flip. — Por el amor de Dios, chico. Tu madre no va a volver. ¿Es que no tienes más familia, tíos, abuelos…?
–
Después de varias pruebas fallidas, que tan solo le permitieron acariciar algunas estructuras metálicas antes de que se evaporaran, Flip consiguió reproducir en su habitación las naves de combate de la rebelión de la Guerra de las Galaxias, hasta en sus más fieles detalles. Los pequeños aparatos habían atacado la estrella de la muerte en mitad de su habitación. En la refriega con las tropas imperiales, la velocidad de las naves hicieron caer los libros de las estanterías, e incluso provocaron un pequeño incendio en la colcha cuando los disparos no daban en el blanco…
Flip había implementado la potencia de la tecnología holográfica hasta tal punto que con ciertas modificaciones en los sensores de movimiento y en los reflectores de imágenes consiguió reproducir las variaciones de calor necesarias para simular con escalofriante verosimilitud el impacto de un cañón laser.
A Flip se le iluminó la cara…
Flip desconectó la fuente de alimentación y la batalla se vaporizó sin quedar rastro, tan solo el olor a quemado y algunas hojas sueltas desperdigadas sobre el suelo.
–
Había llegado el día. Con un clic de ratón el Flip bueno abrió la carpeta del Ordenador donde guardaba todas las imágenes y los videos de su madre. Seleccionó cada una de ellas y las arrastró hasta la carpeta de “Base dimensional para creación de hologramas”. El sofware modificado se encargaría del resto. La máquina avisaría con el sonido agudo de una campanilla cuando hubiera procesado todo el contenido. En ese preciso instante sería también la hora de dejar paso para que el otro Flip tomara el control.
Tras una hora de paseos nerviosos desde la cama hasta la puerta y desde la puerta a la cama, el Pc emitió un ronroneo, y justo detrás el sonido de la campanilla. Los ojos de Flip parecieron cambiar de color. O quizá lo hicieron realmente. Puede que los dos Flips que vivían en su cuerpo no solo tuvieran diferencias morales y éticas. Quizá se hubiera empezado a producir una leve separación física. ¿Era eso posible? El caso es que ahora aquellos ojos tristes color miel parecían más verdes y vivos.
Una última revisión de los sensores para asegurarse de que estaban bien direccionados. Todo parecía en orden. Entonces Flip se sentó frente al teclado. Ahora tenía que introducir los parámetros y los criterios de comportamiento, las claves de activación y desactivación, las fuentes de voz… El holograma debía comportarse de la forma más parecida a como lo hubiera hecho su madre en las circunstancias reales, y quedando archivadas en la base de datos del programa Pandora. Todo formaba parte de un intenso trabajo de inteligencia artificial que se iría implementando con el paso del tiempo. A más información en la computadora, más exactitud en el comportamiento de los hologramas. Igualmente la activación por voz siempre dejaba al usuario la posibilidad de modificar las pautas automáticas preconfiguradas y manejar la imagen 3D a su antojo.
Flip pulsó la tecla Intro. Todo estaba listo.
Los nuevos ojos verdes de Flip se fundieron con una sonrisa escalofriante.
La puerta de la habitación se abrió con un estampido.
En mitad de la estancia se materializó una hermosa mujer de pelo moreno y ojos oscuros. Fue como ver salir a un fantasma desde la dimensión desconocida. Flip tecleo algo en el ordenador. Entonces la mujer dijo — Hola cariño. ¿Me has echado de menos?
La cerveza que el padre de Flip sostenía le resbaló de la mano. El contenido espumoso se derramó en el suelo.
Pero Flip seguía con la cara pegada en la pantalla del ordenador.
Flip tenía que impedir que su padre saliera de la habitación. Mamá no podía moverse fuera de aquellas cuatro paredes donde se encontraban los sensores y las cámaras.
El padre dio un paso al frente. La curiosidad se estaba imponiendo al miedo atroz de verse ante la aparición espectral de su mujer muerta.
Entonces Flip vaporizó la imagen y antes de que papá pudiera pestañear ya la había reproducido de nuevo justo tras su espalda. La máquina funcionaba a las mil maravillas.
Mamá cerró la puerta. De la mano izquierda ahora le colgaba un extraño aparato en forma de cilindro plateado.
La hermosa mujer había conectado la espada laser. La sujetó por encima de sus hombros con una mueca de placentera venganza. Con un movimiento rápido dibujó un arco en el aire. Al principio parecía que el holograma había fallado, que los cambios de temperatura que debían producirse en la trayectoria del arma no habían tenido lugar. Pero entonces la cabeza del padre se separó del cuerpo. Ambas masas de carne muerta cayeron al suelo como un muñeco de trapo. La herida estaba perfectamente cauterizada. No hubo sangre. Sólo un olor a carne quemada que levantó el estómago de Flip.
La hermosa mujer desactivó la espada laser y miró a su hijo con una sonrisa en los labios. Flip se levantó de la silla y corrió hacia ella saltando el cadáver de su padre. Los dos se fundieron en un abrazo. Y así estuvieron hasta que las baterías de los sensores se agotaron y el holograma se evaporó.
Pero Mamá ya había vuelto. Solo había que comprar pilas nuevas.
FIN
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