Cómo sobrevivir a uno mismo es una de las tareas más urgentes del ser humano, ni la rata ni el hombre, lo tienen demasiado claro. ¿Acaso para Ewa debe ser más sencillo que para mí? Posiblemente y, de ser así, ¿por qué? Quizá  porque jamás haya sentido ese maldito runrún dando vueltas en su cabeza. Pero, además de eso, en la Europa de hoy, en el frente de batalla entre la guerra monetaria y la resistencia social, donde cada acto político puede ser el definitivo, sobrevivir a la sociedad es una tarea cotidiana. Y en esto, ni Ewa ni yo, como ratas y hombres, que aparentamos ser, somos excepción.  Para A y B, comprobar que, en pleno siglo XXI, un ser humano es rebajado al nivel de una rata, es gracioso. Pero para mí, por encima de todo, demuestra que la inhumanidad es la forma más natural de  ser y estar bajo el yugo de A y B. Cuando sobrevivir es un pacto de lealtad, sólo queda hundir la cabeza entre los hombros. El héroe clásico murió y, ahora, durante el confinamiento de la cuarentena, se llama héroe a cualquier hombre en retirada. Ewa se dejó seducir por el eco de mi silencio y, de alguna forma, como muchos de nosotros ahora hemos de aprender a hacer para poder sobrevivir, se dejó llevar hasta hoy. Todo empezó cuando en la radio pretendió no escuchar a A y B. Ahora, ella vuelve a encender la televisión y sonríe, mientras tanto, yo escucho las ratas correr libres por las tuberías. Después, me asomo a la ventana y veo un perro, con igual libertad, meando en la tapa de un cubo de basura en el que ya nadie escarba. Vuelvo a contemplar a Ewa, mientras escucha a A y B. Poco después, sin pasión, apaga la televisión. Entonces, entiendo que debo apagar el interruptor de la luz del salón. En la oscuridad del silencio de todo confinamiento, me siento a su lado en el sofá de cuero y, mientras nos besamos con frío, todo se detiene, incluso las ratas y el perro. Poco después, a través del muro, escuchamos al vecino toser con fuerza.

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