Hace dos años ya que Camila vivía en la casona que compró con muchos años de gran esfuerzo.
Amante de las casonas de la época victorianas y de la tranquilidad del campo. Una mujer que en verdad necesitaba un escape del estrés de la ciudad y de su trabajo como enfermera de una sala de urgencias de un importante hospital. Camila amaba su trabajo, pero reconocía de que en ocasiones la presión era demasiado y su gran alivio era cuando llegaba a su casa
Era una casa construida en algún momento del 1800, un poco ruinosa y por el paso de los años, pero aun conservaba la majestuosidad de sus días de gloria cuando era silenciosa testigo de bailes y pomposas fiestas en su salón lleno de hombres y mujeres luciendo sendas pelucas y caras empolvadas, pañuelos de fino encaje y tacones altos satinados.
Con sus siete habitaciones, salón de baile, comedor, sala de reuniones, biblioteca y estudio. Era una casa enorme y maravillosa.
La rodeaba un hermoso jardín y una fuente pequeña. Para llegar a la puerta principal de la casa había que seguir un camino de adoquines que rompía drásticamente con la monotonía del pavimento de la ciudad y de la carretera que los llevaba hasta allí. Eso era lo que a Camila le encantaba que al cruzar la reja de entrada parecía olvidar que estaba en el año 2006 y mágicamente era transportada a la época que tanto amaba. Mientras caminaba por los adoquines era sólo un detalle que rompía todo el encanto devolviéndola a la época actual y estos eran los surtidores automáticos que brillaban como joyas olvidadas entre el césped, surtidores que debía encender en cuanto entrara a casa.
Al entrar se encontraba con el único detalle inquietante de aquella maravillosa casa, era lo que se había formado en el rellano de la escalera que conducía a las habitaciones del segundo piso. Camila consideraba que aquella inquietud no era más que “una cosa de niños”, que no era posible que una mujer adulta como ella temiera o le inquietara una mancha en la pared del rellano de aquella escalera.
Hace dos años, el día de la mudanza, Camila se dio cuenta de que había una mancha en la pared, parecía a todas luces que era por hongos causados por la humedad atrapada entre las paredes de la casa. Lo que le inquietaba era la forma que simulaba una silueta humana, lo que en un inicio no le causó más que curiosidad.
Pero conforme pasó el tiempo se dio cuenta de que aquella mancha se definía más y más, aun cuando no lloviera, aquella figura seguía volviéndose más nítida cada día que pasaba. Hasta que ya no parecía una mancha en la pared, si no que se veía como una autentica sombra. Camila contrató a alguien que revisara sus techos en busca de goteras o filtraciones de algún tipo tanto en el tejado como en las mismas cañerías del agua, aunque ninguna pasara por aquella pared.
Una noche de invierno al llegar del trabajo más tarde de lo normal, decidió subir directamente a su habitación a cambiarse antes de cenar. Al subir por la escalera y sin saber muy bien por qué, se detuvo frente a la mancha que debía medir fácilmente un metro ochenta centímetros. Camila la miró con detenimiento tratando de saber que era lo que le inquietaba de aquella mancha en la pared, ¿era su forma humana? ¿era su extraña nitidez? ¿O tal vez….
De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos por un ligero movimiento que le heló la sangre. La “mancha” en la pared se había movido, o eso le pareció a Camila la cual retrocedió hasta topar con el barandal del mismo descanso.
“Tiene que haber sido mi imaginación” Pensó mientras reía de forma nerviosa. Risa que murió en sus labios al ver que la mancha se movió nuevamente, pero a diferencia del ligero movimiento de hace un momento atrás ahora movía un brazo con ceremoniosa lentitud.
Primero lo estiró hasta quedar alineado con el hombro y lentamente fue surcando un arco descendente hasta completar una reverencia inclinándose un poco hacia adelante. Finalmente le tendió una mano blanca la cual salía de la mancha como si se tratara de un manto que la cubriera.
Camila no daba crédito a sus ojos. ¡La sombra en la pared acababa de hacer una reverencia! Y ahora le tendía una mano. Una mano blanca con unas largas y lacadas, como si la hubiesen pulido.
-¿Quiere acompañarme, Madame?- La voz sonó suave, en un tono profundo que retumbó en toda la casa, en forma seductora invitación.
Ella no fue capaz de resistirse a la pregunta “¿Qué pasará si tomo esa mano?”
Las casas suelen hacer ruidos, sobre todo cuando son viejas y es de noche. Cuando el viento ruge con furia y ellas suspiran con él como si estuvieran enamoradas. También dicen que las manchas en las paredes son comunes, que son fruto de la humedad o del óxido que se acumula tras ellas y que en ocaciones se extienden, también por el suelo.
Pero, para que preocuparse, ¿verdad? Sólo son manchas…¿o no?
OPINIONES Y COMENTARIOS