Reunión de clichés (I)

Reunión de clichés (I)

Dámaris Chamorro

01/05/2017

CAPÍTULO I

Este es mi paraíso, el lugar donde vivo: Buenos Aires. Es una ciudad enorme y hermosa. Muchos argentinos (e incluso extranjeros) están enamorados de ella.

Tengo veinte años. Me llamo Luisiana Borgani. Ahora ya saben dónde vivo, mi edad y nombre y apellido, pero esto no es mucho ya que entrando a mi perfil de Facebook esta información (y más) está disponible de manera pública.

Soy una joven del siglo XXI, nada fuera de lo común hiper: información, comunicación, exposición, entre otros. Todo eso conforma lo que soy (en Internet).

Se preguntarán qué tiene de especial mi vida… Bueno, supongo que mi historia. Exacto, mi historia: otro cliché del amor.

Todo comenzó en el año 2015. Conocí a un chico llamado Ezequiel Zimpoll. Yo tenía dieciocho años y el veintidos. Nos conocimos en una fiesta, no fue de la mejor manera… de hecho vomité sobre sus zapatos después de haberme tropezado con mis propios pies. Pero no estaba borracha, me había caído mal la lasaña de la cena. Asi que ahí estaba, de rodillas, con mis piernas peladas y mi vista colocada en sus zapatos repletos de mi vómito.

Me ayudó a levantarme. Le pedí disculpas e intenté ayudarlo a limpiarse. Me preguntó si «había tomado mucho», en ese momento me morí de la vergüenza porque mi respuesta era más patética que la situación. Sin embargo, decidí ser sincera y le dije que «la lasaña de la abuela hoy no estaba tan buena como siempre». Él se rió y así desplegó el primer impacto que resonó en mis sentidos: su sonrisa. No tenía dientes ni muy blancos ni horrorosamente sucios, eran normales, pero su esencia fue lo que me cautivó; era tan sincera, aniñada y dulce que sentí una sensación extraña justo en mi estómago, como una patada de ternura.

Ahí tienen la descripción gráfica de mi sensación.

Como no sabía qué más decir me volví a disculpar y avancé para irme. Él me detuvo y me preguntó mi nombre. Nos presentamos e intentó armar una conversación. Todo era muy raro, además de que mi vergüenza y nerviosismo no me dejaban en paz. Charlamos un buen tiempo hasta que Micaela, una amiga, me dijo de irnos porque se sentía mal. Ezequiel me pidió mi Facebook y me fui con Mica.

Cuando iba en el taxi mi amiga notó que tenía una risa un poco idiota en la cara por lo que me hizo un par de preguntas sobre Eze. Hablamos poco sobre el tema porque ella estaba muy descompuesta (su causa sí era el alcohol). Pero todo cambió al otro día cuando recibí la solicitud de amistad de ese chico de linda sonrisa. Estuvimos toda la tarde hablando con Mica sobre él (vivimos juntas) y le conté una y otra vez el suceso con lujo de detalle.

Mica: – Che, se hizo re tarde no vamos a poder cocinar hoy ¿pedimos comida?

Yo: – No tenemos mucha plata…

Mica: – Es por una excepción- accedí a pedir comida. Habíamos colgado hablando y nos habíamos olvidado de la cena.

Mica pidió algo liviano porque seguía un poco delicada de la panza. Llegó el pedido y bajé a recibirlo. Vivimos en un edificio bastante lindo en una zona céntrica.

Cuando abrí la puerta estaba el cadete con la comida en mano y el casco en el codo. Le pregunté cuánto salía todo. Lo miré a los ojos y noté que era él: sí, Ezequiel.

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