Mi muy amada yo:
Ven, siéntate en mi regazo sin miedo, lo se, hace mucho que no platicamos, más no te he olvidado, sólo me perdí, olvidé quién soy al sumergirme en la vorágine del mundo, en ese torbellino de reglas ficticias que dictan “lo que debe ser” y que afortunadamente tu no conoces.
Hoy te quiero agradecer cada abrazo espontáneo, cada carrera vertiginosa para encontrarme, de esas dónde sientes que se te sale el corazón, cada mirada tierna, cada caricia protectora y cada esfuerzo por quedarte quieta intentando darme toda tu atención. Seré breve, ya veo que tu piernita en movimiento dando golpecitos a ritmo indica tu impaciencia por salir a jugar.
Te quiero contar lo esencial que he aprendido en este viaje llamado vida:
- La edad para hacer berrinches se extiende a los cien años, pero los adultos sólo pueden ver los berrinches de los niños, los de ellos son invisibles, tenos paciencia.
- La madurez significa perder la creatividad, la espontaneidad, la imaginación y las ganas de jugar, por favor nunca madures.
- Todo es bueno, hasta lo que te asusta o te duele, porque todo tiene una utilidad, hasta la popó sirve de abono (esta bien, puedo esperar a que dejes de reírte porque dije la palabra popó)
- No siempre eliges lo que te pasa, pero siempre tienes el poder de elegir que hacer ante lo que te pasa, porque la vida no te pasa a ti, pasa para ti.
- Nunca llegarás a ser feliz, porque no existe la felicidad futura, ser feliz es una decisión en tiempo presente.
Y por último antes de irnos a jugar te pido que tomes mi mano, si tu y yo permanecemos juntas yo sabré quién soy, tu conservas mi esencia, nunca más estaré sola, porque no es lo mismo estar solo que estar consigo.
Ahora si, vamos a jugar, tu juegas a ser adulta, y yo… también, pero nadie lo sabe.
Autor: Vanessa Padmir
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