CARTAS DE UN HOMBRE MUERTO
Así, como un hombre muerto está envuelto en nada más que en sí mismo, así siente aquel, vacío por no estar vivo y colmado por sus recuerdos; aquellas memorias que vagamente llenan su botella de cualquier amargo licor, pero que a su vez cuenten la pobre historia de ese humilde pero rico ser humano.
Poco puedo decir de su pobreza. Esta tal vez causada por el insignificante pasado que le antecede. Pobreza es lo que produce su pasado y solo le causa malestar desde donde nace hasta donde muere. Estado resultante de un cuerpo sin valor llamado motivación. Simples reflejos de una carencia de mejores tiempos saturado aun así de grandes penas y profundas huellas. ¿Pero es la riqueza la que se puede tomar como timón firme de nuestra experiencia? ¿Acaso es esa la insipiente enseñanza de dicho derroche? Abundancia que al fin se manifiesta en pocas experiencias que van sumándose unas a otras y finalmente solo chocan para transformarse en otras amorfas vivencias.
¿Es solo ese sentimiento de nada el que lo invade? O es solo la necesidad de no sentirse vacío y acido a lo que por vida misma se reconoce como su morada.
Acaso su inmovilidad es tal vez la peor de todas ellas, donde no nace un solo acto, un solo pensamiento, ora se agota, ora se oprime.
Que gallardía su actitud, suficiente para ver como cada sentimiento se transforma en cáscara de un vacio, como los actos de algunos sinónimos carnales se transmutan en jueces implacables. Es así como un hombre existe sin alma alguna y pertenece a nuestra memoria. Más, si descansa en un lecho hecho de muchos momentos y su esencia se aleja, entonces su ser se apaga. ¿Cuando dejo de ser?, ¿Cuándo empezó a desaparecer?
Dios, sin tan solo pudiese existir sin ser.
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