“La verdad eres un misterio, quisiera saber qué ocurrió. Hace tiempo que no le das atención a nadie más que al trabajo y a ese perro callejero que alimentas todas las mañanas”.
Te lo contaré, lo haré como si estuviera ocurriendo ahora.
Mi pensamiento fue asaltado por una especie de corazonada, brujería o presentimiento, tú llámalo como quieres. Los estados de la duda fueron creciendo progresivamente, hasta que sentí una especie de mordida en el cerebro, la duda nació y hecho raíces, así que fui por la mañana a ver si te encontraba. El encuentro fue cariñoso, tu perro me mordió al igual que mis dudas, intentaba verte por última vez, pero ya vez que no nada he logrado ver, más que la sangre en mi tobillo. Me asomé por la ventana para ver si dormito estabas, pero encontré un lecho vacío, un par de calzoncillos tirados vanidosamente junto a unas elegantes bragas que evidentemente no son mías, odio el color morado.
Me tragan los celos, imaginar que has dormido con otra, si hace breves horas jurabas que tus ojos solo me veían a mí, que tu corazón latía por mí, que tu razón creaba para mí, pero ya ves la duda me dice que tus casi poéticas palabras también fueron mentiras para que me fuera tranquila.
Entonces aquí estoy en la cafetería de siempre, sentada mirando tristemente desde la ventana, con un gran dolor en la pierna por el mordisco de tu feroz perro (maldito desgraciado, ¿acaso sabía que su amo era de otra?) sosteniendo una helada taza de café que estoy fingiendo beber para matar el tiempo. Ries frenéticamente en compañía de aquella dama que me imagino es la dueña de las bragas moradas. No, no es tu amiga, puesto que los besos que se han dado seguramente ni conmigo los hubieras fraguado.
Puede en mí la invasión de extrañas dudas. La comprobación de hipótesis y la idea de medir el alcance de tus mentiras, si se pudieran medir, casi puedo asegurar que le dan dos vueltas a la vía láctea, pero a si mismo me puede la necedad y siento que debo llamar.
Ha timbrado y no lo has cogido. La segunda es la vencida, corres hasta el pasillo que da lejos de tu cita:
«Hola… ¡Mi vida! ¡Mi vida ¿Eres tú?! No sabes cuánto te estoy extrañando, me encantaría que estuvieras aquí para que me veas sufrir en medio de estos interminables documentos que debo corregir, seguramente tú me consentirías con un delicioso café. ¡Ah, no sabes cuánto extraño eso! Te extraño montones ¿Te parece si conversamos más tarde? debo seguir con el trabajo… ¡Te amo!».
Debo decir que un montón de grandiosas ideas rodean mi cabeza; ir, tomarte por el cuello en frente de ella y ahorcarte. Ir y vaciarte una cafetera entera sobre la cabeza, darle un par de cachetadas a la magnífica hada que te acompaña (no, ella también es víctima). Ir y dejar el anillo de compromiso sobre la mesa. Ir llorando como un alma en pena a preguntar ¿Por qué? (los dramas no me nacen). Contratar al mesero para que se haga pasar por mi amante (no, no lo creo, se negaría el mesero) Entre tantas cosas solo hay una posible resolución…
Pensándolo bien, me voy al viaje que juré emprender y que estuve a dos segundos de suspender por el amor que te decía tener. No regresaré, puesto que mi única razón ya se ha podrido y el fétido olor me está causando fuertes dolores de cabeza.
Si no lees esto que sepáis que me llevó una foto tuya en compañía de tu amante como feroz prueba que nosotros no hubiéramos tenido ningún destino. A mí no me pidas nada, mucho menos explicaciones del silencio eterno que voy a guardar para contigo, pues puede en mí la idea de que toda afrenta se paga con desdén y olvido.
De ti me llevo muchos recuerdos, entre ellos; esa bonito forma de mentir y la mordida de tu perro, es un desgraciado tan desgraciado como su dueño.
Por cierto, queda en tus manos el anillo de compromiso. Te lo envíe por correo, no tengo ningún problema si se lo das a ella.
“Con que eso fue lo que pasó. Te plantaron cuernos y te mordió un perro. Es lógico que ahora alimentes a los callejeros”
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