A los diecinueve días del mes más cálido del año, es el comienzo del verano que supone un ambiente lleno de luz y calor como el horario que le acompaña. Aun así, su mente estaba siendo asediada por la culpa, pues ¿qué había hecho este buen hombre que no fuese su único delito el aceptar una Corona en un País extranjero? Un País que le juró lealtad, riqueza y amor ahora era el mismo que le condenaba a morir.
Observó su reloj. Pasado el mediodía y supo que su mandato ya debía estar cumplido.Tocaron a su puerta.
-Adelante-
-Señor presidente, ya está hecho –
– ¿Cómo fue? –
– Con honor. Sus últimas palabras fueron “Viva México”. Le regaló una moneda de oro a cada soldado que participó en el fusilamiento, mencionándoles que les perdonaba por el bien de la nación.
Benito Juárez jamás había dudado de una decisión hasta ese momento, pues en otra época y en otro lugar dos hombres justos como ellos habrían compartido la mesa y el pan, habrían instruido al País y luchado por el mismo. Ahora la culpa le atormentaba pues había derramado la sangre de un justo convirtiéndolo en mártir.
Una vez solo en su despacho, tomó un vaso, lo llenó de Whiskey y justificando sus acciones clamó:
A tu salud, Maximiliano de Hasburgo, la historia te recordará sin mancha, espero no me guardes rencor, pues cualquier movimiento lleva encausada la muerte de justos por pecadores. Que tu fusilamiento en nombre de la patria sea el nacimiento de mi nación.
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