La reina de la belleza

La reina de la belleza

Andrea Pereira

29/03/2020

Amparo con la respiración entrecortada se mira al espejo, con ambas manos levanta los costados de sus ojos, y abre un poco la boca. Se mira de perfil y luego de nuevo de frente. Baja las manos se toma ambos pechos y los levanta, luego deja caer sus brazos a los lados, y comienza a llorar.

Hace treinta años Amparo con un poco más de veinte ganaba un certamen donde salía coronada como la reina de la belleza, sus hermanas y amigas la miraban con una sonrisa forzada mientras aplaudían. Su mamá se paraba a gritar que su niña era la más hermosa

Rechazó cientos de pretendientes, los hombres le escribían cartas, poemas, le dejaban flores, joyas, perfumes, le prometían todo lo que ella podría imaginar y más, pero según ella ninguno era suficiente.

Se pasaba horas probando diferentes ropas, maquillajes y peinados. Sus cuatro hermanas fueron dejando la casa una por una, nacieron sus sobrinos, envejecieron sus padres, y ella seguía sintiéndose la reina de la belleza.

Su primer choque fue cuando cumplió cuarenta y un años, probándose un antiguo vestido notó que de espalda no se le veía como antes, decidió visitar a un cirujano y ese fue su viaje de ida.

Primero electrodos, luego botox, liposucciones, pestañas postizas, cremas mágicas, ropas que ajustaban de un lado y levantaban del otro, pero la edad la iba atropellando como si fuera un coche sin conductor, y la estaba golpeando contra la pared más dura del mundo, ya no quedaba nada de aquella reina de la belleza, ni siquiera la forma de su nariz, su piel, o su cabello.

Cuando sus padres murieron siguió viviendo de las rentas que ellos le dejaron y contrató dos mucamas que la ayudaran. Eran las únicas que la veían a Amparo ya que ella no salía a la calle, ni ver a sus hermanas o sobrinos.

Una cirugía nueva, y un nuevo desastre, una nueva desilusión y el tiempo seguía, y seguía, y seguía.

Hasta que leyó sobre una antigua condesa que tenía una fórmula para la eterna juventud. Eso era todo lo que necesitaba, pero tenía miedo de hacerlo, sus arrugadas manos temblaban, pero toda su fe se hallaba en esa historia.

Esperó a que una de sus dos mucamas dejara la casa, y le pidió a la más joven que le trajera un té antes de irse, la chica lo hizo, y cuando estaba por retirarse Amparo sacó unas tijeras de dentro de sus cajones, y se lanzó sobre la espalda de la chica, la apuñaló varias veces y temblando recogió en un pote la sangre, con una brocha comenzó a pintarse la cara.

Se la limpiaba, la veía igual, y volvía a sacar más del cuerpo de la joven para volver a pintarse de rojo.

A la mañana siguiente la otra mucama entró con el desayuno, gritó y dejó caer todo lo que contenía la bandeja en el suelo.

No solo encontró a su compañera muerta, sino también a su patrona bañada en sangre sentada frente al espejo tomándose el rostro entre las manos, y sollozando.

La mucama corrió hacia la calle gritando por ayuda. Amparo se levantó, y caminando lentamente fue hacia el portón de su casa, y la miró huir, mientras se acariciaba suavemente las mejillas ensangrentadas y decía en susurros –Quizá no funciona con una sola.

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