Ahora que las miradas envidiosas acechan las salidas del vecino, amenazantes, parece que la necesidad de ejercicio es perentoria y los ojos antaño risueños o que a veces mostraban su desagrado cuando veían a otros paseando con sus compañeros de cuatro patas se han vuelto codiciosos. Ahora consideran privilegiados a los que antes eran seres sin seso, de esos que creen que los animales son su familia; ahora les molesta que tengan venia para salir una vez más que ellos -¡dónde se ha visto!-. Son los mismos que les miraban con asco y rechazo al cruzárselos por la calle y que continúan escudándose en la conducta incívica y sin excusas de muchos -pero no de todos- para justificar su actitud. Claro que hay mucho guarro y hasta delincuente con perro. Y también sin perro. Eso parece que se les olvida. Les da envidia. Mucha. Pero no veo que a nadie le dé envidia tener que sacarlos también cuando hay gota fría; o cuando a las 3 de la madrugada te piden llorando salir porque no aguantan más; o cuando recoges sus cacas. No veo ojos envidiosos. Están en casita, tranquilos.

Ahora les molesta a todos que los animales, recluídos en sus casas puedan desplazarse 100 metros para hacer sus necesidades. Da igual que sus dueños, también antes del confinamiento, les sacaran hasta cuatro o cinco veces al día o que les llevaran al campo a correr y a oler, a sentirse perros. Tal vez resulte increíble para ciertas mentes pero existimos dueños de mascotas así y además recogemos su excrementos, les vacunamos, les alimentamos, les educamos, cosas que no pueden decir muchos de sus propios hijos. Ahora muchas protectoras han visto cómo los animales del refugio salen a pasear. Hay mucha buena gente que los usa como instrumentos para paliar sus ansias de salida y que no saben que cuando vuelvan a su rutinaria vida y los dejen de sacar ellos lo sentirán porque tienen sentimientos y los echarán de menos y sufrirán. Pero a esa buena gente no le importará porque lo único que les mueve es la envidia.

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