LA FAMILIA DE DON JUAN MANRIQUE

LA FAMILIA DE DON JUAN MANRIQUE

Capítulo I

Simona no podía creerlo. Se habían llevado su hijo de nueve meses de nacido, mientras ella estaba ausente estudiando en la ciudad. El pequeño estaba bajo el cuidado de sus familiares maternos, quienes contaron que Flower y Maritza Guerra, dos hermanos del padre de Henner, (que vivían en una hacienda cercana y además eran muy conocidos), llegaron por él, diciendo que la abuela paterna lo quería conocer, que lo dejaran ir con ellos y en una hora lo devolvían.

Era una tierra de alta vegetación y suelos vírgenes, ubicada en la cordillera central del Valle del Cauca, en una zona montañosa conocida como El Cañón del Chinche, muy cerca del Páramo de las Hermosas. Esta región surte a una parte del Valle, de una gran variedad de alimentos como leche, vegetales, hortalizas, entre otras.

Don Juan Manrique, el padre de Simona y abuelo de Henner, llegó de su otra finca que quedaba en el páramo mucho más arriba, se bajó de su caballo, y se quitó el sombrero, como muy pocas veces lo hacía. Estaba asombrado porque veía a toda su familia angustiada.

-Preguntó-: << ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué están todos angustiados?>>

Lo enteraron de lo sucedido, y empezaron a sospechar que se habían robado al pequeño. Pasaron seis horas y no lo devolvían. Llegó la noche y el desespero se apoderó de la familia, ya que era un lugar muy lejano donde se ve una luz cada cinco kilómetros y las casas están separadas por montañas; un lugar donde no hay energía eléctrica y solo las velas de cera alumbran un poco la oscuridad, y las linternas de pilas son el único acompañante de los campesinos. Simona se desplomaba con su llanto y no pudo aguantar hasta el otro día, sino que salió con su padre hacia la hacienda vecina a buscar a su amado hijo, el cual había nacido del amor que se tuvo en algún momento con Elías Guerra, pero que ya había terminado desde que quedó encinta. Se fueron los dos solos, ya que ella era la mayor de todos los hermanos, pues los demás eran infantes y uno que otro apenas llegaba a la pubertad, y Federico y Antonio que eran hermanos mayores por parte de su madre Doña Julia Molina, no estaban para acompañarlos, así que salieron con dos linternas, abrigos y ruanas. Don Juan se terció su revólver y un machete en su cubierta, “por si acaso”. En su rostro se reflejaba una furia tan temible, que nadie se atrevió a decirle nada.

Subieron por la empinada montaña hacia donde suponían iban a encontrar al pequeño, pero como ese día había llovido, el camino se hizo difícil porque el lodo no permitía avanzar a buen paso, sino que los zapatos se pegaban, y cada paso era como tratar de despegarse del piso, como pasos de robot. Simona y su padre se arrepintieron de no haber traído los caballos para que la agonía fuera más suave. Llegaron al lugar de destino después de un largo y demorado camino, pues normalmente se tarda media hora en hacer ese recorrido, pero esa noche fueron dos horas. Todos al parecer estaban durmiendo. La lámpara y las velas apagadas, y solo los perros desde lejos con sus bullosos ladridos, les dieron una buena bienvenida, ya que los conocían por ser los vecinos más cercanos.

<< ¡Buenas noches!>>-Saludó Don Juan, más con desespero que con cortesía- <<venimos por el niño que ya es tarde y debe estar con ganas de ver a su madre>>.

En eso salió el mayordomo y dijo: <<aquí no hay nadie. Solo está mi mujer y mi hijo, y los patrones no están>>

-Y dijo Don Juan enfurecido:- << ¡No sea canalla! ¡Me traes mi nieto ya, o entro por él!>>.

Y le contestó el mayordomo: <<Bien pueda usted señor entre, y revise que no hay nadie más en esta casa. Los patrones no han venido por estos días. Solo el joven Flower y la señorita Maritza que estuvieron desde la mañana, y salieron en la tarde pa´bajo pa´su finca dizque a ver al sobrino Henner, y después vinieron otra vez y dijeron que se iban pa´palmira, y salieron po´aquí po´el Delirio. De eso no los he visto>>

Simona que no paraba de llorar, se imaginó lo peor. Con el presentimiento de una madre, sabía que a su hijo lo habían llevado para Palmira por orden de doña Pérfides Guerra, abuela paterna y dueña de la hacienda donde se encontraban en ese instante, pues la señora nunca estuvo de acuerdo con la relación que su hijo Elías Guerra sostenía con ella.

-Don Juan Manrique dijo- << ¡Nos han engañado! Se han llevado el niño no por el pueblo, sino por otro camino, el que queda por el lado izquierdo de esta casa y sale a la finca El Delirio, desde la cual se puede salir a la carretera que conduce hacia Palmira. Es un camino difícil porque es muy empinado, pero me imagino que utilizaron caballos, ya que esa señora, hija mía, tiene sus mañas y de ser verdad que Henner está allá, te anticipo que estamos en serios problemas porque ella tiene la ventaja de vivir en la ciudad y conoce la forma de quedarse con mi nieto. – Y después de un suspiro dijo- Se lo han llevado cobardemente>>.

Don Juan Manrique quería asegurarse que era verdad lo que decía el mayordomo, y entró a la casa y revisó cuarto por cuarto, y hasta la ramada donde guardaban la comida del ganado fue saqueada, temiendo que al niño lo hubiesen escondido allí. Pero no encontraron nada en ningún lado. La búsqueda fue en vana. -Así que Don Juan dijo- << ¡Juro que voy a ir a Palmira por él y lo buscaré casa por casa! ¡Que se atengan a las consecuencias! >>.

Sin embargo a esa hora era imposible emprender camino hacia la ciudad, por lo peligroso de la oscuridad y el clima. Además en ese tiempo había una lucha armada entre liberales y conservadores, y no se podía andar por ahí ya que se corría el riesgo de ser asesinado. A Simona no le importaba nada de eso ya que lo más importante era su hijo. Se lo imaginaba llorando, asustado, con hambre y extrañando a su familia; -así que le suplicó a Don Juan-:

<< ¡Padre mío!, ¡te ruego me acompañes a Palmira que allí han de tener a mi hijo, tu nieto, y ha de estar llorando y asustadito! ¡Padre no seas insensible mira que siento como si se me arrancara el corazón!>>. <<No seas insensata hija mía>>. -le contestó Don Juan- << ¿Cómo crees que a esta hora vamos a salir camino abajo?… solo vamos a conseguir la muerte o si estamos de buenas y llegamos al pueblo, ¿quién nos va a llevar a la ciudad? O en caso de irnos a pie nos da lo mismo porque llegaríamos mañana. Así que reacciona, hija mía, y marchemos a casa que ya es tarde y el camino que nos espera está oscuro y complicado, o si no mira al cielo que está enojado y están saliendo relámpagos de entre las nubes, no sea que nos toque amanecer por ahí como animales de monte mojados, o que nos de hipotermia por el frio, o quizás que nos alcance un rayo, y ahí si no podríamos ir por tu querido hijo que en algún lugar de la ciudad estará extrañándote >>.

-Simona le respondió:- << Padre tus palabras me han convencido. Vamos camino a la casa, pero mañana antes de la primera luz del día saldremos en búsqueda de mi bebé >>.

Cuando salieron de la hacienda La María donde no habían hallado rastro alguno de Henner, sintieron que el clima estaba muy pesado y sabían que les esperaba un trayecto muy arduo. Los relámpagos de los que había hablado Don Juan hacía un rato, se convirtieron en truenos macabros que con sus rayos destrozaban pedazos de grandes árboles, los cuales caían atravesados justo por la trocha donde debían pasar obligatoriamente estos dos caminantes. Parecía como si algo supiera que ellos iban por ahí y pusiera el clima contra ellos. O tal vez, la energía de los cuerpos atraía la de los rayos. La lluvia que estaba cayendo era poca hasta cierta parte del camino, pero después de un rato comenzó lo que se le conoce como un aguacero, donde gigantes gotas de agua caían a gran velocidad y golpeaban las hojas de los árboles y pegaban fuerte en sus rostros, acortando su avanzar y alargando el tiempo de llegada a la casa. Pero a Simona nada de esto le importaba, ni le temía al poder de la naturaleza porque en su alma llevaba otro dolor más fuerte y una furia que no podía detener ni la lluvia, ni los truenos, ni el complicado camino. Don Juan por su parte, si estaba un poco preocupado pues respetaba la furia de la madre naturaleza y no quería que le sucediera nada a su hija mayor, y trataba de tranquilizarla ya que creía que los rayos así como se atraían por le energía de la vegetación, también se sentían atraídos por la energía de un ser cuando está ofuscado y tiene sentimientos de ira y desespero. Y así como él era de firme temperamento, también era un católico devoto a Dios y la Virgen; entonces empezó a decir una oración que había aprendido hacía muchos años desde su niñez:

Mi Señor Jesucristo, acordaos de mí que soy pecador. Virgen Santísima, rogad por mí, siempre seáis alabada y bendita. Rogad por este pecador a vuestro amado hijo, preciosa hermosura de los ángeles, de los profetas, de los patriarcas, corona de las vírgenes, libradme de aquella espantosa figura cuando mi alma saliere de mi cuerpo. ¡Oh Santísima fuente de piedad y hermosura, alegría de la gloria, consuelo del cielo, remedio de los trabajos! Con vos, Virgen prudentísima, se alegran los ángeles. Encomendad mi alma y la de todos los fieles cristianos, rogad por nosotros a vuestro bendito Hijo y conducidnos al paraíso eterno, en donde reináis y vivís para siempre; y allí os alabaremos eternamente. Amén Jesús.”

Diciendo estas palabras se sintió más tranquilo y sabía que el Todopoderoso los iba a proteger. Así siguieron en medio de disparos que venían del cielo, en medio de grandes pedazos de ramas caídas, en medio de gotas de ásperas lluvias y por encima del barro que quería tragárselos. Caminaron tres horas totalmente a oscuras porque la luna estaba escondida, y la linterna de pilas que traían, ya se había dañado con tanta lluvia. Solo se ayudaban con la luz de los relámpagos y de esa forma consiguieron llegar a su casa, totalmente agotados y con ganas de dormir. Les dieron la noticia a los demás familiares y todos quedaron agobiados. Don Juan cayó exhausto a la cama y encontró el sueño de inmediato, pues ya casi iba a llegar a los sesenta años de edad y toda su vida se la había pasado trabajando fuertemente. En cambio Simona no pudo cerrar los ojos un solo minuto, esperando a que el alba le avise que ya era hora de ir en rescate de Henner; más siendo el tiempo tan cruel, que pareciese como si se hubiera detenido en medio de la noche, pues por más que la madre angustiada trataba de dormir, los minutos no avanzaban y las horas quizás se habían congelado. A tanta espera cantó el gallo y llegó la madrugada; había parado de llover del cielo, pero no de los ojos de Simona que los tenía hinchados de tanto sollozar. Antes de levantarse le pidió a Dios que le diera la bendición y las fuerzas necesarias para enfrentar lo que se venía, pues sabía que las cosas no iban a ser tan fáciles, ya que doña Pérfides tenía mucho poder y además vivía en la ciudad donde poseía más ventajas. Tras un fuerte suspiro se levantó de su lecho, bañó su cuerpo para quitarse la mugre que le había quedado de la noche anterior, se vistió rápidamente con cómoda ropa acorde a la situación: un pantalón negro de lino suave acompañado de una camisa blanca con encajes, un saco de lana, una bufanda, ruana y botas de pantano. Se fue al cuarto de su padre y él ya estaba listo. Tenía puesto un sombrero negro de cuero, camisa negra de manga larga, pantalón negro de lino, una ruana y botas de pantano. Igualmente alistó su revólver y la peinilla en su cubierta y un carriel de cuero con $1.000 pesos. Salió al patio y llamó con un silbato a dos bestias [una mula y un macho] que eran las mejores para caminar por la ardua trocha. Alistó los animales con buenas sillas para que resistieran el descenso de la montaña.

Doña Julia Molina los llamó a tomar el café de todas las mañanas, que lo preparaba en una hornilla construida hacía varios años por Don Juan y sus dos hijastros Federico y Antonio.

<< ¡Vengan a tomar tinto!… >> Simona y Don Juan fueron de inmediato.

Cuando estaban en la cocina tomando tragos de la bebida mañanera, empezaron a planear lo que iban a hacer cuando encontraran a Henner, y doña Julia le daba a su vez muchos consejos de madre a hija.

<< Hija mía. No olvides que una madre presiente todo lo que a sus hijos suceda y pueda suceder. No desfallezcas y actúa con la razón, porque si siempre haces caso a tu corazón, él te puede meter en problemas, pues a veces los sentimientos cuando se pasan de la línea normal, de su nivel, nos hacen expresar palabras y cometer acciones que en vez de ayudarnos nos hunden en el fango; y yo hija, más que nadie, sé lo que es sentir el dolor de la pérdida de un hijo, ya que han sido dos los que han partido de este mundo, y no porque los hayan robado, sino por una rara enfermedad que les dio cuando apenas eran unos pequeños de pocos meses. De manera que ve y busca a mi nieto y tráelo de vuelta a casa, porque no sabes el vacío tan grande que siente una madre cuando recién ha perdido a su hijo. Eso sí, no te vayas sin antes recibir mi bendición porque el único que te puede ayudar es Dios, y Él te guiará por el camino correcto hasta dar con el paradero de nuestro pequeño. Yo quisiera acompañarlos pero no puedo dejar todas las obligaciones que día a día debo cumplir, pues mira tus hermanos están muy pequeños y debo hacer la comida de los trabajadores que nos ayudan con las labores de esta finca>>.

Ya se había terminado el alba, y las gallinas se levantaron e invadieron el patio y detrás de ellas varios pollitos que hacía unos días habían salido de su cascarón, y también llegaron varios piscos. Los cerdos empezaron a hacer bulla desde el corral que quedaba en la parte baja de la casa, y también los cuyes que habitaban debajo de la hornilla empezaron a caminar. Los demás miembros de la familia también se despertaron y se levantaron a tomar café. Todos les desearon la mejor de las suertes y los despidieron con abrazos.

Subieron a sus caballos y empezaron a descender desde la hacienda hasta el pueblo, donde habrían de abordar el bus que iba a la ciudad. El camino estaba todavía mojado y con mucho barro por la lluvia anterior, y no podían acelerar el paso, ya que cualquier movimiento en falso podría causar un accidente fatal para los animales y ellos mismos. Solo podían concentrarse en avanzar bien y tenerse duro de sus caballos quienes conocían bien el camino, y sabían a qué paso y cómo bajaban, y aunque a cada momento se deslizaban, podían tener la tranquilidad de estar seguros.

Lentamente fueron descendiendo hasta salir de lo que ellos llamaban cañada, un lugar de muchos árboles donde baja desde su nacimiento un riachuelo, que ellos conocían como quebrada, la cual más abajo se convertiría en rio. Llegaron a un lugar llamado La Veranera, donde comenzaba la carretera, y al cual llegaba toda la leche de las fincas cercanas ubicadas en diferentes montañas. Este alimento era transportado en machos y mulas que podían cargar dos tinas de 40 kilos cada una, las cuales un caballo o una yegua normal tendrían dificultades para llevar sobre su lomo. Hasta ese lugar llegaba un camión que transportaba la leche hasta la ciudad. Ellos lo conocían como “lechera”, pero también servía de transporte para las personas, ya que era el único carro que subía hasta ese sitio.

Don Juan y su hija dejaron descansar un poco a sus animales, para seguir avanzando por la carretera destapada, que en media hora los llevaría hacia el pueblo. Bajaron más tranquilos y cuando llegaron a Santa Luisa, casi a las nueve de la mañana, el bus ya había pasado hacía diez minutos. Se apearon de sus caballos, y se sentaron a descansar en una piedra, que había cerca del puente que comunica la montaña con el pueblo. Había apenas unas diez casas de bareque, la iglesia católica, la estación de policía, una tienda y una cantina con mesas de billar. Saludaron a Don Abelito, el señor de la tienda, y Don Juan compró dos refrescos, para él y su hija. Condujo los caballos hacia la orilla del río y los dejó beber agua y alimentarse con la fresca hierba. Volvió donde su hija que estaba sentada con la cabeza agachada.

<<No puede ser –dijo Simona con los ojos aguados- ¿Por qué la vida se empeña en hacerme el mal? ¿Acaso he sido una mala hija, una mala madre, una mala hermana?>>

-Y Don Juan le contestó-: << Hija. La vida no es ni justa ni injusta. Somos nosotros mismos los que con nuestras decisiones, con nuestros actos, nos trazamos un destino. Y Dios nos ama tanto que nos dejó libres para ser lo que queramos ser. Y aunque Él siempre está con nosotros, también nos pone pruebas, porque Él nos dejó libres pero no solos. Son esas pruebas las que debemos tomar como experiencias y aprender de ellas. A veces somos rebeldes, desobedientes, nos hacemos los sordos, nadamos contra la corriente y cuando recibimos un castigo nos preguntamos por qué, y hasta renegamos de nuestra suerte. Y no es que no tengamos derecho a equivocarnos, ya que somos humanos y todos los días cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos. Entonces, tranquilízate hija y vayamos más abajo al crucero por donde pasa el bus que viene desde Tenerife. Allí nos iremos en búsqueda de mi nieto>>

-Y Simona dijo -: << Gracias padre por tus palabras que siempre me ayudan a estar tranquila. No perdamos más tiempo y vamos a donde dices, que mi hijo debe estar esperándome >>.

Se montaron en sus caballos, se despidieron de Don Abelito y de algunas personas que se asomaban a las puertas, y rápidamente llegaron al crucero donde pretendían abordar el bus para la ciudad. Cuando estaban allí, saludaron a un conocido quien era propietario de una pequeña parcela con algunos animales y cultivos, la cual quedaba en una esquina del crucero.

<<Buenos días Don Pedro Cañón-saludó Don Juan- ¿Cómo ha estado usted?>>

-Y Don Pedro le contestó -: << Buenos días Don Juan Manrique ¿qué milagro lo trae a usted por acá?>>

-Y Don Juan le dijo: – <<Venimos a tomar el bus que viene desde Tenerife, pues vamos con urgencia para Palmira>>

<< ¿Le pasó algo malo Don Juan?>> -preguntó Don Pedro Cañón con voz preocupada-

-Y Don Juan le respondió:- <<Mi hija está enferma y debo llevarla a un médico>>.

Don Juan era un hombre reservado en lo que se tratara de su vida familiar, serio en sus actos, y recto en sus pensamientos. Por lo tanto, no dijo nada a su amigo Cañón sobre lo que verdaderamente ocurría, y más bien le pidió que le guardara sus caballos hasta que volviera. Don Pedro Cañón le hizo el favor y le dijo que el bus no tardaría en pasar, y así fue; el carro hizo sonar su bulloso pito avisando a la gente que ya iba a pasar, como es costumbre en los pueblos. Pasaron al otro lado de la carretera, donde había una fresca cascada de aguas cristalinas que bajaba de la parte alta de la otra montaña, adornando más el espléndido paisaje natural, y que se une con el río Amaime, el cual nace muchos kilómetros más arriba en los límites con el departamento del Tolima. Este río que pasa por Santa Luisa recibe las aguas del río Toche, que acaricia la hacienda de Don Juan Manrique, donde nace como una quebrada. Más abajo donde muere la cascada en el lugar de espera del padre y su hija, el río Amaime recibe al río Coronado que viene desde Tenerife.

Cuando estaban los dos caminantes al lado de la cascada recibiendo la suave brisa que de ella brotaba, vieron asomar el carro. Era un bus cerrado de color blanco llamado El Corcel y venía lleno de pasajeros que recogía a lo largo del camino, y lo venía persiguiendo una gran nube de polvo, pues la carretera aún era destapada. Entonces Simona tapó su boca y nariz con la bufanda, para protegerse del daño que pudiera causar el montón de polvo. Se despidieron de Don Pedro y le hicieron señas al aparato para que se detuviera. Subieron en él, saludaron al chofer conocido con el apodo de Chocolate, un hombre de tez morena; saludaron también a las demás personas y Simona se sentó en un puesto al lado de la ventanilla, y como no había más sillas disponibles, Don Juan se quedó de pie. El bus arrancó su motor y seguía recogiendo algunos pasajeros hasta que ya no le cabía uno más, y la hija de Don Juan miraba imágenes de Jesús y la virgen que estaban pegadas en el parabrisas, con mensajes alentadores “Dios es mi guía” y “si Dios está contigo, nada te faltará”. Ella se encomendó a Dios y pidió que todo saliera bien y que pronto pudiera ver a su hijo. Mientras tanto, el Corcel avanzaba con su nube atrás y pararon en un estadero llamado Carepalo, donde todos bajaban del vehículo y llenaban su estómago con algunas empanadas y un café en leche. Chocolate y su ayudante desayunaban con arroz, huevo revuelto, papas fritas y café en leche. Simona no quiso bajar del aparato y los quince minutos que le tocó esperar le parecieron eternos y por primera vez en su vida renegó del lugar y deseaba que no existiera. Su padre por su parte si comió un pandebono con un café sin leche. Se montaron todos al transporte siguiendo su viaje hacia la ciudad y pasaron por el puente de Las Águilas, que era muy alto y desde arriba se divisaba el río Amaime mucho más pequeño de lo normal.

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