Di mi nombre

Di mi nombre

Ema UB

25/03/2020

«Di mi nombre y juro por todas las almas que me he tragado que te ayudaré. Prometo darte lo que me pidas»

Después de escuchar semejantes palabras pensé que aquello también era una alucinación de esas tantas que había tenido en estos últimos días de insomnio absoluto. Para aquellos que no lo sabían, desde que fui una cría tenía desordenes del sueño, en primera instancia padecí de hipersomnia y en segunda, de parasomnias que me causan dudas crónicas respecto a la separación entre sueños y realidades. Por lo antes dicho, era normal pensar que seguramente el cerebro se atrevía a jugarme una finta para avivar mi muerto sentido del humor.

Estaba yo regresando a casa; justo ahí, entre el cruce de caminos que dan entre el bosque y el río, justo allí dónde da sombra el inmenso abedul muerto al que todos le tienen miedo, si, allí mismo dónde desapareció hace años aquella pareja de amantes, si justo allí junto a la pila de rocas en la que las chicas atolondradas hacen sus aquelarre y juegan al vudú, si justo allí estaba yo, botella de agua en mano, camiseta enorme, shorts de dormir, pantuflas, mi perro y un teléfono móvil de adorno por su inutilidad, estaba sin batería.

Como verán, el lugar y yo no teníamos fachas tan positivas, por todo esto, entre otras cosas, el ambiente del lugar estaba un poco cargado, pero nada había visto, y mientras no ver pues no creer, hasta que escuché el susurro. Así que, por esas decisiones estúpidas que algunos tomamos como darle segundas y quintas oportunidades a tu ex, así yo también le seguí la pista a semejante voz y ofrecimiento.

Seguí la voz hasta las orillas del río, en ese lugar moría todo sonido, el silencio gobernaba todos los alrededores como si se tratara de un bucle de tiempo. Eché un vistazo hacia el horizonte, sintiendo la brisa, pero lo que me causaba cierto asombro es que la correntada de agua viajando entre las rocas no generara un solo ruido, que los pájaros que aparentemente movían algunas hojas de los sauces estuvieran mudos. Tanto silencio me desconcertada, de una parte, de las aguas del río burbujas salían desde las profundidades y él apareció, me quedé mirándolo sin una gota de miedo o ahora que lo pienso, creo que también a él lo imaginé.

Aquel ser caminó lentamente hasta la orilla, se detuvo en frente mío, sonrió levemente diciendo «Te recuerdo y tú deberías recordarme, tú y yo hemos charlado durante mucho tiempo»

«Di mi nombre y podré ayudarte tal cual tanto lo necesitas, apagaré ese motor agonizante que genera ese semblante tan retorcido, poco humano, muy poco tú. Ese corazón que tienes ya no te mantiene, es una máquina de humo viejo que te intoxica a cada paso que das, corrompe tus pensamientos y te ahoga en pesadillas atroces que preferirías olvidar, pero puedo verlas a todas a través de esos fastuosos ojos marrones que casi se extinguen, casi se ceden a quién no debería y casi cierran pactos que no corresponderían, en cambio pactar conmigo te asegura la venganza que tanto anhelas.

Di mi nombre y conocerás la gloria de ser lo que realmente eres. Podrás regresar al mundo que te arrojó sin una sola gota de aflicción. Altiva, soberbia, lista para devorar el mundo que te echo a un lado. Yo puedo hacer que olvides todos esos padecimientos, regalarte un nuevo nombre, un nuevo corazón y una nueva forma.

Di mi nombre y en segundos el mundo que tanto odias se caerá a pedazos. Di mi nombre y me convertiré en el guardián de tus pesadillas. Di mi nombre y volverás a dormir como lo solías hacer, sin pensar en él. Sin pensar en el dolor de tus muertos. Sin sentir el ardor de tus errores. Sin ahogarte con el peso de tus desengaños. Sin la enfermedad que carcome tú corazón.

¡Di mi nombre ahora! antes de que el tiempo siga su curso, antes de que yo olvidé una vez más que siempre te he amado. A ti niña de carne y hueso, a ti preciosa ojos marrones, a ti pecas por brazas de infierno, a ti que supiste hablarme en medio de la oscuridad trayéndome de nuevo a está podrida vida humana»

Desapareció la voz, desapareció el trauma de aquellos ofrecimientos tan dichosos.

Lo escuché, lo miré y no recordé nada, no sabía cómo se llamaba, no recordaba una sola vez en la que yo hubiera hablado con él y así como apareció, desapareció de sopetón. Se escuchaba de nuevo el canto de las aves, el sonido del agua del río chocando entre las rocas, mi perro ladrando a la nada y yo sin creer lo que había ocurrido, visto y oído… Segundos después, caí de rodillas allí en esa mima orilla, lo recordé…

Lo recordé… Pero él ya no estaba, murió hace diez años.

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