Mujeres. Siempre mujeres. Mujeres y sentir placer. Su mundo siempre había estado plagado de mujeres y rebosante de egoísmo.
Otra fémina más le aguardaba ahora. Sabía que la Parca estaba a punto de darle jaque mate.
Tumbado en la cama del hospital, desahuciado, esperaba su final vagando entre los recuerdos de su vida.
El cuerpo de la mujer siempre había sido su gran debilidad. De hecho, la única. Se había casado con el convencimiento de que su apetito iba a quedar por fin saciado, porque, aunque nunca había tenido problema para darse alegrías, lo cierto era que le iba apeteciendo la tranquilidad de lo seguro. Pero no tuvo suerte. No pasó demasiado tiempo antes de volver a necesitar otros estímulos, porque, para su enorme decepción, su mujer resultó demasiado pasiva, incluso aburrida, en la cama.
Se preguntó si no vendrían a despedirse de él sus hijos. Sabía que no le habían perdonado que abandonara a su madre, después de treinta y cinco años de matrimonio y en el momento en que ella se encontraba más vulnerable y necesitada de ayuda.
Recordó que, no hacía tanto, rondando la sesentena, su cuerpo todavía le seguía agradeciendo los años de duro deporte que había practicado en su juventud, y su considerable altura, una mandíbula cuadrada y una espesa cabellera y cuidada barba salpicada por numerosas canas le proferían un atractivo entre las mujeres que él no dejaba de aprovechar y rara vez acudía a las profesionales, salvo cuando le apetecía algo un poco más intenso y excitante.
Sonrió al recodar aquella noche en que volviendo a casa un grupo de jóvenes mujeres le habían piropeado sin pudor alguno.
Fue poco mas o menos entonces, cuando Marisela se cruzó en su camino. Era quince años más joven que él, estaba casada y tenía un hijo, pero se enamoró perdidamente de él y se enredaron en una relación furtiva. Ella era puro gozo en la cama y aunque él no estaba enamorado, lo que ella le daba le bastaba para plantearse dejar a su mujer amargada, histérica y discapacitada y pasar el resto del tiempo que le quedara disfrutando la vida sin tener que volver a esconderse.
Pero temía la opinión de sus hijos, de sus vecinos y de esa sociedad en la que él siempre había exigido a los demás una moralidad férrea, sin debilidades y sin perdón. No había dudado en desprestigiar públicamente y despreciar sin clemencia a cualquier que estuviera marcado por algún vicio para él inadmisible.
Marisela volvió a aparecer en su recuerdo. Había bajado un momento a la cafetería. Ella si que le había amado desde el principio, sin miedo, con una entrega total. Había abandonado a su marido solo para esperar que él se decidiera a dejar todo su pasado y empezar un nuevo viaje con ella. Marisela …..
Recordó aquella noche en la que llegó tarde a cenar a casa después de disfrutar del cuerpo desnudo de Marisela. Los reproches y llanto de su esposa, unido a las recriminaciones de sus hijos, le golpearon con fuerza. Fue entonces cuando lo decidió. No malgastaría ni un segundo mas de su tiempo en aquella casa tóxica.
Marisela …, a la que había abandonado sin explicaciones cuando, de repente y sin esperarlo, había aparecido Gaisma en su vida, y su mundo se volvió del revés. Todo dejó de tener sentido. Inexplicablemente la felicidad lo arrastró y, por primera vez, una mujer se convirtió en el centro de su vida. Sin darse cuenta y sin poder contenerse, fue él quien empezó a exigir y a recriminar. Los celos le devoraban. Se convirtió en una obsesión que todos supieran que esa mujer era suya. Necesitó publicarlo en las redes sociales y le exigió a ella que hiciera lo mismo. Llegando en su desvarío a negarse a que ella pudiera salir de casa sin acompañarla. Ella intentó explicarle, pero él no pudo aceptar otras reglas que no fueran las suyas. Y Gaisma se fue.
Con el orgullo herido y el corazón roto había vuelto su mirada hacia Marisela, quien, a pesar del dolor y humillación infringida no dudó en perdonarle, darle cobijo entre sus brazos y amarle.
Y habían unido sus destinos. Pero no sus almas.
Ya no necesitó mostrarle a la sociedad su nueva relación, simplemente dejó que existiera.
Per pronto volvió a necesitar encontrar sensaciones nuevas. Y como tantas otra veces, salió a buscarlas.
Y si Marisela lo sospechó nunca dijo nada. Allí seguía estando con él acompañándole en esos postreros momentos.
La cortina del ventanal abierto se meció por una suave brisa que traía olor a flores recién regadas.

Cerró los ojos para llamar a la imagen de Gaisma. ¿Por qué no quisiste quedarte conmigo? preguntó al vacío.

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