Y entonces todo cambió, lo que antes era prioridad pasó a no tener la más mínima importancia. Imaginamos la tercera guerra mundial con misiles y AK47 y resulta que al final nos estamos matando a besos y abrazos y con tanta información cruzada que nuestras mentes comienzan a desdibujar realidades y hacemos libretos en vez de vidas.
Nos estamos volviendo hipocondríacos, médicos naturalistas, germofóbicos, maniáticos y en medio de esta vorágine de pánico y ansiedad culpamos al que se contagia, al que muere y es que en la desesperación no hay espacio para el amor, ni para la solidaridad.
Nos gana el morbo y nos volvemos crédulos y emisores de cuanta tontería nos llega, nos volvemos verdugos implacables de nuestra propia historia.
Entonces en medio del caos, pasando por túneles de incredulidad, irrealidad, desasosiego y muerte, recuerdo que ni la hoja de un árbol se mueve sin la voluntad del Todopoderoso y que si mi Fé fuera del tamaño de un granito de mostaza podría ver con claridad que su voluntad nunca me llevará a donde no me proteja su gracia. Que mi Dios no es un Dios de castigo, sino de perdón. Entonces vuelvo a confiar, con la certeza de que todo estará bien.
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