Hay personas que viven tranquilas mirando sus regazos de tejidos cuidadosamente seleccionados. Viven entre muebles de aguja de madera oscura, con sus patas tan elegantes y esas luces de colores perfectos, todos el mismo.
Envidio sus vidas esféricas, pero es tan oscuro el sabor de la centolla…
Hay personas que acaban sumidas en la oscuridad puntiaguda, ancladas a un sueño profundo con ambición de faquir. Pisan un suelo afilado de hojas podridas y cuarzo y agarran sus entrañas en un puño.
Entre el cinismo de la aguja y la perfecta redondez del arquitecto hay una sucesión de geometrías impuras, planas y cuadrangulares como romboides o trapecios, como casas con jardín.
Hay personas que envilecen su forma angulando su cristal de boya antigua. Asoman sus narices cuando baja la marea para escuchar, como de fondo, el traqueteo que hacen los cangrejos moros al chocar contra los espigones, y el rasgar de sus bocas en la arena mojada de la playa.
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