Antes de nada, que sepáis que andaba yo muy tranquila con mi soledad, lo que ha ocurrido ha sido de improviso. ¡Vamos que yo no andaba buscando tal situación, algunos vientos del azar lo trajeron hasta mí!
Ya sé que algunos dirán que esto ya se ha convertido en una serie de recuentos de historias poco coherentes que la gente inteligente no cometería, pero como yo quiero que aprendan de mis errores me arriesgo a contaros un poco y tal vez para que desprendáis una que otra sonrisa.
¿Qué estaba buscando yo aquella tarde de lluvia en una cafetería vacía? pues os diría que nada en especial, pero seguramente intuyen que mi principal razón para estar allí era escapar de la lluvia, salvaguardar mi vida de un rayo (que seguramente lo tengo bien merecido) y beber café, aunque debo aclarar que no tenía más que un par de dólares en el bolsillo y el pase de autobús, así que pues intuirán que no me podía dar grandes especialidades como pedir un café “kopi luak” (café hecho de caca).
Solicité un café solo con un precio no tan económico de un dólar con cincuenta céntimos, que sepáis también que a mí me parece costoso todo (digamos que soy una coda), pero insisto, pagar un dólar con cincuenta céntimos por exactamente un mini bocado de café, ya me quejaré en otro apartado de tal situación.
Estar sola en una cafetería, en una mesa del rincón, puede despertar sospechas entre los meseros, lo cual podría estar bien como podría estar mal, en especial si te lanzan miradas extrañas o de misericordia, supongo que imaginan algo como «Pobrecita, le han dejado varada como ballena en orilla»
En medio de tanta sospecha y cizaña uno de los meseros se acercó comentando lo siguiente: «Llueve mucho, supongo que ya llegará, cuando llueve siempre se retrasan, pero si no llega, sepa que es usted muy bonita, así que no tiene nada que envidiarle a nadie… Si él no viene, yo puedo hacerle compañía»
Mi cerebro se ralentizó un poco y me quedé en silencio por el período de tiempo que a aquel camarero le llevó sentarse en la solitaria silla que sobraba en mi mesa. Ponerse cómodo y empezar una especie de cita no premeditada, es algo que hizo en un tiempo que batía récords de cuestionamiento. Cuestiones que me pasan a mí por mi cara balurda y berreada.
Cuando reaccioné, él ya llevaba medio camino de conversación, otra taza de café y un postre recién solicitado, recuerdo mover la cabeza como asintiendo de mi suerte, mirar a la puerta esperando que terminara de llover para retirarme, pero entonces me atrapó el sentimiento de responsabilidad y agradecimiento, puesto que este hombre lo único que hacía era ser caballeroso, así que le seguí el hilo de plática.
Recuerdo agradecerle la compañía y aclararle que yo no esperaba a nadie, simplemente estaba huyendo de la lluvia y no había un alguien que estuviera rompiendo mi corazón o causándome algún pensamiento dubitativo sobre las emociones humanas. Personalmente, creo que fue muy mala idea aclararle esto, de pronto la actitud de este personaje evolucionó a plena confianza.
«Entonces estás solita, bueno no hay problema yo te acompaño, igual no pasa nada porque no hay clientes y también me da pena ver a una chica triste.»
Primeras palabras soltadas de esa boca y primer sentimiento de hostilidades, aunque también me engañé pensando en que se trataba de una broma.
Bebía mi café serenamente mientras escuchaba una serie de relatos sobre gente que venía a la cafetería, no ordenaba nada y ocupaba una mesa durante horas o gente que pedía un café lo bebía a un sorbo por hora para quedarse casi tres horas con un consumo miserable. He de decir que, en este punto de sus relatos me sentí persuadida a pagar la cuenta y retirarme, puesto que me estaba cayendo el ocho. Yo era una de esas clientas que estaba por horas con un café barato tan solo por huir de la lluvia.
Mientras me ponía de pie agradeciendo por la conversación y el buen café, aquel caballero me acompañó hasta la salida, en ese momento me dijo lo siguiente, literalmente lo voy a relatar porque es digno de replay:
«En quince minutos termina mi turno e iré a mi casa, vivo solo y no hay nadie que moleste, veo que eres una chica interesante, serena, callada, misteriosa y a mí me gustan ese tipo de mujeres, por eso me he acercado a ti. Lo que quiero es muy simple, por el tiempo de conversación que he tenido contigo, el detalle de hacerte compañía, me gustaría apalear este frío de la lluvia con alguien… No sé, pensé que ese alguien podrías ser tú, lo que quiero es que vengas a dormir conmigo, tú dijiste que estabas sola, yo estoy solo, ya es tarde… El plan es simple, un poco de música para relajarnos y después seguimos con la noche que nos merecemos… Puedes esperarme aquí afuera, salgo en diez minutos, tomaremos un taxi e iremos a mi casa.»
Aquel individuo no me dejó acotar una sola palabra, se mandó una oratoria de petición y después me dio una orden fija; esperar afuera a por él.
Primer error; pensar que una simple conversación puede llevar a cuestiones más íntimas. Segundo error; darme instrucciones de esperar, como si yo hubiese aceptado algo. Tercer error; asumir que todas las personas que beben un café en soledad están necesitas de sexo con urgencia… ¡Pamplinas!
Fue así como una tarde normal de lluvia se convirtió en un intento de cita forzosa.
El tipo ingresó a la cafetería, yo crucé la calle, seguí por la acera hasta la parada de autobús y me fui a casa.
He de decir que tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras viajaba, que la gente a mi alrededor pensaba que estaba loca, pero bueno, es que el mundo está un poco loco o yo estoy loca que no termino de entender las formas modernas de ligar o las formas modernas de amar o tal vez es la forma más barata de conseguir sexo gratuito sin realizar inversión en el mundo rosa.
Esta vez no fui yo, fue el tipo de la cafetería…
Atentamente,
La chica que huía de la lluvia.
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