Sentada ante el amplio ventanal miraba distraídamente la bahía Tumaco.
Por primera vez su padre se había decidido a confiarle una operación de blanqueo de capitales. Y ella lo llevaba deseando demasiado tiempo.
Hacía mas de tres años que había terminado su carrera universitaria, pero su padre no se decidía a darle entrada en su entramado de oscuros negocios. Y ella, desde que recordaba, siempre había deseado llegar a ser su mano derecha en la empresa familiar, aunque fuera una empresa de muerte y aunque ella no fuera la primogénita.
Su primera misión era tediosamente sencilla, solo debía representar ser una joven recién casada que iba a adquirir, junto a su esposo, el que sería su hogar en el barrio mas caro y exclusivo de Villavicencio.
Y allí estaba, repasando mentalmente la actuación que simularía ante los vendedores, en el despacho del Fedatario.
Sandra Milena deseaba tener una actuación perfecta para demostrarle a su padre que podía confiar en ella y por eso, en el fondo, le fastidiaba que el riesgo de malograrse la transacción fuera casi inexistente, pues el notario era íntimo amigo y colaborador en los turbios negocios de la familia.
Posó su mirada en Thiago, el guardaespaldas que le había asignado su padre, y que asumiría el papel de callado esposo. Le vio observarla con expresión imperturbable, con casi tanta indiferencia con la que ella le miraba a él.
No, no era su tipo, ni tan siquiera para un desahogo.
Su padre había decidido comprar aquella mansión, a un precio bastante superior al que podría haber conseguido jugando sus cartas siempre marcadas, pero, por algún motivo, le urgía la compra.
Hacía más de una semana que el primer narcosubmarino de la familia, pilotado por su padre y cargado con tres mil kilos de cocaína de extrema pureza había partido hacia costas españolas, y ello desbordaba el orgullo que Sandra Milena sentía hacía su papá.
Le vino a la memoria una noticia que había visto en la televisión mientras desayunaba. Contaban que varios adolescentes habían muerto y que otros tantos estaban hospitalizados por consumir droga adulterada en Trujillo, donde había tenido lugar el macro concierto de Metallica.
Casi todos los cárteles adulteraban la droga, pero la familia nunca lo había hecho. Ellos cortaban la droga exclusivamente con efedrina, metilfenidato o ritalin, sustancias avaladas por la industria farmacéutica. Y eso, además de hacer que su cocaína fuera la más segura, conseguía que sus distinguidos clientes pagaran sin rechistar lo que se les pedía por ella.
Recordó a su padre afirmando que aunque lo primordial era enganchar al “drogata”, “lo que marcaría la diferencia” sería captar a la élite económica y política de todo el mundo.
Vio como Thiago sacaba el teléfono móvil y tras escuchar al interlocutor su expresión se tornaba sombría y preocupada.
Clavó en ella su mirada.
Con lentitud exasperante empezó a contarle que, según le habían informado, el narcosubmarino había encallado en el fondo marino de la ría de Ares. Las autoridades habían conseguido finalmente sacarlo del fondo marino y remolcarlo a playa, pero había transcurrido demasiado tiempo. Las fuentes oficiales informaban que el oxigeno se había consumido implacablemente y toda la tripulación había perecido.
Sandra Milena sufrió un brutal estremecimiento. Su padre muerto. El centro de su vida.
Pero solo fueron unos pocos minutos. Sin saber cómo, el pragmatismo fue adueñándose de su mente.
Papá le había educado para luchar contra todo y contra todos. También contra si misma.
Y lentamente empezó a alegrarse de que Papá nunca llegara a enterarse de la guerra que iba a desatarse en la familia.
Porque ella demostraría a todos que, por delante del inepto primogénito, era la única que podía garantizar la supervivencia del clan.
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