¿Conoces la sensación de vértigo cuando crees que la vida es maravillosa y un acontecimiento fortuito hace que toda esa felicidad desaparezca de un plumazo?
¿Has sentido alguna vez que por fin tu vida tiene algo de sentido y de repente estás en una lancha a la deriva?
¿Alguna vez has sido consciente del momento exacto en que todo se fue a la mierda?
Si, no, quizás…
Yo tengo las respuestas para el descarrilamiento de mi vida. Si lo miro en retrospectiva fue la caída al pozo de la desesperación lo que me hizo ser quien soy ahora o si me pongo profunda ser quien fui en una época pasada y había olvidado.
Para poneros en situación todo comenzó… bueno no sé exactamente donde poner la fecha de inicio así que empezaré por la mañana del 24 de Diciembre de 2019.
Era una mañana lluviosa, en realidad no sé como era la mañana era para darle dramatismo. En fin, el caso es que como persona de rutina me levanté de la cama a ritmo de Barbie girl de Aqua, me puse unas zapatillas con forma de unicornio y fui directa a la cocina.
Tengo que confesar que tengo un pequeño problema de adicción al café, necesito ese chute de energía para ser una persona humana. El estribillo de la canción se me había incrustado en el cerebro y lo canturreaba mientras esperaba a que la vieja y destartalada cafetera italiana me suministrase mi droga.
-Si vuelvo a oír esa mierda de canción una vez más juro que ahogaré tu móvil y lo dejaré morir a ritmo de pop de los noventa.
Morgan, mi compañera de piso, no era muy fan de las mañanas y menos aun de las aderezadas con Aqua. Para calmar a la bestia le serví un café bien cargado en su taza de Metallica y ya que estaba y era a lo que había venido, me serví uno para mí en una hermosa copia de Chip de la bella y la bestia.
Sé que es el principio de la historia y que quizás sea un dato intrascendente, pero me parece oportuno mencionar que tengo un problema de tazas. Soy como la pitonisa de la vajilla, quiero decir, dime de donde bebes y te diré quien eres. Me explico si tu taza favorita es la que tienes desde los cinco años diré que eres un sentimental. Si tus tazas son de lugares que visitaste pensaré que eres un aventurero. Si tu taza es de cartón y llevan puesto tu nombre pensaré que eres un cutre. Si, lo admito. Juzgo a la gente por una idiotez.
Después de este absurdo dato, prosigo. Me tome el delicioso líquido con pequeños y ruidosos sorbos mientras miraba al infinito y soportaba las maldiciones de Morgan y los insultos que profería todas las mañanas a Levi Hutchins (Si no sabéis quien es os recomiendo que lo busquéis en la wikipedia) Después de cinco años conviviendo con Morgan sabía perfectamente que era mejor dejarla sola y desahogarse a gusto.
Por lo general soy una persona de ducha rápida y tiene su explicación. Mi dormitorio es lo que algunas personas malintencionadas llaman un caos. Yo no niego que esté un poco desordenado y que tarde una media de quince minutos en encontrar unas bragas limpias. Lo importante es que al final las encuentro,no siempre son bonitas y aquel aciago día mi culo fue ataviado con unas horrorosas bragas de abuela o dicho de otra forma (y las mujeres me entenderán) bragas de regla.
El conjunto que llevaba no era mucho mejor que las bragas. Un par de calcetines desparejados, una falda de lana marrón y una camiseta con un zombi cabalgando un hipopótamo.
Es curioso de las cosas de las que te acuerdas y las que no. Se que llevaba esa ropa porque me miré al espejo y me dije «voy de puta pena» Me encogí de hombros, me hice un moño deshilachado que sujete con un lápiz color verde y abandone la casa con mi inseparable chupa de cuero a medio poner y un gigantesco bolso de cuero negro.
La nieve estaba negra teñida por la polución, crujía bajo mis pies ¡Ahora lo recuerdo! Esa mañana no llovía, pero hacía un frío de mil demonios. Me arrebuje en la chaqueta y canturreaba Saturday Night de Wilfred. Como todas las mañanas me detuve en Schawn. Para los que no lo conozcáis es la peor cafetería de la ciudad. La camarera es desagradable, el local huele a pies y todo está extremadamente pegajoso.
¿Os preguntaréis que por que iba a ese sitio tan encantador? Pues la respuesta es bien sencilla. Prefiero ese sitio lúgubre y desolador a cualquier mierda de cadena de cafeterías. Ese lugar no edulcora los cafés con lágrimas de empleados en condiciones precarias. Me gusta el café y mis principios y si tengo que pasar por unos cuantos gritos de Brunhilde para tomar una bebida digna lo haré.
La regordeta y desaliñada camarera estaba tras la barra con el ceño fruncido y le gruñía a un pobre diablo que había osado molestarla en su apacible día.
Aun después de tantos años siendo clienta de Schawn sigo sin comprender como esa mujer conseguía mantener el negocio a flote. Nunca la había visto tratar bien a un cliente y aun así siempre estaba lleno. Debe ser que esta ciudad está llena de gente con principios.
Me senté en el único taburete que había libre, por desgracia el más cercano al cliente que estaba sufriendo las consecuencias de haber contrariado a Brunhilde. Era un hombre joven, más o menos de mi edad, en los felices años veinte…tantos. Su traje de tres piezas le hacía parecer más mayor, su cara estaba roja como un tomate (Supongo que debido a la vergüenza de que te griten en medio de un establecimiento) Tengo que admitir que vi más allá de sus rosadas mejillas y el hombre era especialmente atractivo, con el pelo negro perfectamente peinado y los ojos de un color impreciso, en aquel momento me parecieron marrones con toques verdes mezclado todo ello con miedo dirigido a la señora Brunhilde.
En algún momento la situación pasó de hacerme gracia a sentir lástima por aquel hombre. La camarera había pasado a regañarlo en alemán. Solo había visto a Brunhilde hacer eso una vez, lo llamo la crisis del refresco light.
Como mujer empática y caritativa me apiadé de aquel pobre diablo. Recé a todos los Dioses habidos y por haber que la bronca no acabase sobre mí.
-Perdone señora Acker, me podrías poner un café por favor. Voy con un poco de prisa.
Educado y correcto, nada podía salir mal.
-A si que la señorita tiene prisa. Pues te traigo noticias frescas desarrapada me importa una mierda lo que te pase a ti y a Don quiero café con vainilla. Es mi maldita cafetería. El café se toma solo y se sirve cuando a mi me da la gana.
Me sentí como una idiota. Miré con los ojos desorbitados al señor vainilla y comprendí el enfado de Brunhilde ¿A quien coño se le ocurría entrar a esta mierda de cafetería y pedir semejante cursilería?
Me arrepentí al instante de haber tratado de ayudarle y tengo que admitir que barajé la posibilidad de abofetearle cuando me echó lo que yo consideré una mirada lasciva. Esperaba un gesto de agradecimiento no un escrutinio incómodo.
Aparté la mirada del ingrato y me concentré en los movimientos de Brunhilde. La mujer preparaba los cafés con la eficacia de alguien que lo lleva haciendo muchos años. Tengo que decir en su contra que su forma de servir no era tan cuidadosa. Arrojó los cafés con desgana sobre la pegajosa barra salpicando todo a su paso.
El señor vainilla revolvía metódicamente su café mientras hablaba en un idioma extranjero por su móvil. Yo aun seguía un poco nerviosa y los ojos de halcón de Brunhilde no calmaban mis nervios. Tampoco ayudo que la camarera señalase el reloj sobre la cafetera.
Me bebí aquel café de dos tragos abrasando todas y cada una de mis papilas gustativas. Dejé el importe exacto de la consumición en la barra y me fui de Schawn sin dirigirles un segundo vistazo al cliente antipático y mucho menos a la camarera.
La librería donde trabajaba estaba dos calles más abajo de la cafetería. La verja de seguridad estaba levantada y eso amigos era una mala señal, os explico. Se suponía que yo debía abrir la librería a las nueve en punto y se pasaban cuatro minutos de la hora. Mi jefe era algo obsesivo, diría incluso que rozaba la enfermedad mental. Si algo se salía de su esquema se volvía loco y era yo la que pagaba las consecuencias.
Me acuerdo perfectamente de todos los detalles porque ese momento fue el punto inflexible sobre mi descarrilamiento. Traspasé el umbral y la odiosa campanilla repiqueteaba ruidosamente avisando de mi llegada. Pierre, mi jefe, estaba en la sección de biografías mirando su reloj de bolsillo una y otra vez.
-Buenos días Pierre.
-LLegas tarde, tarde, tarde. Muy tarde.
-Han sido cuatro minutos. Me quedaré cuatro minutos más.
-Es la tercera vez este año – Gritaba como si le hubiera poseído el mismísimo Satán – Eres una irresponsable Eba, estás despedida, no quiero a vagas ni impuntuales en mi tienda.
Me daba miedo abrir la boca, Pierre estaba profiriendo un chirrido espeluznante fruto de su frustración por mis cuatro minutos de retraso. Retrocedí con las manos en son de paz y tanteé la puerta en busca del pomo. Salí de allí con una bola de fuego en mis entrañas, la ira y la idiotez se apoderaron de mí en aquel instante en el que me di cuenta que acababa de perder mi sustento de vida. La puerta se cerraba lentamente, la campana sonaba y Pierre gritaba y en medio de ese extraño momento lo solté.
-Eres un puto capullo Pierre.
No fue una frase ingeniosa y aun así hizo mella en mi jefe. Agarró uno de sus preciados libros y lo arrojó hacia mí. El arma homicida iba directa a mi cabeza por suerte la puerta ya se había cerrado y el asunto se quedó en un leve intento de asesinato. El colofón de mi despido llegó con otro acto impulsivo, levanté los dos dedos corazones y me fui sin más con una sonrisa satisfecha en el rostro. No todos pueden decir que han mandado a la mierda a su jefe.
Esa satisfacción duró poco y se esfumó con una pregunta ¿Cómo coño iba a pagar el alquiler? Dos lagrimas resbalaron por las mejillas, las piernas me empezaron a temblar y un peso horrible se me instaló en el pecho.
A pesar del frío y la nieve no tuve más remedio que sentarme en la acera para poder serenarme. Esa mañana lloré como hacía tiempo que no hacía. Creo que no era por tristeza de haber perdido el empleo o no del todo, lloré por todas las cosas que estaban mal en mi vida.
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