No le digas a tu hijo lo que tiene que hacer, escúchale, oriéntalo y déjalo caminar. No importa si se equivoca, si se tropieza o si los ves caer; los tropiezos, las caídas y los errores son necesarios para poder aprender.
Los hijos son el espejo en que nos vimos ayer. En ellos reflejamos nuestras frustraciones, nuestros errores y lo que no debimos hacer. En ese espejo de hoy proyectamos tristezas, rabia y miedos; que arrastramos sin poder comprender, que todo lo malo o bueno que tú pudiste ser lo has vaciado en ese molde, que hoy cuando te miras en él, quieres con un reproche o un castigo tratar de borrar el mal proceder.
Tu imagen siempre hace vida en sus adentros porque eres parte de él. Donde vaya, donde se encuentre, cuando habla, cuando calla y lo que haga; será tu sombra que lo dirige sin el poder entender. Cuando reproches, castigues, reprimas, insultes u ofendas; quizás sea tu propio yo, tu propio mal, que aparece en ese momento lavando culpas que llevas por dentro desde aquel ayer.
OPINIONES Y COMENTARIOS