Camino a Sacramento

Camino a Sacramento

Nicolás Loza

09/02/2020

Era una noche de septiembre y hacía calor. Hacía unas horas que habíamos pasado Rosário do Sul. Yo manejaba y él venía de acompañante.

-Cómo no podes estar comprometido con esas causas- me dijo.

-No sé, hace tiempo que ya no pienso en causas colectivas o sociales, las considero idioteces- le dije. Me miró y luego se concentró mirando al frente. Estaba bien despabilado, sin sueño.

En una época fuimos compañeros en la universidad, hasta llegamos a militar para un partido político de centro izquierda. Él lo seguía haciendo y cada vez que podía iba a “el partido” o la “seccional” a dar su punto de vista. Recuerdo que en su juventud, debatía con los radicales y los socialdemócratas; se pasaba las horas discutiendo a Marx y escritores de esa densidad. Hoy está fascinado con las ideas del calentamiento global y el ecologismo, su comportamiento etílico es desordenado, se le notan las canas y ha perdido un poco de pelo.

La noche era calurosa y húmeda. La oscuridad acompañaba a una seriedad que no había sentido desde el día que murió mamá. Bajé la ventanilla de mi lado y él hizo lo mismo.

-Me parece que las ideas políticas de los verdes y la tendencias de consumo ecofriendly son impulsadas por el sistema capitalista global y que es una etapa superior a la que conocíamos, solo eso-le dije. Guardamos silencio por unos instantes.

-No comparto tus ideas conservadoras- me dijo. No hablamos hasta que llegamos a Rivera.

Era de madrugada pero nosotros estábamos bien lucidos. Habíamos dejado Brasil y eso nos daba una sensación de cercanía y seguridad. Íbamos a descansar hasta el amanecer.

Frente al hotel había un kiosco. Compramos un whisky barato y una Coca Cola. La noche era espléndida y nos apoyamos en el capó del auto para ver qué pasaba. A unos pocos metros había gente haciendo cola para entrar a un pub. Allí, dos borrachos discutían exaltadamente con los guardias de seguridad. Frente a ellos, una pareja se daba besos de lengua.

Mientras el whisky me corría, ardiente por la garganta, le dije:

-Apuremos el trago- al mediodía deberíamos estar en Colonia del Sacramento. Tenemos tiempo pero no para regalarlo a la pereza.

Él fumaba tranquilo y miraba el cielo negro del Uruguay. Yo era la primera vez que andaba por esos lados.

-No creo que me vaya a llamar, está en línea todo el tiempo pero no me escribe- me dijo.

Respiré profundo y bostecé. Me rasqué la cabeza.

-Tal vez cuando lleguemos a Entre Ríos, me compre una bicicleta. Aportaré al medio ambiente-, le dije.

Me miró, se pasó la mano por la nuca y sonrió.

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