CON EL POETA ABRAHAM GRAGERA: MIS TRES POEMAS DEDICADOS.
“Ahora
imagina que fuésemos capaces de renunciar a cualquier ilusión, incluso
a la de ser inmunes a las ilusiones”
ABRAHAM GRAGERA, “Nuestros nombres”.
NUESTRO NOMBRES
Las ilusiones son la máscara de lo improbable, de una incertidumbre, a veces caótica y estresante.
Dentro del silencio siempre existe un secreto encubierto, y la metáfora también lo disfraza.
Que todo lo que existe tiene un nombre o significante, y éste está secuestrado en su Torre de Babel idiomática.
No callamos los tormentos, éstos terminan traduciéndose por pensamientos benevolentes, pues sino una metralla hiere nuestra alma y somatiza monstruos en nuestros músculos.
“EN museos, en libros de arte, trato de adivinar siempre en qué cuadros
les gustaría vivir a las personas que admiro, los seres que amo, aquellos
que recuerdo por soñar…”
ABRAHAM GRAGERA, “A la altura, a medida”
A LA ALTURA, A MEDIDA
En los microrrelatos y relatos, trato de adivinar en qué historias les gustaría fraguarse a los personajes de mis fantasías.
Y digo fantasías, porque algunos de mis personajes, también de mis poemas en prosa, son ficticios, así la imaginación se desborda en vivencias, que siendo improbables, se vuelven reales mientras se narran.
Poner en boca de mis personajes lo que no es políticamente correcto, cuestiona juegos de ideas antitéticas, que afianzan aún más lo políticamente correcto y libera de tensiones y demonios a los pensamientos encubiertos. Una mala educación que se delata, se confiesa, y se exculpa a sí misma ante lo delatado y se confiesa sincera en el ámbito estrictamente ficticio.
“Hay en las piedras de este paisaje amarillento
estrellas que cayeron cuando tú no existías
aún. Las estoy viendo brillar, enrojecidas
por el sol del ocaso, muy lejos de tus ojos.”.
ABRAHAM GRAGERA “Sobre el amor”.
SOBRE EL AMOR
Hay en las piedras de este paisaje amarillento
Girasoles que giran sin retorno angular,
Amapolas no rojas por la pasión carnal
Sino rojas cobrizas de un metal oxidado.
Se yergue pasajera desde un tiempo plomizo
pues los lotos no emergen y la amapola nada
en agua empantanada, en agua escasa y rauda,
no naufragan las ramas en el lodo del agua.
Querré forjar estrellas, gotas de agua de arena,
levantar un castillo de naipes y carnes,
con la pasión de un cuerpo entregado al azar,
de una renovación vivificante y laxa.
Con la mañana blanca el suelo te sostiene
Vagando en mil pedazos a través del vacío
Para alojarse ahora en suelo semejante.
Tus huellas anclarán más lejos que tus olas.
Romperán los demás cristales disonantes
en tus dignos fragmentos, en ecos que proponen
el derecho que palpita un brillo inabarcable,
de lo que en otro tiempo será tu corazón.
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