Ayer me fui. Una simple nota entre los pucheros me despidió de mis nietos y soltó mis apegos terrenales.
Un suave soplo en el corazón cerró mis ojos y me elevó.
Ya zigzagueo entre las copas de los árboles, como lo haría una ingrávida pluma llevada por el viento, sin cuerpo, sin constancia del tiempo. Y ahora me acuerdo de mi nieto, de sus explicaciones de informática, de los móviles, de la nube, y de su sonrisa eterna al acercarme al futuro.
Será acaso esa nube la nube. No lo sé. Entro en ella y en un rincón veo la ternura de mis padres, el llanto de bebés de mis hijos, la alegría de las celebraciones familiares y también la sonrisa de mi marido ahora reencontrado y siempre recordado.
Me gusta esta nube. Guarda mis recuerdos y me los esparce como gotas de rocío germinadoras en el alma. Será el alma la nube o seré yo. No lo sé. Detrás de mi pabellón auditivo noto un bulto. Seguro que es la antena que conecta con el móvil de mi nieto.
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