Siempre me han gustado los ojos de color, realmente me parece que son un defecto perfecto. Diego tiene los ojos verde con café; eso fue lo primero que pude notar cuando lo conocí y, la verdad es que, me hubiera gustado conocerlo más…

A veces me pregunto qué pasó por su mente cuando me miró llorando el viernes que me fui, y es qué… quién lo diría ¿no? sí el jueves estuvimos juntos toda la tarde trabajando en una misión que de no haber sido por él, se hubiera convertido en algo imposible de cumplirle a la Bruja con máscara de princesa; aún así, odiaba ése lugar.

La mercadotecnia puede ser un asco una vez que te toca experimentarla y trabajarla contra el bien de los demás, y con el único objeto de  incrementar  números falsos que únicamente dan valor superficial a los que se han aferrado ya, al hecho de  no volver a descender por la escalera del olvido, ¡ja!,  como si la vida siempre fuera eterna e infinita como esos números a los que aspiran poder llegar sin límite toda la vida; pero…   ¿para qué? Si la vida tarde o temprano se acabará y,  todo eso a lo que le han dado valor perderá su sentido . ¡Cómo sea!, ése no es el punto importante en este relato. Así que, vamos allá…

Siempre me he cuestionado el hecho de cómo la vida nos presenta a determinadas personas un día y, al otro ya no son parte de nuestra cotidianidad; en realidad, esto nos pasa todo el tiempo, pero algunas personas se convierten para nosotros en un ciclo más especial porque hay algo más fuerte que nos atrajo de ellas. Algo así me pasó con Diego. Cuando la vida me lo presentó ése día, sabía perfectamente que no me alcanzaría el tiempo para conocerlo de verdad, porque a decir verdad, mi decisión de partir ya estaba tomada desde antes de haberlo visto por primera vez aquél sábado. Aún así, Diego es el tipo de chico con quien me gustaría vivir una historia pequeña o corta, pero vivirla.

La atracción se hizo  vivída cuando descubrí que le gustaba surfear y que, alguna vez lo hizo con frecuencia en los veranos, en alguna playa de Nayarit. De pronto, su yo del pasado se conectó a mi yo adolescente y, a uno de mis sueños no cumplidos en la adolescencia y bueno… dígamos que también pude revivir el capítulo primero de la novela de aquellas épocas en las que solía escribir la novela romántica interminable, pero que por falta de inspiración, jamás pasó del capítulo seis, sin llegar a ver su fin. Diego y sus historias de verano,  hubieran sido de gran inspiración en ese momento, aunque creo que nunca es tarde.

El nombre de Diego, aunque se puede decir que es de procedencia española, en realidad es de origen hebreo y significa «hombre bien enseñado», o bien, «hombre bien instruido». Su nombre también habla de él, pues aunque prácticamente no lo conozco, las contadas ocasiones en las que pudimos trabajar juntos, también pudimos ahondar un poco en las aguas de lo que nos apasionaba, lo que veíamos como sueños por cumplir y, lo que se asomaba entre las olas de lo personal, lo profesional, y las mareas de lo aprendido. Pero el mar es inmenso y entre sus olas hay que navegar fluyendo al ritmo que nos marca la vida para poder conocerlo y sentirlo apenas un poco entre todas  las olas que nos agitan la vida; porque  el mar casi siempre  es salvaje y atrevido, y otras veces es perpetua su calma y su silencio. Aún así,  en un arrebol pintado en el cielo nos muestra en el océano el final de nuestro ciclo o bien,  el principio de uno nuevo al amanecer. Y sí ese ciclo en el que por azares coincidimos solo nos mostró el principio y no ha terminado aún, entonces él también volverá y surfearemos juntos otro mar. 

Karla Cai

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