Estaba apurado, quería llegar cuanto antes, pero también sentía un poco de miedo. 《Anziedad》 había oído que se llamaba eso. Quiso volar, más que caminar cuando mencionaron su nombre por el altoparlante. Se sentía ligero, como una pluma, porque se había dejado un peso enorme en aquella cama.
El lugar le resultaba intimidante, parecía un andén o un aeropuerto, por lo inmenso, tenía unos enormes ventanales y una larga hilera de escritorios al fondo, hacia ellos se dirigía; la gente iba y venía, y el alboroto le recordaba esas reuniones bulliciosas que solía haber en su casa tiempo atrás. Tiempo que ahora le parecían años, aunque no debían haber pasado más que algunos pocos minutos. Todo había sido muy rápido, la verdad. Antes, el cansancio lo había tenido postrado, ahora respiraba un aire nuevo y decidió que lo habían llevado a un lugar cerca del mar, porque la humedad salina impregnaba cada bocanada que daba.
Volvieron a mencionarlo por el altparlante, no estaba seguro de qué era lo que tendría que abordar, aunque él se jugaba sus cachetes a que sería un avión… pero bien podría ser un micro y viajar por tierra, o un ferri y echarse al agua, tal vez hubiera un canal y navegarían hasta algún barco anclado mar adentro… ¡a lo mejor podría ser un barco volador!
Esta última idea lo hizo sonreir, pero entonces oyó un murmullo que le hizo perder el equilibrio -cayó en la cuenta de que nunca antes había caminado-, se escuchaba casi al mismo volumen que el ruido de la gente, y a la vez sonaba lejano, como si proviniera de un recuerdo que le partiera el corazón. Se paró en seco, de camino a al mostrador, buscando con los ojitos atentos a quien sollozaba, perturbando tan inoportunamente su reciente felicidad.
Oyó su nombre por el altoparlante una vez más y reanudó su marcha, le parecía que no llegaba nunca al mostrador, aquel lugar de veras era grande. Cuando al fin llegó, la anciana de rostro severo que estaba sentada del otro lado le dirigió una mueca de reproche, pero en cuanto él se hubo sentado suavizó su expresión. 《Julia》leyó él que decía su identificación. No habló, esperó, un incómodo.
Quien sollozaba parecía había cesado.
-¿Sabés por qué estás acá? -le preguntó la empleada que se llamaba Julia, y algo en el tono de voz de la mujer lo tranquilizó. Él no se animaba a responder, no tanto por miedo sino por falta de costumbre: tampoco había usado sus cuerdas vocales para hablar porque, sencillamente, no había sabido cómo. Pero ella lo miraba por encima de sus gruesos anteojos, y un asomo de sonrisa se dibujaba en sus labios.
-Creo que zí… pero no eztoy zeguro -titubeó-, ¿dónde ez aquí? ¿falta mucho para que zalga el avión? ¿a dónde va? -se dio cuenta de que estaba haciendo muchas preguntas 《por la anziedad》y se calló la boca de pronto; pero el sonido de su propia voz, aguda e infantil, le hizo sentir solo e indefenso. Estuvo a punto de llorar. La mujer se dio cuenta y se apresuró a tranquilizarlo.
-No, no -le dijo dulcemente-, no hay ningún avión. No te preocupes -entonces comprendió a qué se refería él y abrió grandes los ojos oscuros-. Esto no es un aeropuerto, negrito…
-¿Entonzez qué ez? -preguntó.
Los sollozos se reanudaron, miró alrededor con curiosidad, casi por reflejo.
-Esto -le respondió la anciana, abarcando el gigantesco lugar con un ademán de la mano abierta-, es la Oficina de Asignación de Destinos.
Él sólo miraba, comenzó a sospechar que esos sollozos que se oían intermitentemente tenían algo que ver con él.
-¿De qué Deztino? -no se sentía pesado como antes, la sensación de liviandad le duraba, pero de repente le entraron ganas de volver, a los brazos cálidos que lo habían acunado tantas noches, al bullicio de las risas. La anciana parecía leer su pensamiento, porque luego de anotar algo en una libreta, compuso la más encantadora y compasiva de las sonrisas y le dijo:
-Me temo que no es posible volver, cuando uno se libera del peso, negrito, sólo puede volar -vio su desconcierto creciente y prosiguió-, por eso aquí mismo, después de que terminemos esta entrevista, vas a ir a que te prueben las alas, aunque estoy casi segura de que sos talle cinco o seis.
-¿Voy a tener alaz? -preguntó, más entusiasmado que 《anziozo》, aquello era mejor que la idea de un barco volador.
-Claro que sí -le explicó la mujer-, todo el que llega aquí se lleva su par de alas, es el equipamiento necesario para trabajar. Pero quedate tranquilo, te va a gustar tu nuevo trabajo.
-Yo penzé que iba a viajar -preguntó, serio, sentía los cachetes colorados.
-Ah, sí, negrito, y vas a viajar -le aclaró ella, paciente como una abuela-, vas a viajar por un montón de lugares, por dentro y por fuera.
-¿Y dónde eztán zuz alaz? -preguntó, desafiante, no acababa de comprarse todo lo que le decía la doña.
-Yo las devolví, me ofrecieron este trabajo hace un tiempito, me cansé un poco de volar ¿sabés?
Él la miró como diciendo 《eztá loca》 ¿quién podría cansarse nunca de volar?
-¿Y cuál va a zer mi trabajo?
-Dar amor. Te va a tocar acompañar a unas personas que lo necesitan mucho, que las cuiden… -le parecía que comenzaba a comprender.
-¿Y elloz me van a ver? -preguntó, emocionado.
-Eso no es posible -le explicó ella-, pero vamos a permitir que te vayas a despedir ahora.
-¿Y ahí zí me van a ver?
-Ahí sí, pero no te van a reconocer -movió la cabeza lentamente en señal de negación, acto seguido se acomodó los anteojos y fijó más su vista en él-. Pero no te preocupes, porque ellos van a saber que vos andás por ahí cerquita -y viendo la desazón pintada en su rostro, se inclinó más hacia adelante en el mostrador y le dijo en voz muy baja-. Te cuento un secreto: los más chiquitos sí te van a poder ver, aunque sólo durante un tiempo. Pero quedate tranquilo, negrito, que cuando esos dos crezcan van a venir otros más. ¡Hasta tu mamá te va a dar un hermanito!
-A mi me guztaría una hermanita -dijo él.
-En ese caso… quién sabe -le guiñó un ojo.
A continuación lo llevó por varias dependencias de la enorme Oficina a probarse las alitas, era talle seis nomás, como había dicho la anciana.
De repente los sollozos se oían con mucha fuerza.
-Antes de que te vayas -lo atajó la vieja-, quiero que me prometas que sólo los vas a cuidar, no podés meterte en sus vidas -eso no le gustaba nada, él quería poder ayudarlos.
-Pero… -protestó, frunciendo el ceño. La vieja no lo dejó continuar, con docencia le explicó:
-Dar amor y acompañar, para nosotros, significa estar siempre con ellos: cuando estén bien, cuando estén mal, cuando se peleen, cuando se amiguen, cuando tomen buenas o malas decisiones, debemos estar con ellos -de repente se la veía muy severa-; por eso nuestro trabajo es tan importante. Y tan difícil.
-¿Y qué zomoz nozotroz, zeñora? -le preguntó, aunque intuía la respuesta.

-Lo que hemos sido siempre para ellos, Santy -le puso una mano en el hombro, lo miró a los ojos y le sonrió-: ángeles.

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