Si mi abuela me hubiera visto en esos momentos se habría muerto del disgusto. Ojo, que para mi también era una locura, y no porque no hubiera tenido oportunidad de ver cosas extrañas antes en mi trabajo, pero a uno durante los cursos lo preparan para situaciones de riesgo: para mediar entre un marido violento que se quiere ir de mambo con la mujer; para tener el tacto de notificarle a una madre que el hijo decoró el pavimento con el contenido del cráneo mientras jugaba picadas con los amigos que ahora lo lloran como a un mártir que se sacrificó por “la causa”; incluso te preparan para manipular un arma de fuego y, llegado al caso, correr a los tiros a algún plaga cabeza de tacho que se quiera amigar con lo ajeno… qué se yo, para ser tan corto el tiempo a uno le brindan un abanico bastante amplio de posibles delitos, aunque siempre sea más lo que se aprende en la práctica, pero puedo asegurarles que ninguno de nosotros, lo veía en la cara de todos mis compañeros, sabía muy bien cómo reaccionar frente a un grupo de religiosas que cantaban el Aleluya en unos agudos imposibles, mientras el fiscal al que respondíamos intentaba leerles la orden de allanamiento para que no pudieran aducir desconocimiento.
Era un sainete. Salvo el jefe de la brigada, ninguno de nosotros sabía muy bien a dónde nos dirigíamos ni mucho menos para qué, pero parece que la cosa venía de antes; el caso es que cuando nos apersonamos en el convento de las carmelitas descalzas, a eso de las dos de la mañana, con el fiscal y una orden de allanamiento, más de uno sintió que estaba cometiendo un pecado mortal y que se estaba jugando el alma. Íbamos directo a secuestrar, cáiganse de culo, ¡material de tortura! Pero no tuvimos más remedio que rendirnos a las evidencias. Al principio pensamos que la negativa de las hermanas a dejarnos entrar tenía que ver con sus costumbres de clausura, de no dejarse ver por los laicos; respetábamos el trabajo del fiscal, sabíamos que no hubiera hecho semejante despliegue por nada, pero así y todo era muy fuerte estar ahí para cumplir esas órdenes, y lo fue más con todo lo que nos encontramos, en pleno siglo veintiuno, en una ciudad como la nuestra. O, quizás, precisamente una ciudad como la nuestra fue lo que permitió que ocurrieran hechos de esa naturaleza a la vista (y ocultos, a su vez) de todos los vecinos, pero lo cierto es que, una vez que pudimos ingresar, a la fuerza, porque las hermanas no nos dejaron pasar del portón de la entrada y una vez en el interior la madre superiora, sobre la que cayeron todas acusaciones, no nos dejaba avanzar, encontramos que las hermanas no sólo bizcochos y dulces elaboraban como forma de trabajo.
Secuestramos látigos, cilicios y otros elementos que las monjas utilizaban para inflingirse dolor, así mismas o entre ellas. Se confirmó de esta forma todo lo que las religiosas que lograron escaparse habían denunciado. El párroco de la Basílica Nuestra Señora del Carmen de Aguasbravas ofició de padrino para las hermanas abusadas y colaboró activamente con fiscalía e incluso dio entrevistas donde afirmó que el sacerdote colombiano condenado por numerosos abusos, residente en un pueblo a veinte kilómetros de nuestra ciudad, era el encargado de tomarles confesión a las carmelitas, y que si estas mencionaban alguna palabra acerca de los abusos a que eran sometidas, se lo comunicaba a la madre superiora y las indiscretas eran puestas en cuestión, incluso con más rigor que antes.
Hasta ahí todo lo que salió en los medios locales, provinciales y nacionales, en internet se replicó por casi todos los países de habla hispana. El arzobispado de Paraná se desligó de tener alguna responsabilidad, el Vaticano dijo que el convento dependía del arzobispado de Paraná. En fin, como suele ocurrir en estos casos, se optó por buscar un chivo expiatorio, en este caso la madre superiora como mencioné más arriba, y asunto cerrado. En Aguasbravas, donde esto tenía lugar, mis compañeros y yo volvimos a nuestra rutina, los vecinos de la ciudad se escandalizaron lo justo y necesario durante unos días, inclusive algunos, como sucede siempre, se pusieron de parte de las monjas y avalaron las torturas argumentando que “eran personas mayores y libres de elegir”, lo cual, si bien es cierto en principio, se torna falaz a la primera oportunidad que uno tiene de entrevistar a esas mujeres. Pero, como digo, todo volvió relativamente a la normalidad; Aguasbravas tiene una resiliencia asombrosa para reponerse de los horrores: el hijo de un empresario mata a su novia embarazada y se va a Miami como recompensa; queman vivo a un candidato a intendente y la única consecuencia que tiene es que pierde la interna del partido; los jóvenes (y algunos no tanto) se suicidan en masa ante la falta de oportunidades y la reacción de las autoridades es abrir una línea directa… seguramente lo de las monjas se hubiera perdido en la bruma del tiempo si un servidor no hubiera hecho una conexión macabra, bastante al azar, por cierto.
Permanezco escondido y he tomado las medidas para que mis conexiones a la web no puedan ser rastreadas, perdónenme (o no, sé que se va a complicar hacerlo) si soy demasiado paranoico, pero después de lo que pasó con mi familia ninguna precaución me parece excesiva. De modo que, no se gasten en preguntar, cuando entren a este blog, si pueden entrevistarme personalmente porque eso no va a pasar. Alguien más romántico que yo podría decir que ya no tiene nada más que perder, pero la verdad es que siempre tuve en muy alta estima mi propio pellejo, y además no pienso descansar hasta que esto se termine. Pienso ir hasta el final. Verán, después de que un grupo de vecinos “no identificados” prendiera fuego mi casa con mi mujer y mis hijos dentro, me juré a mi mismo que iba a sacar todo a la luz. Todo.
Tres meses y medio después del allanamiento en el convento, las cosas seguían bastante tranquilas en la ciudad. Casi nadie hablaba de las carmelitas dementes más que para hacer algún chiste al pasar, pero para mi se habia vuelto un tema recurrente. Había algo que no cerraba en todo esto. A ver, al principio la posición de la iglesia respecto del caso había sido bastante neutra, luego se habían ocupado de que la ley juzgara con todo su peso a la madre superiora como única responsable. Y todo muy rápido. Al arzobispado no le convenía tener más quilombos, ya tenían suficiente con los casos de pedofilia y abuso infantil, no estaban como para ocuparse de lo que unas mujeres encerradas se hicieran entre ellas. Pero entonces alguien reaccionó y se dio cuenta de otra cuestión que, o bien se les estaba pasando por alto, cosa muy rara viniendo de esta gente, o bien se habían confiado en que con lo escandaloso que era lo que sucedía en primer plano nadie prestaría atención. Me inclinaba más por esta última opción.
Y acá no es que me quiera mandar la parte, lo dije antes, fue bastante al azar, pero este funcionario, que a duras penas terminó la secundaria, estableció la relación menos esperada entre una de las religiosas y un anuncio despintado por los doce años que habían transcurrido desde entonces, y a las torturas, la privación ilegítima de la libertad y los abusos se sumó un delito no menos gravísimo: la trata de personas. Cuando me di cuenta, después de hacer una investigación por mi cuenta, de que la “hermana Norita”, lela la pobre, con un gran problema de atraso cognitivo, de seguro después de las inenarrables vejaciones que debió padecer, era en realidad la pibita que había desparecido en San Benito hacía doce años, traté de manejar el tema con cautela, pese al shock.
Lo que tenía entre manos no era moco ‘e pavo, como quien dice. Tampoco era conveniente que lo denunciara a todas las autoridades, no estaba seguro de que nadie lo supiera en tribunales, ni en jefatura. Decidí hablar en privado con una autoridad que no tuviera intereses en juego en todo lo que se cocía en ese convento (y quién sabe en cuántos más), el párroco de la basílica. Sí, deben estar pensando que fui un iluso, bueno, yo era oriundo de una ciudad que había nacido bajo el amparo de la Virgen del Carmen, cuya festividad más importante consistía en sacar la estatua a pasear y emocionarse hasta las lágrimas, nunca había tenido por qué cuestionar mis simpatías, mucho menos mi fe. Y después de todo mediaba secreto de confesión. El caso es que nada más llegar a mi casa esa tarde tenía un auto blanco sin patentes -que yo no identificaba como perteneciente a nuestros móviles-, estacionado enfrente, pero no le di importancia, si bien me llamó la atención. Debí haber sido más prudente y menos confiado de que estaba entre colegas, de que pertenecía a una familia profesional. Resumiendo, me llamaron de urgencia esa noche por un asalto en los depósitos de Calevari y cuando llegué allí me noquearon y no supe más. Esa noche mi familia murió asfixiada mientras la casa se incendiaba. A veces me sorprendo a mi mismo agradeciéndole a Dios que no hayan sufrido, después me digo a mi mismo que si Dios existiera no dejaría que sus representantes fueran tan hijos de puta, pero bueno, es la costumbre.
Hace dos meses que me escapé de la clínica, ni siquiera pude enterrarlos o llevarles una flor. Pero estoy dispuesto a sacar a la luz toda la mierda de ese pueblo, sacudir esa resiliencia y hacerla saltar por los aires. Literalmente. Esta noche. Fuego con fuego se combate.
Muchas gracias por leer, buenas noches.
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