En una fría tarde de otoño, un caballero de pelo negro y abrigo gris caminaba con prisa por una céntrica calle de una ciudad de provincias. Entró en la galería comercia y se detuvo frente a una pequeña puerta metálica, entre la mercería y la pastelería. En la entrada, una placa dorada con letras negras rezaba: Chamán Zalanski. Consulta.
Detrás de la puerta, en una pequeña antesala poco iluminada, le recibió una secretaria.
-Buenas tardes, ¿señor Espínez de Redondo?
-El mismo, tenía cita con el chamán por un asunto urgente. Llamé esta misma mañana.
-Si, si… pase, le está esperando.
El caballero del abrigo gris entró en la sala repleta de estanterías y libros, bañada de un intenso olor a incienso. En el suelo había pequeñas estatuas de elfos y gnomos y del techo colgaban estrellas de seis puntas. En el centro, encontró al mago Zalasnki, sentado en un butacón de piel verde detrás de un escritorio de madera de caoba. Tras tomar asiento, el hombre dejó el maletín en el suelo. Le temblaba la mano
-El señor Espínez de Redondo, ¿verdad?- le preguntó retóricamente el mago, que escondía sus pequeños ojos azules tras unas gafas redondas. Vestía una bata blanca con insignias esotérica, varios amuletos colgaban de su cuello, tenía anillos con piedras de color esmeralda y violeta y una larga cabellera canosa que recogía en una coleta. Pese a su extravagancia, rompía la frialdad hacia el recién llegado con un tono de voz tenue y una sonrisa pacificadora.
-Así es, soy el ingeniero José Ramón Espínez de Redondo y Montalbán.
-Usted dirá en qué puedo ayudarle
Mientras se sucedían los saludos preliminares, el paciente se fijó en los títulos que colgaban de la pared. Hechicero Eugene G. Zalanski. Vidente y terapeuta. Tratamiento de obstáculos emocionales. Crecimiento personal. Hechizos de amor.
-Verá doctor…tenemos que actuar rápido. No hay tiempo que perder. Mi vida puede acabar mañana mismo.
El brujo miró a su paciente con un brillo de interés en los ojos. Echó el cuerpo hacia adelante y apoyó la barbilla sobre las manos cruzadas.
-No entiendo. ¿En que le podría serle yo de ayuda? ¿No se trata de un mal de amores?
-Si, sí, claro… es mal de amor.
-Pero, ¿está su vida en juego?
-Oh, sí, le explico: su nombre es Vera. Es mi amada, es mi pasión. No podría vivir alejado de ella ni un día.
El curandero volvió a reclinarse sobre el butacón. Durante unos segundos ponía los ojos en blanco, en un grado de concentración máxima en las explicaciones del paciente.
– Pues ocurre que Vera se casa mañana. ¡Se desposa con otro hombre! Oh doctor, mi vida pende de un hilo- dijo el caballero enfermo subiendo el tono de voz.
El brujo regresó del estado de trance. Sacudía la cabeza en un gesto de recién despertado o de quien hace esfuerzos por no dormirse.
-¿La boda es mañana mismo? Sí que parece una situación realmente desesperada. Cuénteme más detalles, ingeniero.
El señor Espínez de Redondo tomó entonces el maletín del suelo y lo colocó sobre sus rodillas. Lo abrió y comenzó a sacar fotos de una joven sonriente, además de cartas escritas con letra femenina.
-El amor por mi hermana…
-Alto, alto, alto… ¿su hermana ha dicho? ¿Vera es su hermana?- interrumpió el chamán.
-Ah sí, ¿no se lo había dicho? Vera es mi hermana, dos años mayor que yo. Pero créame, señor Zalanski, el mío es amor verdadero.
El curandero se enderezó y se ajustó las gafas, atónito. Con los ojos clavados en su paciente, Zalanski echó el cuerpo hacia adelante. Había dejado definitivamente atrás su estado de concentración.
-Ya lo creo que es amor verdadero… ¡es su hermana! Pero,dígame, de ahí mantener una relación con ella… entiéndame, una relación plena… es raro ¿no cree? ¿Qué opina ella?
-Yo creo que ella se ha visto obligada a casarse con otro por las circunstancias. No le he declarado aún mi amor…
El vidente se levantó, agitando los brazos y elevando la voz.
-¡Cómo voy a hacer un hechizo para enamorar a su hermana! ¿Qué dirá su familia?
– Por eso no se preocupe. En mi familia no están mal vistas las relaciones entre parientes de primer grado. De hecho, yo diría que es una tradición entre los Espínez de Redondo. Lo hizo mi tatarabuelo, mi bisabuelo, tíos, padres, sobrinos… El problema en realidad es otro.
El médium se dejó caer en el sillón, con gesto abatido. Echó de nuevo el cuerpo hacia adelante y los amuletos tintinearon.
-¿Hay otro problema? No sé si mis hechizos podrán superar esta situación.
– Tengo enorme fe en usted, don Zalanski. No me iré sin una solución. El principal obstáculo es que el prometido de Vera es mi primo Robert, muy apreciado en nuestra familia. No quisiera que nadie se enterara de que yo soy el responsable de que esa boda no llegue a buen fin.
Zalanski cogió una pluma y empezó a dar golpecitos sobre el escritorio.
-A ver… déjeme pensar.- El curandero tomó un papel y empezó a escribir lo que parecía una receta.- Quizás si usted le declara el amor a su hermana esta misma noche, al tiempo que le da este ungüento a base de albahaca, Phytophthora y Aconitum napellus…
-¿Visitar a mi amada dice? ¿Declararme la noche previa a su boda? ¡Está usted loco! Le traería mala suerte a ella y a toda su descendencia….
El adivino levantó la vista y miró con los ojos muy abiertos al paciente. Empezó a mover el cuello de un lado a otro.
-No quisiera ser brusco, señor, Espínez de Redondo, pero algo tendrá que hacer.
-Desde luego, no pasar la víspera de su boda con ella. Mi hermana llegará pura al matrimonio, no faltaba más.
Zalanski se apoyó de nuevo en el sillón y cerró los ojos. El caballero del abrigo gris se había levantado, nervioso, y comenzó a dar vueltas alrededor del escritorio.
-Quizás… se me ocurre otra solución. Dado que… dado que en su familia están acostumbrados a… digamos a este tipo de relaciones ¿no ha pensado tal vez seducirla después de su matrimonio? Es decir… ¿mantener una relación a tres bandas?
El paciente se dio la vuelta furioso. Las cejas arqueadas, las alas de la nariz como globo, fuera de sí.
-Pero, pero, pero… eso sería bigamia… o lo que es peor ¡una infidelidad! Nunca jamás en la larga estirpe de los Espínez de Redondo se ha dado un caso de infidelidad.
El hechicero se levanta, se acerca al paciente y trata de calmarlo.
– ¿Cómo me pide usted eso? Es usted un insensato, un mezquino… Acudo a usted en busca de ayuda y me responde así… tratando de arrojarme a mi y a mi familia a los más bajos niveles de depravación.
Y el caballero salió de la consulta dando un sonoro portazo.
Cecilia Castelló
Noviembre 2019
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