Hay a veces que la vida te trae lo que necesitas a cada momento. 

No lo que quieres ni lo que buscas. 

Sino realmente lo que necesitas en ese preciso instante para solucionar o por lo menos atender un problema con peso de tu día a día. 

Y quizás es en Blablacar donde más se da esta magia. 

Esta alquimia vital.

Estos hilos cruzados en forma de personas que llegan a tu vida, comparten contigo un viaje y te ayudan a ver tus problemas desde otras perspectivas. 

¿Cuál ha sido mi mejor experiencia en la plataforma?

Un viaje a Zaragoza. 

Tres pasajeros. 

Y los tres, padres separados de sus hijos. 

El viaje empezó cómo todos los viajes. 

Un «a qué te dedicas», precedió a un «de donde eres». 

Y así hasta llegar a la conclusión de que las tres personas que compartíamos el coche teníamos tres puntos en común: 

Lo primero, éramos padres. 

Lo segundo, éramos padres separados. 

Y lo tercero y quizás lo más importante, los tres sufríamos por no estar cerca de nuestros hijos. 

La conversación empezó liviana. 

Hablando sobre las dificultades terrenales de la situación. 

Hasta que se generó tal conexión y tal profundidad que se nos hizo el viaje demasiado corto. 

Tres horas compartiendo lo duro que es no poder ver a tu hijo cuando quieres. 

Tres horas hablando sobre cómo lo gestionaba cada uno. 

Tres horas abriéndonos en canal y mostrando nuestro lado más vulnerable. 

Y os aseguro que esto no se suele dar tan fácil entre hombres. 

O por lo menos yo no encuentro estos espacios con tal facilidad cómo ese día. 

El viaje se hizo demasiado corto. 

Y ese día ahorramos todos. 

No sólo en viajes y gasolina. 

Sino sobre todo en terapia grupal. 

¿Moraleja del viaje?

Seguramente cada uno sacó sus propia moraleja. 

¿La mía?

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