Es primavera, el día es claro. Flota en el aire una calima blanca que diluye los colores y los contornos. Huele a campo. Allá lejos y envuelto en vapores se ve el mar de la costa granadina. Es medio día. El aire caliente e inmóvil se agarra a los árboles y a las piedras. Los insectos se afanan con su mantra chirriante. Un grupo de chavales está sentado en el suelo formando algo parecido a un círculo bajo la escasa sombra que dan unos almendros retorcidos en la linde entre dos huertos. Van vestidos con cascos, monos, botas y llevan carbureros en la cintura. Bromean y ríen mientras sacan de sus mochilas bocadillos, latas, botellas de agua… Se preparan para comer. Una voz se escucha por encima de las otras. Sus frecuentes intervenciones suelen terminar en una risa estruendosa como el graznido de una urraca, a la que sigue la contestación compulsiva del resto del grupo a coro tras un breve retardo. Llevan los monos sucios, impregnados del fragante olor a tierra húmeda del interior de la cueva que han estado explorando toda la mañana. El Quillo es el único que no se ha quitado el casco. Está sentado sobre una gran piedra, lo que unido a su casi metro noventa de estatura le da una posición elevada sobre el grupo. Saca de su pequeña mochila un trozo de pan, una navajilla vieja y un par de latas. Mientras los demás comparten una botella de agua dice:

-Joer, no me he traído abrelatas, ¿Quién tiene un abrelatas?

El Quillo mira a los compañeros con sus grandes ojos claros muy abiertos y los restos de la risa de la última broma aun visibles en su cara, pero nadie le contesta.

-Fuentes, ¿tienes un abrelatas?

Fuentes está masticando un gran trozo de pan del bocadillo de chorizo que sujeta con las dos manos, mira al Quillo un segundo desde detrás de los gruesos cristales de sus gafas de montura metálica y niega con la cabeza.

-¡Joer Fuentes, pero si quedamos ayer que tú te traías el abrelatas y yo traía el tabaco!

Dice el Quillo a derecha e izquierda asegurándose de que todos le oyen.

Fuentes tiene la boca llena y le cuesta aguantarse la risa. De repente el grupo estalla como una traca en una carcajada al verle esforzándose para que el trozo de pan que está masticando no salga disparado de su boca. La risa exagerada del Quillo de nuevo resuena por encima del resto mientras se da manotadas en las piernas. Pepe ha reaccionado a la broma sonriendo levemente, y cuando el tono del Quillo lo permite sigue comentando sobre las increíbles formaciones calcáreas que han fotografiado dentro de la cueva. El Quillo saca cosas de su mochila buscando con que abrir las latas. Del fondo de la mochila salen servilletas arrugadas, un papel de aluminio envolviendo un trozo de pan imposible de datar, la funda de un preservativo, folletos ilegibles, un trozo de lápiz y hasta un corazón de manzana viejo y reseco que tira por el suelo. Pepe le observa de reojo y sin mirarle le acerca con parsimonia la bolsa de supermercado donde todos están poniendo los envoltorios y restos de comida.

-Hombre, apareció Don Limpio…

Dice el Quillo con un volumen bastante menos estridente. Aun así, disimuladamente echa un vistazo a los lados para ver si el chiste prende en la parroquia, pero esta vez solo dos o tres se ríen con carcajadas amortiguadas.

-Fuentes, ¿tampoco tienes una navaja?, ¿alguien tiene una navaja con abrelatas?

El grupo sigue comiendo y charlando animadamente mientras el Quillo se pelea con la navaja suiza que alguien le ha pasado para abrir su lata de fabada Litoral.

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