LA SEGUNDA PUERTA.

Juan tenía tan solo tres años de edad. Era un niño distinto. Desde que nació su madre lo llamaba el «niño cristal». y tenía una justificación: Juan era muy cariñoso, sensible y evitaba siempre el conflicto. Hablaba poco.

Todos los días su madre lo dejaba a las ocho de la mañana, en el jardín maternal «Las cuatro estaciones» que estaba a dos cuadras de su casa. El lugar era apacible, lleno de juegos didácticos y de un parque enorme repleto de juegos de jardín. Sin embargo Juan no tenía amigos, ningún niño quería jugar con él, era el diferente. El niño cristal. Así pasaba las horas y cada día sin comunicarse con nadie, en pleno silencio.

Cada habitación del jardín maternal estaba pintada de un color según la edad. Tenía una entrada principal, con una enorme puerta que había que traspasar para luego recorrer un pasillo angosto. El jardín estaba dividido en cuatro salas, de 0 a 4 años. Al final del pasillo, había una segunda puerta, pero ninguno de los niños que asistían al jardín podía atravesarla.

Sin embargo, JUAN sentía curiosidad por saber que había detrás de esa segunda puerta. ¿por qué estaba prohibido traspasarla? ¿qué se pretendía ocultar?

¿Qué había en esa segunda puerta?

¿Por qué estaba siempre cerrada?

¿Por qué tanto secreto?

¿Por qué tanto silencio?

El jardín maternal estaba ubicado en la zona céntrica de la ciudad. Sin duda era muy exclusivo .

Juan se olvidó por un tiempo de la segunda puerta y continuó con su estadía en el jardín procurando que sea lo más placentera posible. Sin embargo, ninguno de los niños quería compartir su tiempo y los juegos con él. Poco a poco la tristeza y la angustia fue consumiendo el entusiasmo inicial con el que había comenzado el jardín.

Pero de pronto, todo cambio. Caminando por el pasillo del jardín alcanzó a ver que la segunda puerta estaba abierta, por primera vez.

El azar, la casualidad o el destino hizo que estuviera presente en ese momento.

Se acercó a la segunda puerta en puntas de pie. No quería que nadie lo descubriera. Sentía temor, pero igual avanzó.

Cuando estaba en el umbral debió extender su mano para empujarla y pasar. Avanzó un poco más pero se encontró con un extenso pasillo oscuro y frío.

De pronto, se encontró con un montón de niños iguales a él, pero con capacidades diferentes. Cinco de ellos en sillas de ruedas, otros dos completamente ciegos; cuatro con síndrome de down y dos pequeños con autismo.

Todos se mostraban felices, entretenidos, amables y solidarios. Cada uno a su manera procuraba que el otro, no pase desapercibido, que el otro importe.

Juan había encontrado un lugar perfecto, ideal y hasta soñado.

Cerró la puerta y decidió quedarse allí para siempre. Nunca más volvería a abrirse

Juan se sintió feliz por primera vez. Y había encontrado una extraña manera de protesta para luchar contra tanta indiferencia, la discriminación y la exclusión que esos niños con capacidades distintas. Convivir con ellos. Parecerse a ellos. Para finalmente ser uno de ellos, ya que la escasa luz del lugar hizo que perdiera su visión paulatinamente hasta quedar ciego.

Nunca más pudieron encontrar a Juan, nadie quería mirar ni saber lo que había detrás de la segunda puerta.

Juan había logrado que no existieran más chicos con dificultades que sean ignorados y apartados de la sociedad como si no se tratara de personas, de niños íntegros y completos, ocultados detrás de la segunda puerta.

¿Había valido la pena?

¿Es necesario llegar a tanto para que otros puedan ser tratados como seres humanos y se les respete su dignidad?

En todos lados puede existir una segunda puerta.

¿Te atreverías a abrirla?

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