Una historia sobre algo y absolutamente nada

Una historia sobre algo y absolutamente nada

Es muy interesante como puede empezar una mañana, desde que decides levantarte de tu cama o simplemente quedarte viendo la mancha decolorada del techo, esa mancha que llevas viendo por mas de un año y no sabes de donde salió, esa misma mancha que te prometiste quitar, pero claro, ahí sigue, viéndote fijamente como si te retara, como si te conociera a la perfección, casi burlona, es tanta la presión y la incomodidad contigo mismo que decides levantarte.

Seguramente este es el intento diez mil doscientos uno en el que trato de escribir una novela, ni siquiera una novela profunda y memorable, simplemente un relato, algo básico en donde puedan plasmar algunas ideas frustrantes que he llevado conmigo todos estos años. Solamente no cuento los intentos para no darme vergüenza a mi mismo. Por auto-lástima.

Siempre es lo mismo, inicio algo, pero jamás lo termino, tengo una gran idea en la regadera, pero al intentar plasmarla sobre papel, sacar palabras de mi cabeza e intentar hilar oraciones, se vuelve un fracaso total. Es como si las ideas se evaporaran más rápido que el agua sobre mi piel aún húmeda de la regadera. Es como despertar de un sueño, donde pierdes como el noventa porciento de lo que soñaste y solo te acuerdas de fragmentos, de ideas, de rostros, pero no del contexto de la historia.

Soy un genio en el excusado, un erudito intelectual, tiemblan mis musas y me hacen ovaciones los más grandes literatos de nuestros tiempos, pero cuando me levanto soy un simple mortal más y regreso a mi patética existencia.

Ese soy yo, el típico escritor frustrado, el estereotipo de la persona pseudo intelectual que dice que va a escribir una novela uno de estos días, y pasan los días, pasan los meses, pasan los años y nada, es más, estoy seguro de que cuando termine de redactar no más de diez cuartillas perderé el interés, perderé el hilo de la historia, si es que hay una, y perderé de nuevo el tiempo.

Llevo fácil más de una década con lo mismo y no logro concretar nunca nada. Es como si el síndrome de la página blanca me persiguiera para siempre, esa enfermedad de los escritores cuando se encuentran cara a cara con el abismo de la falta de inspiración.

Obviamente siempre hay un pretexto, la hermosa novia que me dejó sin escribir por varios años, según yo se apaga la llama del escritor cuando los sentimientos y las emociones son arrancadas por cosas como el amor. Cuando el corazón está tan ocupado pensando en otro corazón, el cerebro no tiene tiempo de estar concentrado en procesar ideas ni concretar historias.

Sobre todo, se pierde tiempo con el amor, maldita sea, el amor.

Ojalá fuera tan fácil, ojalá fuera tan sencillo como sentarse una tarde cálida cualquiera del fin de semana, sacar la computadora portátil o un par de hojas y escribir sin descanso, con la inspiración del perseverante, con la atención del cuidadoso, con la delicadeza del escultor y la destreza del cirujano.

Escribir como los grandes, como un García Márquez y sus Buen Día, como un Ruiz Zafón y sus Cementerios de Libros Olvidados, como un Stieg Larsson y Millennium, como un Pérez-Reverte y su Capitán Alatriste.

Simplemente escribir cuatrocientas, quinientas, ¡novecientas hojas de un plumazo!

¡Que dicha!

Lo bueno es que no vivo de esto, hubiera muerto hace muchos años de hambruna de ser así, seguramente en la soledad, en algún cuartito en el ático de alguna pocilga de una persona que se haya apiadado de mí dejándome pagar una mísera renta por poder tener un lugar en donde pasar las noches, escribiendo sin poder escribir, lamentándome sin poder llorar, amando sin poder amar, y así morir lentamente mientras el tiempo me consume.

Empezar a veces resulta lo más difícil, pensar en la historia, pensar en personajes, pensar en finales con giros inesperados, con tramas intrigantes, con temas que dejan picado al lector desde la primera página.

Eso es lo que dicen los lectores y lo que más aterroriza a un escritor, el no poder enganchar a alguien desde un inicio es una maldición que nos persigue siempre que escribimos, es el último aliento que deja la tinta sobre el papel al salir de la pluma.

Claro que es difícil, nadie dijo que no lo fuera.

No se si existan clases para esto, obviamente hay clases de dicción, ortografía y gramática. Pero dudo que haya una clase de como escribir un libro, sería ridículo. Primera clase, temario: como escribir una novela exitosa. Cosa de locos, pero para ser sinceros, yo si iría a esas clases y no faltaría a ninguna.

Además, ¿Como sabes que un tema puede ser de interés?

Escribes sobre cosas de moda, sobre cosas del pasado, sobre ficción, amor, erótica, psicópatas, o simplemente escribes sobre tu frustración de no poder escribir una novela hasta el punto final, como claramente es el caso en este ensayo. Admiro a las personas que pueden sentarse a escribir sin cansancio desarrollando una idea a lo largo de muchas páginas, yo simplemente no estoy hecho para eso.

Resulta frustrante aferrarte hasta altas horas de la noche con nada más que tus pensamientos apagados, tu inspiración negada y cerrada por completo.

Ese preciso instante cuando sientes, sin importar si tienes los ojos abiertos o cerrados, el mismo vacío, la misma oscuridad, el mismo desconsuelo y abismo.

Anhelo el día que llegue el huracán del conocimiento y de la eterna inspiración iluminada.

Pero bueno, hoy no es el día seguramente, es la una y media de la mañana y los ojos se cierran, se apaga la luz del pensamiento y las ideas poco a poco se drenan como las gotas de agua que resbalan de las hojas después de una tarde lluviosa.

Quizá mañana me de un golpe de inspiración nuevamente, nunca se sabe. No, espera, mañana es viernes. Malditos fines de semana, ¿será que tengo que alejarme un poco de la sociedad para hacer esto?, tengo 27 años y he llegado a la conclusión que mis amigos, familiares y novia son un estorbo a mi creatividad.

Siguiendo el hilo de ese pensamiento, veámoslo desde otro ángulo, ¿De dónde sacaría ideas si no fuera de lo que vivo?

Acaso el escritor es un ermitaño que se aísla del mundo para encontrar su calma, su féretro, su especie de nirvana literario.

¿Acaso el escritor inventa todo lo que escribe?, ¿Inventa gente?, ¿Inventa sentimientos?, ¿Inventa emociones?

Mis respetos si ese es el caso, es como ser un actor sobre el papel, hasta posiblemente más difícil que eso. El actor tiene gesticulaciones faciales y movimientos corporales para expresar emociones y sentimientos, el escritor no, el escritor solo tiene palabras para hacer reír, para hacer llorar, incluso para crear una ilusión y hacerte enamorarte de algún personaje. Me retracto, para ser escritor se requiere de mucho más que para ser un simple actor, con todo el respeto que le tengo al arte del teatro y el medio cinematográfico.

Ahora, otro punto medular y de una importancia absoluta para algunos, para otros no tanto.

Seudónimo, ¿si o no?, ¿Quién diablos define eso?

Yo voy a usar uno, obviamente solo por el placer del misterio. Posiblemente esa sea la razón de los seudónimos, el misterio, la doble vida, la sensualidad que provoca poder decir cosas que con tu nombre y firma jamás dirías.

Alonso Velazco Le Henry, un poco de mi mismo, con un poco de mi abuelo, con un toque de mi lado francés casi nulo, por parte de mi abuela materna. ¿Por qué chingados no?

Bien, ahora que tengo una idea, tengo un seudónimo, tengo mis personajes y tengo mi inspiración. Escribamos el libro y mandemos el manuscrito a revisión con algún contacto de algún conocido a alguna editorial. La verdad no tengo la mínima idea de como sigue ese proceso, pero supongo que debe de ser algo así.

Y así, de sopetón como suceden las mejores cosas, pero también nuestras peores pesadillas, se me fue de nuevo la inspiración, mis musas, mi deseo y mi hambre de escribir, siguieron pasando los años, nunca escribí esa novela, la vida siguió, como siguen cambiando las estaciones, como siguen acariciándonos las corrientes de aire y como siguen fluyendo los ríos hasta llegar al mar para extenderse, mezclarse y perderse entre la nada y el todo.

De tanto en tanto seguí escribiendo, sobre cosas banales, sobre cosas de mi mismo, sobre mis relaciones, sobre mi familia, sobre mi vida. Algo muy aburrido, sin importancia.

Lo más extraño sucede en el momento que cerramos nuestros ojos para dormir, los recuerdos del pasado mezclados con los anhelos del futuro se presentan ante nosotros en confusas imágenes, historias extrañas y plausibles más no reales escenarios.

Luego llegó ella.

La conocí hace casi tres años, en una fiesta de mi antigua preparatoria, una fiesta a la cual no quería ni ir en primer lugar. Era en un lugar demasiado lejano y con generaciones cuatro años por debajo de la mía, pero el alcohol y las malas decisiones luego nos llevan a descubrir historias con las que jamás nos imaginamos topar.

Lo más curioso es que en la fiesta ni siquiera la vi o no la pelé, es posible que haya sido porque la fiesta estaba muy oscura, en el jardín de una de esas enormes casas en las afueras de la ciudad con una carpa enorme blanca. Recuerdo que ella fue a recibirnos porque se llevaba muy bien con el hermano menor de uno de mis mejores amigos, recuerdo una chaqueta de cuero negra y unos ojos verdes, más nada.

Esa noche dormimos juntos, a pesar de sus intentos por no llegar a lo físico, mi persuasión la convenció. Esa noche dormimos abrazados hasta que nos despertó el cálido sol del amanecer.

Yo era becario en una pequeña empresa de invención de aplicaciones de alta tecnología, la verdad no hacía nada en la oficina más que terminar tareas o mis trabajos de la universidad, estaba por culminar mi carrera y tuve que tomar la decisión de salirme de trabajar para dedicarme cien por ciento a la escuela.

En ese entonces vivía en Santa Fe, justo donde quedaba mi universidad, por las mañanas muy temprano iba a jugar tenis al club, luego a la universidad y en la tarde al trabajo. Muchas veces tenía que regresar en la noche de nuevo a la universidad a clase de siete a diez o a terminar trabajaos y entregas finales.

Yo estaba por terminar mi carrera profesional y ella apenas se graduaba de la preparatoria, suena a un cuento de amor prohibido de verano juvenil como de los que escribe José Emilio Pacheco.

Me preguntaba si era en realidad un amor prohibido, no era ilegal en ningún modo, no es como en el libro del verdadero caso de Harry Quebert, el de treinta y cuatro años y Nola Kerringten de quince. Yo tenía veinticuatro y Camila diecinueve. Pero ante los ojos de la sociedad si fuimos fuertemente criticados, sobre todo yo que mis amigos me tenían ciegamente en un pedestal.

Nuestras familias resultaron conocerse, ella ubicaba perfectamente a mis hermanos menores por obvias razones de la diferencia de edad.

Éramos criticados, señalados, satanizados y sentenciados al fracaso, a una infatuación que no duraría más de 3 meses. Nuestro amor duró dos años y medio.

No voy a mentir, los primeros tres meses fueron terribles, yo jamás había tenido una pareja formal, menos de tanta edad de diferencia, entonces había ciertos factores a los cuales debía de acoplarme poco a poco. Estaba acostumbrado a estar con mujeres un poco mayores que yo, siempre buscaba un reto intelectual, de chico siempre me calcularon más edad de la que tenía, decían que mi madurez era de alguien de treinta cuando tenía veintidós. Según yo era solamente porque mi voz era grave y me salía barba desde temprana edad, el punto es que no me resultaba difícil el cortejo con niñas mayores.

Sufrí mucho por eso, me enamoraba perdidamente de las niñas. Me resultaban intrigantes, seductoras, algo entre prohibido y una satisfacción que le daba un empujón a mi ego.

Luego me volví inseguro, no se que sucedió, pero ya no tenía esa facilidad de entablar una conversación con una mujer y menos cuando estaba sobrio. Porque en la borrachera todos somos valientes héroes incapaces de sufrir dolor.

Llegue a disgustar a muchos de mis amigos en esa época por mi soberbia, me sentía superior a los demás por salir con una niña dos años mayor que yo. Y la verdad, a ojos de los demás, si era superior.

Había cosas de ella que no le gustaban a la gente, en lo general a mi madre. Era una persona un poco ausente, distante en sus pensamientos, especial y complicada en su alimentación, a veces estaba tan perdida en su propia cabeza que se le iba saludar a las personas y eso le molestaba de sobremanera a todos, decían que era una gran falta de respeto, lo cuál desde mi punto de vista es muy cierto, pero ella no lo hacía a propósito, ella solo estaba absorta en sus pensamientos y a veces no notaba la presencia de más gente. No es por defenderla, ella simplemente era diferente.

Ella me amaba, yo estaba seguro de ello, al principio era muy tímida, se sentía intimidada por la diferencia de edad, siempre acompañada de una dosis extremadamente fuerte y exagerada de celos.

Hay cosas que la gente por más que quiera no puede entender. Ella venía de una familia sumamente problemática, llegue a conocer a su papá que, además de alcohólico, los abandonó y se fue a vivir con una señora a otro país, dejándola a ella y a su hermano a la buena de dios, su hermano menor, dos años después confesó que era homosexual, y su santa madre que trabajaba en Recursos Humanos en la escuela de sus hijos para que le dieran una beca económica, odiaba su trabajo en donde le pagaban una miseria, era desdichada, se quejaba diario del papá, del dinero, del país, de la sociedad y de cualquier situación o acontecimiento por mínimo que fuera.

Vivía en una presión constante.

Primero, Camila intentó irse de abogada a una de las mejores escuelas de derecho del país, no pasaron ni dos meses cuando se dio cuenta que los abogados eran seres sin alma, sin chiste, serios, aburridos y sin ese joie de vivre que ella buscaba. Me decía: si quisiera ser desdichada mejor me quedaría en mi casa a escuchar las historias de mi madre.

Así que encontró la creatividad en la cocina, se quiso meter a estudiar una carrera de gastronomía en donde pudiera ser feliz y explotar ese lado creativo que llevaba dentro. En el fondo yo sabía que era su escape de la vida que se fue deteriorando sin remedio.

La primera vez que cortamos, o más bien, que me cortó. Fue mi culpa. Pero estaba harto, no de ella, sino de como me veían los demás con ella, lo que decían de mi, lo que la sociedad opinaba me daba rabia e inseguridad.

Quería terminar la relación, pero nunca tuve la fuerza para hacerlo por mi propia mano, no podía romperle el corazón, así que mi plan fue esforzarme en presionarla y hartarla al grado que me odiara y que ella me dejara a mi. Es mucho más fácil dejar ir y olvidar cuando odias a la otra persona, así que cree un escenario ficticio para que me odiara, que me odiara mientras yo la amaba en silencio.

No estoy orgullosos de eso y los dos meses que estuvimos separados me lo reproché diario, no podía con mi culpa porque yo sabía que era una buena niña, solamente que era incomprendida y que estaba sola en el mundo.

Ni hablar de sus amigas, una hippie con un severo problema de autoestima y peor elección en novios, otra con una soberbia inmensa y una actitud dominante, tirando de pendejo a quien se le pusiera enfrente, la tercera clínicamente depresiva, cortadas de indicios de suicidio, se terminó mudando de país porque no toleraba el ambiente familiar y su constante rechazo en la escuela por gorda y fea. Los jóvenes suelen ser muy despiadados en ese aspecto.

En alguna ocasión a algún amigo mío se le ocurrió la brillante idea de llamarle gorda enfrente de Camila, no quiero ni describir lo enojada que estaba, le salía fuego por la boca y los ojos.

Una vez en una fiesta se enojó tanto, que se salió de la casa dispuesta a irse caminando a su casa, aunque quedara kilómetros de distancia y de que fuera noche y peligroso para una mujer sola en la calle.

La vida es muy rara, los sentimientos confusos, las emociones nos arrancan lo racional dejándonos en un camino de decisiones pasionales, que la mayoría del caso, no son las mejores, pero suelen ser las más divertidas y las de más aprendizaje.

¿Que pasará después?

No soy católico pero la frase que es utilizada comúnmente en esa religión me caló hasta los huesos cuando la escuche hace poco: ¿Quieres hacer reír a Dios? Cuéntale tus planes.

Cuando creí haberla dejado atrás, apareció nuevamente en la oscuridad de mi cuarto, en lo más profundo de mis recuerdos. No recuerdo exactamente el sueño, como suele pasar a menudo, solo se que estaba ahí, podía oler su perfume, sentir el tacto de su piel,nos veíamos a los ojos una vez más, nos tomábamos de las manos y nos besábamos. Una vez más. Parecía algo rutinario, no era una despedida. Créeme, reconozco una despedida.

La vi profundamente a los ojos, sentía que nadaba en un mar de jade. Te amo, me dijo, eres el amor de mi vida, escapémonos juntos a un lugar lejano, donde empecemos nuestra vida desde cero. Lejos de todos y de todo. Menos de nosotros. Juntos para siempre, ¿me lo prometes?

Me quedé esperándola mucho tiempo. Nada se movía.

Eran las dos de la mañana y nada se escuchaba, quedamos de vernos en nuestro lugar de siempre para escapar del ruido, un coche se acerca en la periferia. El silencio es tan espeso que alcanzaba a escuchar la tracción de las llantas sobre el pavimento mojado.

¿Será ella?

El coche llega a donde yo me encuentro, baja la ventana.

Se ha marchado, me comenta el conductor, una persona que jamás había visto en mi vida. Se ha marchado y no creo que vaya a regresar jamás. ¿Quien es usted?, pregunté con un grado de preocupación notable en la voz.

Solamente el chofer contesto, un simple mensajero.

Subió la ventana del coche y desapareció bajo la cortina de lluvia que me empapaba todo el cuerpo.

Esa fue la ultima vez que la vi.

Después de amarnos tantos años, nunca tuvimos la oportunidad de decirnos adiós.

Al final cortamos definitivamente, prometiéndonos cambiar y buscarnos más adelante, así que no se que pasará, el tiempo dará instrucciones y mis pies trazarán ese camino tan indescifrable que llamamos vida. Lo único que se es que estoy, que soy y que seguiré hasta el final.

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