Seguramente, para usted no será raro
que los hombres deliremos con su madera de Diosa,
estará acostumbrada…
y a pesar de ello,
me atrevo a importunar su morada celestial
con palabras terrenales,
no sé si tiernas o tontas,
pero, de seguro…
embrujadas con su magia.
—
El decirle estas frases,
tiene varios riesgos:
Parecerme a esos románticos de épocas perdidas,
con terno de pesado y descolorido paño negro
y clavel en el pecho,
en un calor infernal,
de esos que uno solo se imagina
en infusiones de amores y de cólera
y de los que hoy solo sobreviven los fantasmas.
Quizás, también,
estas palabras puedan ir a parar peligrosamente
en manos que le den un uso
para el que no están destinadas.
Pero, el último y el más grave de los riesgos…
delatarme ante usted,
lanzarme ciego a un abismo,
sin medir consecuencias.
—
De hecho, estoy librando batalla con una tormenta,
que me ha significado aplazar alegrías
y dejar de lado armonías y compromisos de antaño,
abandonar militancias más espirituales que sociales,
que siempre las quise y las quiero disfrutar en pareja.
—
En medio de esta bruma y bocados amargos…
los últimos y cortísimos momentos de mi vida,
han sido como un sorbo de miel,
un descubrir que todavía puedo alucinar.
Y estoy convencido
de que no es solamente un disfrute colectivo
el que provoca este placer,
el que detiene el reloj en este instante de paraíso.
Sé muy claramente que lo que me hace
particularmente feliz…
y no sé cúanto dure,
es su sonrisa, su soplo en el pelo,
su belleza única… en todos los sentidos,
aunque resulte redundante decirle… fascinante,
con el gusto y el desafío de admirar lo casi prohibido,
con la complicidad de una mirada de reojo
y el mareo de redescubrirle
como esa mujer – coraje que todo lo domina,
aquella a la que me entregué en sueños,
como flotando en el aire,
en mis noches de profunda calma,
cuando pensaba que no debía nada a nadie,
y tenía solo un mundo increíble por ganar…
Usted… ¡en esos, mis sueños, es mi sanación!
—
Pero…
como no quiero provocar su despavorida carrera,
ni incomodar a otra gente querida,
prometo solo confesarme en mi locura.
Decirle durante este clímax fantástico…
que lo quiero infinito,
mi palabra hipnotizada por sus ojos profundos,
para luego embriagarme
en ocasionales tardes y noches de bohemia,
más que de vino, de usted… de su recuerdo
—
Será por esta locura, que prefiero las utopías…
porque sé que ello es más duradero… eterno diría.
Porque puedo amarle hasta el último suspiro de mi vida,
y aun después de ella,
le aseguro que sí…
y que hoy las circunstancias lo prohíban, no basta.
De paso, sé que esto va a ayudarme a encontrar nuevos sentidos,
incluso al desafío de la tolerancia,
a comprender, al fin,
que los seres humanos, mujeres y hombres,
podemos entregarnos enteros a cambio de nada
y sufrir después las consecuencias,
porque en ese entregarse, también causamos daños,
a otros y a nosotros mismos …
será también, porque somos tan perfectos
que hasta tenemos derecho a equivocarnos…
a ilusionarnos…
y a pecar,
porque eso, después de todo, es signo de vida…
—
Aún así, no encuentro la calma,
lo más probable
es que cometo deliberadamente
un gran error con esta confesión,
con creer que la palabra explícita de este mi amor secreto,
era necesaria
y seguramente eso le haga alejarse discretamente de mi,
después de todo,
el destino ya tiene claramente marcado ese camino
y debe ser el más cauto y el más justo…
el desenlace necesario.
Me queda sin embargo la alegría
de haber disfrutado del más delirante romance,
aunque este solo sea de un lado
y sin nunca haber juntado nuestras pieles…
y espero, sin haberle causado daño alguno.
—
Si al contrario, no le alejan totalmente estas palabras,
tendré la dicha de prolongar mi gozo,
aun cuando sea un solo instante de verla cerca y de frente,
con la ventaja para usted,
de que queda alertada,
mientras yo… quemé mis naves.
—
En ambos casos, lejos o cerca,
queda usted con el dominio del campo de batalla
y desde la altura en que se encuentra
puede clavarme… cuando quiera,
una mirada de afilada lanza…
por mi atrevimiento.
—
Finalmente y para encontrar salvación para mi alma en pena,
le aclaro,
no me da tristeza este amor imposible,
porque sé, que en cierto modo no lo es,
porque sé que después de nuestra muerte,
varios siglos o milenios más tarde, ojalá…
volverán nuestras vidas extinguidas a cobrar vigor,
en reinos y sexos diferentes:
yo seré una bella flor de otro mundo,
como usted lo es ahora,
y usted, será un precioso colibrí… libre como un gitano,
de pecho erguido y alas de mil colores,
que alguna vez se acercará a robar mi néctar…
y a expandir mi polen
en medio de una danza de pétalos, saltamontes y mariposas…
y un delicioso sonar de tambores…
entonces… y por un segundo,
me sentiré realizado a plenitud… en este desquiciado amor.
—
Estaré esperándola allí…!
OPINIONES Y COMENTARIOS