Hace unos días tuve un sueño que me llamó mucho la atención. Ví una ventana de vidrio, y del otro lado una multitud de gente mirando fijamente al que estaba de este lado, del lado de adentro, enfrentado a ellos. Cualquiera que hubiera soñado lo mismo podría afirmar que se siente como si fuera uno mismo el que está del lado de adentro y que aquellas miradas apuntan fijamente a nuestros ojos. Son miradas expectantes, juzgadoras, frías.
Cuando me desperté, entendí que la vida es así. La vida es una ventana en la cual uno está del lado de adentro y los que están afuera miran constantemente esperando captar hasta las más mínimas reacciones del que está adentro. Y me pregunto: ¿con qué fin la gente actúa de esa manera? Me respondo a mi misma: con el fin de criticar. Criticar, criticar, criticar. Los que están afuera están esperando que decidas hacer algo, que opines sobre tal o cual tema, que compres determinado objeto para criticar. Porque el ser humano es así. Está en la naturaleza del hombre mirar con desprecio al otro, por más que sea de tu misma sangre. Deberíamos aprender mucho de los animales, que dañan sólo por hambre.
Me di cuenta que yo no quiero ser como «los de afuera». Criticones, juzgadores, fríos. A mi me gusta estar de este lado. Prefiero admirar a alguien por comprar eso que nadie se anima a ponerse o admirar a alguien porque a partir de que tiene una idea diferente me hace pensar cuánta verdad hay en eso que dice. Básicamente, prefiero tener mis propios pensamientos, ser yo. De cualquier manera, me van a criticar igual.
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