Veo una niña allá a lo lejos, que se esconde de un monstruo que se acerca. Está llorando, abrazada a su osito de peluche preferido. No quiere hacer ruido, no vaya a ser que la descubra y la atrape. Estoy detrás de un árbol observando cada movimiento. Me quiero acercar, pero no estoy segura si ella me vio. Veo pasar a la bestia que llama a la pequeña en cada paso que da. Genera un poco de miedo su tamaño pero no parece ser malo, quizás es la primera impresión. ¡Uy! Me vió el gigante, ¿y ahora qué hago? No tengo escapatoria, estoy sola, tengo que proteger a la nena. Ya estoy jugada, me tengo que mostrar fuerte. Se aproxima a pasos agigantados. Empieza a latir cada vez más fuerte mi corazón y mi respiración comienza a entrecortarse. Me quedé inmóvil. Ya casi llega. Observo que la niña me vió, se calmó y secó sus lágrimas. El monstruo dirigió su mirada hacia ella (en realidad, siguió mi propia mirada que estaba fija en la chiquilla), se dió vuelta y me dijo:
– No pretendo asustarla, a vos tampoco, sólo quiero contarle que soy un producto de su imaginación y no pretendo atacarla. Aparecí cuando se dio cuenta que su mayor miedo es el olvido, ese es mi nombre. Ya no sé cómo captar su atención sin que huya. Necesita dejarme ir, sino no va a poder confiar en nadie y las personas se van a perder de disfrutar de su compañía. ¿Me podes ayudar?
Lo miré, asentí con la cabeza y emprendí mi camino con un objetivo claro. La abracé con todas mis fuerzas y le conté que yo también me cruzaba con ese monstruo hasta no hace mucho tiempo, pero que desde que desapareció ya no volví a sentirme sola. Me agarró de la mano y juntas comenzamos a caminar en dirección al sol que comenzaba a salir. Miré hacia atrás, el monstruo se desvanecía.
OPINIONES Y COMENTARIOS