No soy tu Padre

No soy tu Padre

Luis Killer

07/01/2020

Era de tarde cuando ella volvió de la universidad, estaba algo molesta e incómoda, tal vez algo no le salió como ella lo deseaba, ¿Quién lo sabe? Al entrar a la casa encontró a su padre, como casi siempre, sentado en aquel sillón de la sala, aquel sillón marrón, sencillo pero muy confortable; tenía un libro en manos y se le veía que estaba encantado con la lectura, pues no se percató de la llegada de su hija o era lo que ella pensaba. Ella molesta pasó de largo sin saludarlo.

– Hola hija – Dijo su padre. No es que no se había dado cuenta de su llegada, él lo sabía, hasta se podría decir que llego a oír sus pasos antes de que llegara a la puerta.

– Hola pa… – dijo ella de manera seca, fría y algo malhumorada.

– ¿Te pasa algo, hija? – pregunto su padre mientras guardaba el libro sobre una mesita cercana a él.

– Estoy bien, pa… – respondió ella y rápidamente subió hacia su habitación.

Él se quedó pensando en que algo aquejaba a su hija, ¿Tal vez no le va bien en los estudios? ¿Se habrá peleado con su enamorado, si es que tiene uno? ¿Estará embarazada? Preguntas como esas le venían a la mente, pero la única forma de saber con certeza cuál era el problema real era preguntándole a ella misma. Era raro en él mostrar está actitud de investigador pero también era muy extraño ver a su hija en esa actitud, siempre que llegaba mostraba una sonrisa y una gran alegría.

Una hora después ella bajaba de su habitación, llevaba puesto ropa deportiva y una mochila en brazos.

– ¿Estás bien, hija? – pregunto su padre.

– Si lo estoy. Ya vuelvo pa… – respondió ella. Atravesó la sala, mostró una sonrisa, salió afuera y cerró la puerta tras ella.

Él estaba solo en casa, como casi siempre, solo en su vida, sin un amor, sin una mujer, durante sus años nunca pudo conquistar a ninguna mujer, se sentía un perdedor para el amor, uno que no nació para amar, un olvidado por cupido; sentado en su sillón con un libro en las manos y con otras más cerca de él. Esa era la virtud que él había sembrado y explotado «el amor a la lectura» “el amor a los libros”, desde joven se sumergió al mundo de la lectura, al de la imaginación, al de la fantasía, al de los viajes a lugares lejanos; no tenía un género en particular, leía desde terror hasta aventuras, de poesías y poemas hasta de misterio. Por eso cuando llego a comprar esta casa, su casa; con sus propias manos armó un pequeño estante donde su guardó su primer libro, ese momento lo emocionó mucho; luego ese estante se fue llenando de libros hasta el punto de que ya no cabían ni uno más, esto hizo que él construyera uno más grande, lo cual en la actualidad está lleno con más de sus mil libros.

Sentado ahí se puso a pensar otra vez en el problema que estaba atravesando su hija, su única hija a quien amaba con todo su corazón, a quien le enseñó todo lo que la vida y los libros le enseñaron, no era un hombre de altos estudios ni profesiones, pero era más culto y sabio que todos ellos. Estando en eso le vino a la mente aquel lejano recuerdo, un grato y bello recuerdo, recuerdo que le provocaba alegría y esa alegría le producía lágrimas, lágrimas que recorrían sus desgastadas mejillas y en medio de todo eso, mostraba una sonrisa; era el recuerdo de la primera sonrisa de su hija, aquella que llegó a ver. Esa pequeña, tierna y brillante sonrisa, le llegó a cautivar, se sintió débil ante ello, era difícil poner resistencia ante tal escena que la vida da.

– Hija mía… – dijo mientras suspiraba.

En medio de todo esos pensamientos y recuerdos se quedó dormido y no pudo sentir la hora en que regresó su hija; cuando despertó ya era de noche, su hija lo llamaba para cenar. Él guardo sus libros y a pasos lentos se dirigió hacia la cocina, al entrar vio a su hija quién puesto un mandil rojo servía la cena.

– Siéntate pa…

– ¿A qué hora llegaste, hija? No me di cuenta de tu presencia – Dijo su padre mientras se sentaba a la mesa.

– Cuando llegue estabas dormido, así que pase en silencio. No quería despertarte. ¿Creo que estabas cansado?

– Mi cuerpo ya no es igual como antes. Cuando era joven, siempre me decía que no iba a llegar a estos años – Dijo su padre y se echó a reír, burlándose de él mismo, pero era una risa senil, algo apagada, sin ese bullicio que caracteriza a las risas.

– No estás tan viejo, pa… aún eres fuerte. Hasta yo diría que aún me puedes dar un hermano – dijo su hija y luego rió, está si era una risa fuerte, bulliciosa.

– ¿Quieres un hermano?

– Uno más en la familia sería bueno, pa… además de esa manera tendría a quien molestar – dijo su hija y nuevamente se rió.

Su padre lo escuchó en silencio y le mostró una sonrisa, una sonrisa de agrado, de aceptación; le gustaba ver sonreír a su hija, su única hija. Deseaba que este momento fuese eterno, que nunca jamás acabase, que siempre estuviese alegre. Comió en silencio, disfrutaba la comida preparada por su hija y se acordaba cuando él le enseño a cocinar, no fue fácil hacerlo pero tras largas enseñanzas, ella aprendió, hasta llegó a superar a su maestro; recordando esto soltó una risa, risa que fue vista por su hija.

– ¿De qué te ríes, pa…? – pregunto su hija con gran curiosidad a la vez que mostraba una sonrisa.

– ¿Te acuerdas de esa vez en la que tenías fideos en la cabeza? Eran como si fueran tu cabello – Dijo su padre mientras se reía.

– Fue horrible ese día, los fideos se habían pegados en todo mi cabello – Decía su hija mientras se reía – era horrible tener fideos como cabellos…

– ¿Esa vez que querías hacer?

– Es que yo quería sorprenderte… pa…

– Y lo hiciste… – dijo su padre mientras reía, no podía detenerse.

– Si, pero yo quería preparar tallarines esa vez…

– A la final fue tu cabeza la que se llevó los fideos…

– Si, pero así aprendí que no tenía que levantar el colador…

Fue un momento de risas, de recuerdo y de un amor paternal. Luego de la cena, él se sentó otra vez en su sillón, su hija se fue a su habitación. Escogió un libro y se puso a leer, prefería mil veces a leer un libro que a ver la televisión. En eso bajo rápido su hija y se sentó a un costado de él.

– Hoy da un programa nuevo, pa… – dijo su hija mientras prendía el televisor. Él miró de reojo.

Era un programa de comedia, de humor, donde hacían parodias de sucesos del espectáculo, de deportes, de la política y de sucesospoliciales; a él no le parecía tan gracioso, era algo absurdo pero al ver a su hija, quien si se ría de cada escena, comprendió que hay muchas formas de ver ese programa televisivo.

– Quiero preguntarte algo, pa… – dijo su hija mientras miraba el televisor.

– ¿Qué quieres preguntarme?

– En estos últimos días estuve pensando en cómo sería mi madre en la actualidad. Y decidí ir a visitarla. ¿Tú sabes dónde vive ella?

Eso le causó algo de miedo y un silencio le invadió, se quedó callado, sin encontrar palabra alguna para responder aquella pregunta; sentado en su sillón fingió no haber oído la pregunta y prestó atención al libro.

– Pa… ¿Tú sabes dónde vive mi mamá? – pregunto otra vez su hija fijando la mirada en él.

– ¿Tu madre…?

– Si. ¿Dónde vive ella? Quiero ir a visitarla en las próximas vacaciones.

– No lo sé, hija. No sé nada de tu madre.

– Ella no te dijo nada cuando se separaron. ¿No te dio ni un número? ¿Ni como ubicarla cuando yo quería verla? ¿Nunca más te llamó?

– No. No sé nada de tu madre. No tengo la menor idea dónde esté ella ahora. No lo sé, hija. No lo sé…

– Pa… Pero tú me decías que me parecía a ella. Decías que mi cabello era similar al de ella; quiero ir a conocerla.

Él se quedó en silencio y poco a poco un extraño dolor en el corazón le empezó a afectar, más que un dolor físico era uno sentimental, uno en lo profundo de él, en su alma, en su espíritu; durante años siempre por más que él lo evitaba, supo que su hija iba a querer ir a conocer a la mujer que le dio la vida, la que le trajo a este mundo; sabía que lo iba a preguntar y él sabía que llegado ese día, él no tendría nada que decir, solo quedar en silencio, un silencio que tal vez lo llevaría hasta la misma muerte.

– Pa… No seas así, prometo que volveré. Solo quiero ir a conocerla, la conozco y me vuelvo; no pienso abandonarte, pa…

– Estoy cansado, hija. ¿Qué tal si mañana hablamos de esto? – Dijo su padre y se levantó del sillón y se dirigió hacia su habitación.

– Está bien, pa… Dulce sueños.

– No vayas a quedarte dormida viendo la televisión

– No lo haré, pa…

Él entró a su habitación sabía muy bien que no se sentía cansado ni mucho menos estaba exhausto, si fuese posible tenía fuerzas suficientes hasta para permanecer toda la noche leyendo libros y tal vez viendo televisión; lo que realmente le motivó a buscar la soledad, el silencio, el amparo de su habitación, era evitar contestar a aquellas preguntas que le hacía su hija, era mejor estar en soledad que contestar preguntas que quizá iban a dañar a ambos.

Mientras estaba recostado en su cama, se puso a recordar aquella lejana noche, de hace muchos años atrás, cuando aún era joven; esa noche que quedó marcado en su recuerdo, en su vida, en su historia. ¿Cómo olvidar esa noche? ¿Cómo sacarlo de mí? ¿Cómo renunciar a todos estos maravillosos años? ¿Si ella fue la que impulsó a llegar hasta hoy? eran preguntas que venían a su mente, con cada una de ellas se conmovía hasta llegar a las lágrimas. En su mente se escenifican con mucha claridad y detalles esa noche, él lo sentía como si hubiese sido ayer o quizá esta misma noche; pero ahí estaba ese momento, al cerrar los ojos podría observarlo y eso lo hacía suspirar, estaba emocionado, una sonrisa marcaba su desgastado rostro y ahí con los ojos cerrados movía las manos como sosteniendo algo.

– Oh! Hija mía…

Y ahí en todo ese momento de emociones y recuerdos encontrados sobresalía aquella primera sonrisa que vio de su pequeña hija, una sonrisa que nunca olvidará y lo llevará hasta la muerte o más allá de ella. Se quedó dormido.

Soñó que caminaba por un prado, un hermoso prado lleno de flores y colores, muchas abejas y mariposas revoloteaban entre las flores, una colorida y pequeña colibrí succionaba el néctar de las flores, unos animales algo extraños pastaban, un río de cristalinas aguas recorría por en medio de aquel campo, sus frescas aguas saciaba la sed de frondosos árboles que vivían a sus orillas; peces de diferentes colores y tamaños nadaban en sus aguas. Al levantar la mirada vio el cielo, era un cielo azul, un hermoso azul; algunas nubes blancas cual si fuesen ovejas, se pastaban por el inmenso prado azulado; el sol emitía con fuerza sus dorados rayos y su calor estaba en máxima plenitud; un fresco viento recorría todo el prado, refrescando y mermando en poco el calor. Todo era hermosura por donde se mirará, una hermosura que solo pudiese ser comparada con el paraíso o los campos Elíseos.

– Estoy muerto… ¿Es esto el paraíso? – Dijo él mientras se acercaba a uno de los árboles – creo que me emocioné mucho antes de dormir y ahora solo soy un cadáver. Nunca pensé que llegaría al paraíso.

En eso pudo ver algo que le llamó la atención, era algo rojo y estaba a unos cien o tal vez doscientos metros de él. Caminó hacia aquella cosa, en su transcurso miraba el hermoso verdor de la hierba, el volar de algunas aves, el oscuro del suelo ¿el oscuro del suelo? Cuando se fue aproximando hacia aquella cosa notó algo interesante, a unos cincuenta metros a la redonda antes de aquella cosa no había alguna hierba ni planta, solo la oscura tierra, que estaba agrietado, reseco y estéril.

– ¿Qué es esto?

Se acercó hacia ella, caminando sobre aquel terreno abrupto; había algunos hoyos y también muchas espinas según se acercaba, no pudo llegar tan cerca a aquella cosa ya que un manto de grandes espinas cubrían a su alrededor, protegiéndola de algún peligro.

– Es una gran rosa… – Dijo algo sorprendido – pero es muy grande para su tamaño. Yo creo que debe ser de unos dos metros y medio. ¿Cómo llegó a ser de ese tamaño?

Ante la vista de él aquel capullo se abrió, como floreciendo y mostrando la belleza que llevaba en su interior, era algo hermoso, algo resplandeciente, era como perlas, como diamantes, como estrellas del firmamento. Por un breve momento mostró su belleza, era la más bella de todas las flores. Luego ante la vista de él se empezó a marchitar, sus pétalos rojos caían, las cuales rápidamente se secaban ante aquel calor abrasador y se hacían polvo, polvo que un viento seco se los llevaba; las espinas seguían aumentando y expandiéndose, obligándolo a retroceder.

– ¿Qué es esto? ¿Qué significa esto?

Con el marchitar de aquella flor también se empezó a marchitar todo el prado, el color verde fue reemplazado por un amarillento, los árboles dejaban caer sus hojas, las flores se marchitaban y caían a tierra, el cauce del río bajaba cada vez más, las aves caían en pleno vuelo, los peces nadaban buscando un refugió, y los animales que pastaban caían sin fuerzas, con hambre sobre la hierba seca.

– ¿Por qué está pasando esto? ¿Por qué?

Pronto todo se hizo cual si fuese un páramo, toda la hierba se secó sin quedar raíz alguna, las aguas del río desaparecieron completamente y parecía como si nunca hubiese fluido agua por ahí, huesos de aves y mamíferos se veían sobre el suelo, un suelo que se volvió agrietado, estéril, seco, muerto; solo espinos, cardos y zarzas lo cubrían; los rayos solares se volvieron más fuertes y golpeaban con ímpetu aquella tierra. Era muy triste ver en lo que se había convertido tan bello paraíso.

– ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que la vida quiere decirme? ¿Qué es?

Cuando despertó no encontró a su hija, ella a esa hora ya estaba en clases, se dirigió a la cocina y tomó su desayuno en soledad y en silencio. Luego se sentó en su sillón y se puso a leer uno de sus libros, pero le inquietaba aquel sueño que tuvo. «La rosa se marchita y todo se acaba» era el resumen claro que dedujo de todo ese sueño pero ¿Qué significa esto? ¿Tendrá alguna relación con mi vida? ¿Acaso la rosa será mi hija? O ¿Solo es un sueño más de los montones que tuve en mi vida? Durante toda esa mañana se propuso hallar algún significado a ese sueño, buscó si tenía algún libro de sueños pero no encontró ninguno.

– Es que yo no le daba mucha importancia a esas cosas… – dijo mientras acomodaba sus libros – creo que iré a la biblioteca, ahí debe haber algún libro.

Y sin demorar mucho salió hacia la biblioteca, aquella biblioteca pública que quedaba a unas diez cuadras de donde él vivía. Caminó con pasos lentos, su físico no le ayudaba mucho para acelerar; luego de unos quince minutos llego a la biblioteca. Entró y preguntó a una hermosa jovencita que trabajaba como bibliotecaria, si había algún libro sobre sueños y esoterismo; ella le informo que fuera a la sección de salud, “tal vez ahí encuentres un libro similar”, le dijo.

Mientras caminaba por los pasillos de la biblioteca y observaba los cientos de estantes llenos de libros, sentía esa calma, esa paz, esa bonanza, esa libertad. Suspiró de alegría, le gustaba el ambiente y la atmósfera que había en ese lugar; era como una fragancia, fragancia que no tenía comparación, que le transportaba a los más bellos y paradisíacos lugares de la imaginación. Luego de buen rato de buscar aquel libro, lo encontró, el libro llevaba por título «Sueños y Significados: Repercusiones en la vida real», el mismo título lo convenció y tomó aquel libro.

En su índice mencionaba una gran cantidad de sueños, con seres queridos, con animales, con objetos, con seres mitológicos, con flores; también estaban por circunstancias, pasionales, engaños, celebraciones, viajes, nacimientos. Pero lo que él buscaba era «con flores» eligió rápido ese tema y se dirigió al número de página. Ahí también encontró una gran variedad de sueños, había, con girasoles, con tulipanes, con margaritas, con jazmines, con rosas…

– Está es la que estaba buscando… – dijo y se puso a leer específicamente sobre rosa marchitada.

La información que había en el libro era la siguiente: “Soñar con rosas marchitas: Te avisa de un desengaño sea un amor falso o uno correspondido que te dañara. Alguien de confianza te va a generar dolor y sufrimiento. Pero se valiente, de esta situación saldrás fortalecido. »

Se quedó pensativo al terminar de leerlo, pensaba en las palabras ahí escritas. ¿Amor falso o correspondido? ¿Desengaño? Eran preguntas que se formaban en su mente y que terminaban en una sonrisa burlona, él sabía que esa parte no lo afectaba en nada, durante su vida no llego a tener un amor real ni falso, tal vez uno platónico pero solo era eso uno platónico. Pero lo que le causaba algo de temor era la segunda parte «Alguien de confianza te va a generar dolor y sufrimiento»; ¿Será cierto todo esto? ¿Creo que estoy prestando atención a cosas vanas y superfluas? Se preguntaba. Decidió guardar el libro y olvidarse de todo esto pero en ese momento se acordó que también hubo espinos en su sueño.

– ¿Ahora que me dirá sobre los espinos…?

Busco sobre los espinos y encontró la siguiente información: «Soñar con espinas es un mal augurio, puesto que nos indica que sufriremos pérdidas, de empleo, amistades o salud, y se presentarán numerosos problemas a nivel laboral. Será preciso actuar con valentía y entereza para salir de la mejor manera de las complicadas situaciones que se avecinaran.»

– Creo que todo esto es una mentira. No es bueno creer en estas cosas. Me olvidaré de todo esto y haré mi vida como siempre, un simple sueño no me puede sugestionar – dijo y cerró el libro, lo guardó y prosiguió a retirarse de aquel lugar.

Al llegar a casa su hija ya había vuelto y estaba preparando el almuerzo, él se sentó en el sillón, cogió un libro, miró la tapa, la abrió y se puso a leerlo.

– ¿A dónde fuiste, pa…? – Dijo su hija al salir de la cocina.

– Fui a pasear un rato por ahí. ¿Acaso no puedo salir a divertirme?

Su hija le mostró una sonrisa y regresó a la cocina. Ella estaba alegre, tal vez está vez si le había salido muy bien las cosas, tal vez hizo las paces con su enamorado, tal vez no está embarazada y tal vez se olvide de la pregunta que me hizo ayer; eran palabras que cruzaban por su mente mientras estaba sentado en el sillón.

– ¡Ven a comer, pa…! ¡Ya está el almuerzo!

Al entrar a la cocina observó que la comida ya estaba servida, su hija había cocinado unos tallarines rojos.

– ¿Tal vez lo hizo porqué lo recordé ayer? – se preguntó.

– Siéntate, pa…

– ¿Qué tal te fue hoy, hija? – preguntó su padre mientras se sentaba.

– Todo bien, pa… – respondió su hija mostrando una hermosa sonrisa. Él sonrió ante ello.

Luego se hizo un momento de silencio, no se escuchaba el roce de los cubiertos con el plato, ni el masticar de los fideos, ni el sorbo al tomar el agua, ni el mover de las manecillas del reloj, aquel reloj que colgaba en la pared de la cocina; todo era silencio, un silencio que daba miedo, que provocaba pavor, que le hacía temblar en parte los dedos de las manos, acelerar en poco su respiración; un silencio que iba a llevar con lo que él más temía, retomar la conversación de ayer. Miraba con algo de nerviosismo comer a su hija, tenía miedo que ella abriese la boca y le preguntase por su madre, respiraba algo aliviado al ver que llevaba más fideos a la boca. De pronto aquel silencio se rompió a pedazos, en muchos pedazos.

– Pa… ¿Dónde vive mi mamá?

– No. No lo sé – dijo su padre mientras ponía todo el esfuerzo por evitar mostrar el nerviosismo que sentía.

– Si lo sabes, pa… Dímelo, no seas así.

– Hija…

– Solo deseo ir a verla… Solo eso, pa…

– Hija…

– Ya es momento de que llegue a conocerla. ¿No lo crees, pa…?

– Hija…

– Además quiero tomarme una foto con ella. Yo y ella juntas.

– No…

– Además, estoy seguro que ella es una buena mujer. Estoy seguro que es bonita como yo. Le voy a preguntar porque nos abandonó. Le diré que tú le extrañas mucho.

– No, hija…

– Si es posible la haré volver. Le diré que tú la has perdonado y que deseas tenerla a tu lado. De esa manera volveremos a ser una familia, una linda familia. Yo sueño con eso, pa…

– No…

Su hija hablaba cosas y cosas sobre su madre, aquella madre que no llego a conocer, aquella madre que los abandonó, aquella madre que aún despertaba ese sentimiento de amor en ella; cada vez las palabras eran para poner en alto a su madre, la alababa, la maravillaba, la consideraba la mejor persona del mundo, un encanto, una luchadora por el bien, una mujer amante de lo bueno, de lo justo, de la lealtad, de… Aunque su madre les había abandonado, ella le mantenía un cierto cariño. Recordaba los “días de madres” en la escuela, todos sus demás compañeros tenían a sus madres pero ella solo tenía a su padre, “¿Dónde está mamá?” Le preguntaba ella y él no sabía que responder, se quedaba callado; los regalos y adornos que hacía para su madre terminaban siendo guardados en cajas, cajas que eran como el baúl de un gran tesoro, cajas que los cuidaba con el celo más tenaz; «Un día le daré a mi madre todas estas cosas» decía siempre que guardaba otra cosa más. En las navidades siempre se entristecía al comparar su familia con el de los demás, no podía creer que los demás tenían a toda su familia y ella solo tenía a su papá; deseaba abrazar a su madre, besarla en la mejilla, que le llevará a la cama, que le cuidará, tenía un gran vacío en su pequeño corazón. Cuando se hizo adolescente entendió que su madre los había abandonado pero no sabía el por qué, en cierto momento llegó a sentir un desprecio y odio hacia aquella mujer que le dio la vida, miraba a su padre, el único ser querido en su vida, quien se esforzaba por ella; no era de los hombres con profesión, no pudo llegar a estudiar una carrera en la universidad, la maldita escasez económica se lo impidió, pero a pesar de ser un hombre ignorante se esforzó por sacarla adelante. Cuando terminó el colegio solo estuvo su padre en su fiesta de promoción, los demás estaban rodeados de muchos familiares, pero ella solo tenía a su padre. “¿Dónde estás? ¿Qué hizo mal mi papá para que lo abandonaras? ¿Por qué no vuelves?” Se preguntaba. Cuando le comunicó a su padre que deseaba estudiar medicina humana, él se alegró, no le importaba hacer los más grandes esfuerzos y privaciones por ver a su hija como una gran doctora. Cuando ella llegó con la nota aprobatoria del examen de admisión, él se alegró, hasta lloró, «Estoy orgulloso de ti, hija», fue lo que le dijo después de darle un abrazo. Desde ese día su padre se fue desgastando rápidamente, trabajaba con ahínco, de sol a sol, no le importaba si comía o no, su esfuerzo se verá recompensado en el futuro, era lo él que pensaba; envejeció rápido hasta el punto de quedar enfermo, desde esa vez siempre está sentado en su sillón marrón.

Ella seguía hablando sobre su madre, todas esas palabras eran como carbones calientes que avivaban un fuego, un fuego que si se encendía iba a provocar un incendio y quemaría todo a su paso.

– ¿Tú la amabas, pa…? – preguntó su hija. Esto fue lo último que pudo soportar.

– ¡Basta! ¡Ya no hables más sobre esa mujer! ¡Esa mujer, esa maldita mujer, no merece tus recuerdos ni tú cariño! ¡Esa mujer debe irse al mismo infierno! ¡Esa mujer no merece ser nombrada, ni llamada madre! – luego gritó con más fuerza – ¡Esa mujer es el mismo demonio!

Su hija se quedó en silencio, impactada y sorprendida ante aquella reacción de su padre, no podía entender porque su padre hablaba así de aquella mujer, de su madre. Ella llegó a incomodarse con aquellas palabras, dejó la comida, se puso en pie y se retiró de la cocina.

– Hija… Yo lo siento…

Luego de que su hija se fue de la cocina hacia su habitación, él se quedó ahí sentado, con el rostro agachado mirando su comida; sentía que algo le remordía la consciencia, un cierto grado de culpa le embargaba el alma. Ahora sí se sentía más solo que nunca, aún ni la soledad de la muerte se podía comparar con este momento. Se arrepentía de aquella explosiva conducta pero no podía soportar más oír aquellas palabras sobre aquella mujer; no es que odiara a esa mujer, o tal vez si, pero tenía un sentimiento de desprecio y repudio a esa persona, deseaba que fuese quemada en una hoguera, que sufriera de una terrible enfermedad, que acabase en el abandono, que terminase en el mismo infierno, y aún con todo eso no le sería suficiente para pagar el daño que le hizo a una criatura indefensa e inocente, que no tuvo la mínima culpa de las pasiones desenfrenadas de sus padres. Movió un poco los fideos con el cubierto y lo dejó, no tenía ganas de comer, se sentía mal, muy mal; recogió su plato y el de su hija y los guardó. Salió de la cocina y se fue a sentar en el sillón.

Luego de unas horas su hija pasó por delante de él, llevaba ropa deportiva, salió sin decir palabra alguna, aún estaba molesta e incómoda. Él lo miró en silencio, como haciéndose al disimulado, pero dentro de sí quería hablar con ella y contarle todo, sin guardar ningún pequeño detalle. Deseaba que ella conociera la verdad, una verdad que tal vez le origine un alejamiento de ella, pero si eso iba a ser la consecuencia, él estaba gustoso en aceptarlo.

«Soñar con espinas es un mal augurio, puesto que nos indica que sufriremos pérdidas, de empleo, amistades o salud, y se presentarán numerosos problemas a nivel laboral. Será preciso actuar con valentía y entereza para salir de la mejor manera de las complicadas situaciones que se avecinaran.» en ese momento estás palabras le empezaron a recorrer la mente, recordaba con detalle cada palabra; ”mal augurio» «sufrir pérdidas» pensaba en cada frase y meditaba en ellos, pasó por alto la parte que señalaba el empleo y las amistades, él no trabajaba y no tenía muchos amigos que digamos, pero en «pérdida de salud» se quedómuy pensativo y hasta por momentos algo nostálgico, ese podría ser el punto débil.

– Si voy a morir… Lo acepto – dijo mientras se entristecía y en su mente hacia dar vueltas dos frases, las revolvía una que otra vez, como buscando un significado razonable, pero entre todo ese alboroto se llegó a formar una sola frase » mal augurio, sufrirás la pérdida de tu salud». Dejó de pensar en eso porque le provocaba miedo y se quedó quieto.

Las manecillas del reloj, aquel reloj que colgaba en la pared de la sala, avanzaban despacio, muy despacio. Él miraba las letras escritas en el libro, las letras formaban palabras y estás oraciones, pero ante sus ojos eran como manchas, manchas difíciles de entender, manchas que se escurría por las hojas y caían sobre su pantalón, luego descendían hasta llegar a su zapato y por último al frío piso. Parpadeó y bostezó, un sueño le empezaba a controlar, antes de darse cuenta se quedó dormido.

Cuando despertó todo estaba oscuro, su hija aún no llegaba y eso le preocupó un poco, era raro que ella sea impuntual. Se levantó y prendió las luces. Volvió otra vez a sentarse en el sillón y se puso a silbar, era un silbido que había aprendido en su juventud. Pasaron como dos horas cuando se abrió la puerta, era ella. Al entrar paso de largo.

– ¿Hija?

– Ya cené afuera, pa…

– Hija, quiero hablar contigo.

Ella lo ignoró y se fue directo a su habitación, aún estaba molesta por lo del mediodía. En su habitación mientras se cambiaba la ropa, se enojó con ella misma y golpeó fuerte la pared. No se sentía bien al tener ese enojo hacia su padre; además por qué estar molesta con él sin haber oído el motivo que el impulsaba a actuar de esa manera. Se echó a la cama y se puso a pensar, pensaba en las palabras de su padre, justo en ese momento le llegó a la mente aquel lejano recuerdo de su cumpleaños, de aquel cumpleaños cuando cumplía diez años. Ese día su padre le cumplió con sus deseos y anhelos de niña, él se esforzó por hacerle una hermosa fiesta, una fiesta que ella le pidió; era una hermosa fiesta, muchos de sus amigos de la escuela asistieron, había globos, gelatinas, caramelos y una gran torta de chocolate, además hubo helado, mucho helado. Ella llevaba un hermoso vestido morado, con unos hermosos zapatos blancos. Recordaba que esa noche tenía ahí presente a sus tíos y tías, pero sobre todo estaba su padre, quien se había vestido de payaso.

– No puedo estar molestar con mi pa… Además no conozco a aquella mujer. Ni una foto vi de ella – unas lágrimas salían de sus ojos – iré a hablar con pa…

Se limpió las lágrimas y descendió de su habitación. Lo vio en la sala sentado en su amado sillón, estaba medio soñoliento; ella se acercó a él y se sentó a su costado.

– Vamos a hablar, pa… – dijo ella mientras le mostraba una sonrisa.

– Hija…

– Pa… Háblame lo que sabes sobre mamá.

– Hija…

– Quiero saber todo desde el inicio. Por favor, dime todo, sin mentir. Recuerda que ya no soy una niña, pa…

– Siempre serás mi niña… Mi niña… – Dijo su padre y guardo el libro.

Él sentía algo de miedo en decir todo pero tenía delante de sí a su hija, ella quería saber todo y aunque él quisiera mentir, no podría hacerlo.

– Empezaré diciendo que yo… Nunca conocí a tu madre, ni sé quién es ella.

– Entonces… ¿Cómo me hicieron a mí? ¿Cómo nací yo? ¿Acaso nací del viento? ¿Acaso me secuestraste? ¿Me alejaste de mis verdaderos padres? – dijo su hija muy sorprendida.

– No. No es eso…

– Me estás diciendo que yo no soy tu hija. ¿Acaso la sangre que corre en mis venas no es la tuya?

-Entonces, ¿Quieres saber cómo fue el inició contigo?

– Si. Pero…

– Me emociona recordar aquel momento, hace que mi corazón palpite más y que mi sangre recorra con velocidad todo mi cuerpo.

– ¿Por qué?

– Déjame contarte. Todo fue hace más de veinte años atrás, era el 24 de diciembre, víspera a navidad. Era como las siete de la noche cuando salí de casa rumbo a… – se calló por un momento y respiró.

Ella se quedó observándolo, en silencio, aún estaba molesta. Luego de ese corto receso, él continuó.

– Salí rumbo a la muerte – ella al oír eso se quedó fría y sorprendida – desde varios meses atrás había planeado con acabar conmigo, deseaba irme para siempre. Durante un año me quedé desempleado, sin dinero; no sabes la miseriay penurias que atravesé, pero lo que más me dolía era sentirme inservible, poca cosa, una basura, sentía que esta sociedad, mi sociedad me marginaba; esta maldita sociedad que protege a los grandes, a los poderosos y los faculta para humillar, despreciar, robar y hasta matar a los que no tienen nada. ¿Sabes? En ese tiempo me consideraba una basura, una porquería, la peor escoria de la tierra; recordaba que era un incapaz… Un idiota… Un inepto para los estudios, es triste cuando deseas estudiar algo que sabes que no podrás; yo también deseaba estudiar medicina, deseaba ser un médico, deseaba ser…

– Pa…

– Es duró la vida cuando terminas el colegio y más triste aun cuando descubres que la educación superior es un privilegio solo para unos cuántos; entristece ver la cantidad de jóvenes que terminan suicidándose o formando parte de algún grupo delincuencial. Acá en este país, no hay igualdad; solo mentiras que el gobierno nos da como caramelos.

– ¿Por qué me cuentas eso, pa…?

– ¿Por qué? No lo sé, hija. Tal vez dentro de mí hay un resentimiento contra el gobierno, o tal vez porqué no llegue a ser lo que anhelaba. Bueno…

– A mí no me importa si eres o no profesional, tú eres el mejor padre – Dijo ella luego sonrió. Al ver la sonrisa de su hija le alegró el corazón.

– Era el 24 de diciembre, yo caminaba por las calles, en mi recorrido miraba la alegría de las personas, mi estado de ánimo no contrastaba con el ambiente. Siempre creí que esa fecha era algo especial, como un día donde se respiraba algo mágico y misterioso, y donde cualquier deseo se podría hacer realidad; tal vez era un loco por pensar de esa manera – sonrió, luego continuo – mientras caminaba recordaba la muerte de mi madre, ella había muerto hace una semana atrás, una extraña enfermedad se la llevó. No sabes las cosas que hablaba con ella un mes antes de navidad, le dije que está vez la cena navideña iba a ser mejor que el año anterior, llegaré a comprar panetones, empanadas y hasta un gran pavo; le dije… – su rostro mostró una gran tristeza, una profunda tristeza que le brotaba del alma; unas lágrimas acompañaron aquella tristeza – me es triste recordar ese día pero está grabada en mi mente y… Cada vez que cierro los ojos lo puedo ver con detalles. La muerte de mamá afectó grandemente a toda mi familia, ni el árbol de navidad fue armado para esa ocasión, a la final no hubo nada de lo planeado. Era triste esa noche…

Cuando se calló todo quedó en silencio, en un completo silenció; su hija lo miraba sin poder decir palabra alguna, ella también llegó a sentir esa tristeza. Él estaba con el rostro agachado, recordando aquel lejano día cuando presenció la muerte de su madre, lloraba en silencio. Luego de un rato, cuando se calmó un poco, continuó.

– Así es la vida, hija, así es la vida. Esa noche yo deseaba acabar con mi vida, ya no tenía nada de especial para mí esa noche. Al recorrer las calles las luces que adornaban muchas casas, iluminaban en poco mi triste rostro, paré en frente de una casa y observaba el parpadeo de las luces, sonreí no sé por qué, tal vez era porque me recordaba los años pasados cuando mi hermana adornaba la casa de luces, de muchas luces. Luego continúe, no me importaba la hora ni el frío que empezaba a hacer; caminaba sin rumbo, sinun lugar a donde llegar. De pronto entré a una calle silenciosa, no había nadie por ahí, nadie a excepción de mí caminaba por ella, era muy raro ver eso dado el día que era, pero a mí me gustó ese ambiente; esa soledad, ese silencio, iba en contraste con mi tristeza y nostalgia. Caminaba por ella con el rostro agachado, observando la fría vereda; cuando levanté la mirada pude distinguir dos tachos grandes de basura y varios desechos a su alrededor. Al pasar cerca a eso lo mire de reojo sin prestarle la mínima atención, a la final solo eran montones de basura; cuando terminaba de cruzarlo, escuché algo que me puso pálido, era el llanto de un bebé. Rápidamente giré mi mirada hacia la basura y no vi nada, miré hacías las casas y en ellas no se veía movimiento alguno, miré por toda la calle y no había ninguna persona, solo estaba yo. Llegué a creer que tal vez era un fantasma o algo producto de mi deprimido estado. Ya parecía un loco ¿No? Decidí alejarme de ahí, para serte sincero tenía algo de miedo pero mi tristeza era grande. Cuando me iba, otra vez oí el llanto… Guardé silencio para saber de dónde provenía, pero no se oía más. No podía entender lo que pasaba, pensaba que me volvía loco y que oía cosas que no habían – Sonrió – un loco sin remedio, sin solución. Ves hija, soy raro ¿No? – miró a su hija.

– Yo diría un poco, pa… – respondió ella mostrando su peculiar sonrisa.

– Cuando volvía a alejarme, otra vez se produjo aquel llanto, pero esta vez era más fuerte y ya no se detenía. Yo me fui acercando y según me acercaba pude notar que ese llanto provenía de donde estaba la basura… Ni yo podría creerlo. Llegué hasta ahí y lo que observé me partió el corazón, jamás pensé a tal grado de insensibilidad que llega una mujer, olvidándose de los principios que uno tiene como ser humano, demostrando a la bajeza, a la maldad que uno puede llegar, ni aún los animales cometen tal atrocidad. En el primer tacho de basura estaba un bebé, en medio de todo ese hedor y desechos putrefactos, su cuerpito reposaba sobre un viejo periódico, un periódico sucio y maloliente; era horrible el olor que salía de ahí, pero ahí estaba aquella criatura, su cuerpito se había ensuciando con los residuos. Yo lo miré, ¿sabes? Hasta ahora no puedo comprender, que pasará por la cabeza de una mujer para cometer esa crueldad, ¿Acaso la vida humana no vale nada, para ser tirada a la basura? ¿Acaso la vida es algo que porqué a uno se le da la gana lo bota a la basura, como si nada? ¿Acaso la vida es una basura? ¿Acaso…? – una emoción grande le embargaba, una emoción que le provocaba el más grande desprecio a la humanidad, a aquella que solo desea satisfacerse y acabar con el inocente.

– Cálmate pa… – dijo su hija mientras le tomaba de la mano.

– Dime tú, hija. Tú cómo futura doctora. ¿Acaso la vida no vale nada y por ello no merece ser salvada?

– Cada médico tiene como objetivo salvar vidas. La vida es lo más importante, nada se compara a ella.

– ¿Acaso porque uno nace sin ser planificado, merece ser tirado a la basura? Y si ese fuese la verdad, entonces también botemos a la basura a esos padres, a esos malditos padres que solo piensan en satisfacer su apetito sexual… Pero es triste saber que en el mundo estos casos va en aumento y muchas veces esas criaturas mueren, mueren luchando por sobrevivir… Bueno, retomando la historia; yo lo vi ahí en medio de esa basura, estaba sin ropa alguna; por un momento yo quise huir, pensaba que era mejor la muerte para esa criatura que vivir en un mundo lleno de maldad; le di la espalda y me alejaba, no sé por qué pero dentro de mí se conmovía mi ser, sentía algo extraño, una sensación que me culpaba por el destino de esa criatura. ¿Yo no valgo para ser padre? No, ni mi propia vida se conducirla menos de una ajena; nuevamente se escuchó el llanto, por más que intentaba no podía tapar los oídos ante ello. Entonces pensé en llevarlo a la policía pero por los muchos trámites y esas cosas decidí menguar en esa decisión, además hoy estarían ocupados por las fiestas navideñas. Miré mi reloj y vi que ya iban a ser las diez, el cielo estaba oscuro y el viento frío se intensificaba más.

– Pa… ¿Quién es ese bebé?

– Me acerque por tercera vez y la miré. Solo será por esta noche, pensé. Lo cogí con las manos y lo levanté suavemente, el bebé dejo de llorar y sus tiernos ojitos se fijaban en los míos. No sé en qué estaría pensando aquella criatura, si es que podría pensar. Luego sonrió, me mostró una hermosa sonrisa, unasonrisa que me cautivó, que me conquistó, era más hermosa que cualquier adorno navideño, era como una luz, como un diamante, como… Esa sonrisa sigue intacta en mí, sigue en mis recuerdos, esa sonrisa fue la que me convenció de adoptarla. Era una niña, de un cabello algo rizado…

– Pa… ¿Quién era la niña?

– Me emocioné tanto que mi tristeza y mi pena se fueron, lo abrace con fuerza, y le decía «tú serás mi hija» «Tú serás mi hija» «Yo seré tu padre». Teniéndola en brazos miré por todos lados, como buscando a alguien pero no hubo nadie, pensaba que tal vez su madre estaría mirando de algún escondite. Recogí unos cartones y la recosté ahí, luego saque mi sudadera con capucha, aquella que siempre me gustaba usar, bueno era porque cubría mis delgados brazos aunque – miró sus brazos – hoy en día aún los tengo delgados. Al sacármela mi pelo cayó hacia delante cubriéndome el rostro, por esos tiempos llevada el cabello largo, me alcanzaba por debajo de los hombros – se reía recordando ello, luego se calmó y continuó – con mi sudadera la envolví, cubriendo su cuerpecito, quería que no sintiera frío. Una vez que la recogí, la apreté contra mi pecho y me la llevé a casa; en el transcurso del camino ella estaba en silencio, se había quedado dormida.

– Pa… ¿Aquella niña quién era?

– Cuando llegue a casa, lo primero que hice fue bañarla, ella me miraba mientras lo bañaba y me sonreía. Era la primera vez que bañada a un bebé. Todos mis hermanos preguntaron por ella y yo les dije que era mi hija, que su madre se fue y me la dejó; no sabía más que decir, ellos lo creyeron. Pero pensaba que tal vez su madre se iba a arrepentir de esa maldad que había hecho y que iba a volver a aquel lugar, cuando volví a la mañana siguiente aquel lugar estaba lleno de más basura, no vi a nadie buscando por ella solo unos perros rebuscaban sobras; durante una semana hice lo mismo pero no obtuve nada. Entonces decidí adoptarla, claro no lo hice de la manera legal. Le puse mi apellido y para el materno lo puse de una amiga.

– Pa… Por favor responde a mi pregunta.

– ¿Quieres saber quién era aquella niña? La respuesta es obvia, quien aparte de ti es mi hija. Solo tú eres mi hija.

Ella se quedó sorprendida, con la boca abierta, sin poder vocalizar palabra alguna. Ella había sido abandonada, desechada, despreciada por la mujer que le dio a luz; una tristeza embargaba su ser, no podía entender como una persona desconocida, aquel a quien tenía adelante, podía desprender tan grande amor por alguien que no era de su propia sangre, por alguien a quien no engendró.Unas lágrimas caían de sus ojos, ahora ya entendía por qué el molestar de su padre contra aquella mujer.

– No llores, hija – Dijo mientras que con la mano le secaba las lágrimas de la mejilla – yo no soy tu padre, no soy el hombre que te engendró, mi sangre no corre por tus venas, mi… ¿Te causa decepción saber esto? Si es así perdóname. Pero yo sabía que un día llegaría este momento, y yo solo tenía que decir la verdad ante ello. No sabes cuánta alegría me dio que tú ingresaras a mi vida, a mi mundo, a este triste mundo que llevaba; tú iluminaste mi vida, fuiste el motor e impulso que yo necesitaba. Siempre valorare esa noche en que te encontré. A veces pienso que esto estaba destinado a suceder, que el todopoderoso así lo determinó…

– Pa… ¿Por qué me amaste tanto, si yo no soy tu hija real?

– ¿Por qué? No se la respuesta. Recuerdo que a mi hermana le gustaba criar gatos, en una ocasión una gata tuvo tres crías, pero dos días después aquella gata murió, los pobres gatitos se quedaron sin madre y propensos a la muerte, pero otra gata, que era hermana de la que murió, los adoptó y los alimento hasta que llegaron a depender de ellos mismos; ¿Ves? Hasta los animales son muy compasivos y amorosos, decimos que no tienen razón pero son mejores que nosotros. Yo no pude conseguirte una madre, soy un inútil para el amor, nunca pude conquistar ni enamorar a una mujer; tal vez tenían razón mis amigos al decirme que me quedaría solo hasta la muerte, ahora veo que estaban en lo cierto.

– Pa… ¿Por qué eres así? ¿Por qué me amas?

– Desde que eras una niña siempre me preocupe por ti y aún hoy me preocupo por ti, tal vez hice mal cuando te matricule a los 8 años a aquella academia de artes marciales, tal vez pensaste que era malo, pero lo que yo deseaba era que fueses una mujer fuerte, y que nadie te humillaré o golpeare… Que fueras fuerte y libre como el viento.

– No, pa… Yo te agradezco por eso. Las artes marciales me enseñaron a controlar mi furia e irá. Gracias pa…

– Ahora veo que eres fuerte, tus puños son como el acero y tus patadas son fuertes, capaces de derribar a cualquiera. Pero yo estoy viejo, me siento muy mal, a mis 54 años me siento como de 90 años. ¿Sabes, hija? Yo ya cumplí. Ya eres una fuerte mujer, en un año te graduaras como doctora. Tal vez te olvides de mí, tal vez me desprecies por no ser tu padre verdadero – unas lágrimas brotaban de sus ojos – tal vez te cambies de apellido, tal vez…

– No digas eso, pa… Aunque no seas mi padre verdadero, aunque no me hayas engendrado. Yo te amo y te respeto. Tú eres mi única familia. Tú eres mi padre, tú… – dijo su hija mientras lloraba, luego abrazo a su padre.

Él lloraba, lloraba sin consuelo, no eran llantos de tristeza ni de alegría, pero lloraba. Otra vez se sentía miserable, aquellos sentimientos de antaño volvieron a él, y esta vez con más furia y fuerza, similar a un terrible huracán.

– Hija, yo ya estoy viejo, muy viejo… Yo ya cumplí – de pronto su corazón empezó a palpitar rápido, muy rápido y un dolor fuerte en el pecho le embargaba – Sigue…

Su padre cayó en un desmayo sin poder respirar; ella se asustó ante ello, recordó los estudios y se calmó, le realizó los primeros auxilios, llamó lo más rápido posible al servicio de emergencia. Al llegar los paramédicos le dieron toda la atención posible y rápidamente le llevaron a la ambulancia. Al llegar al hospital fue llevado directo a la sala de operaciones; los médicos hicieron todo lo posible por salvarle la vida. Su hija esperaba con gran ansiedad en el pasillo, quería saber de una vez el estado de su padre; realizó llamadas a sus tíos informándole de lo sucedido. Luego de 5 horas, salió el médico y una enfermera a su lado, ellos le informaron que su padre estaba estable, fue difícil pero lo lograron, pero por el momento iba a ser internado en la unidad de cuidados intensivos para ver cómo evolucionaba su estado.

– Fue un paro cardiopulmonar. Si demoraban más tiempo en llegar al hospital, tu padre estaría muerto – dijo el médico.

– ¿Por qué le pasó esto? – preguntó ella.

– Hay causas que son conocidas. Pero en este caso son desconocidas, puede ser que tal vez tu padre tendrá alguna enfermedad, eso lo veremos con los análisis que le haremos en los siguientes días. Por el momento solo quería informarle que está estable – respondió el médico y se retiró.

Ella estaba sola, parada en el frío pasillo de aquel hospital; por su lado pasaban más pacientes, personas en estados graves, camillas empujadas por enfermeras, familiares tristes y llorando; ella lo contemplaba y no era ajena a aquel dolor, se sentía identificada con ese sufrimiento. Por más que buscaba una razón lógica al problema que acababa de vivir, no lo encontraba. Aún recordaba lo que su padre le había contado y con cada palabra que traía a la memoria se entristecía hasta el punto de llorar.

– ¿Por qué? ¿Por qué?

Buscaba un consuelo, un alivio, algo que le dijera que todo esto es un sueño o una pesadilla. Con sus ojos llorosos miraba por todas partes como buscando algo. Es triste la angustia y la desesperación que uno siente en los pasillos de los hospitales, son momentos que se quedan grabados en la memoria para siempre.

– Pa… Pa… ¿Por qué?

Luego de un buen tiempo llegaron sus tíos, ella al verlos corrió hacia ellos y abrazaba a uno de ellos mientras lloraba. Ellos intentaron calmarla pero no pudieron hacerlo.

– Mi papá está muy grave… Muy grave

– Calma, sobrina. Tienes que ser fuerte. Tu padre no es tan débil, él se va a recuperar – dijo uno de sus tíos.

Amanecieron en el hospital y esperaban oír una buena noticia, una que les anime, que les motive a creer, que les diga que él era fuerte. Grande fue su decepción cuando el médico les dijo que no había mejorado nada en las últimas horas, pero que iba a permitir a un familiar entrar a verlo. Su hija fue la que decidió entrar a verlo. Le pusieron unas ropas esterilizadas, una cubreboca. La UCI era un ambiente diferente, un lugar muy esterilizado, pulcro, muy salubre, un gran silencio reinaba en el lugar, silencio que era interrumpido por los sonidos de los diferentes aparatos; había varias camas pero sólo cuatro estaban ocupadas. La enfermera lo llevo hacia la cama de su padre, según se iba acercando ella sentía tristeza y miedo, nunca pensó ver a su padre en ese estado. Él estaba con cables y sondas, conectado a un aparato de respiración artificial, la pequeña computadora del aparato mostraba en líneas zigzagueantes el pulso cardíaco.

– Por favor, no hable muy fuerte – dijo la enfermera y se alejó.

– Pa… Pa… No me dejes. Por favor vuelve… Vuelve pa… – dijo ella mientras agarraba la mano de su padre, lo acariciaba con suavidad. Unas lágrimas brotaban de sus ojos – tú eres más fuerte que yo. Yo soy fuerte gracias a las artes marciales y a los ejercicios, tú eres fuerte gracias a la vida; la vida misma te formó a ti…

Luego en silencio recostó su cabeza sobre el pecho de su padre, lo hizo con mucha delicadeza y pudo oír aquellos débiles latidos, que parecían que se apagaban poco a poco. Estando ahí le vino un recuerdo, uno de hace muchos años atrás, uno de cuando entraba por primera vez a la escuela; cerró los ojos y se puso a recordar.

Era un día lunes, hacia algo de frío, o quizá era por lo temprano que se había despertado. Durante la semana pasada esperaba con ansias que llegase ese día, pero ahora no quería levantarse de la cama, estaba envuelta en medio de la frazada y colcha, refugiándose de lo que le esperaba. Su padre se había despertado muy temprano, tenía que preparar el desayuno y además la iba a llevar a la escuela, y aunque esto era algo trabajoso a él lo emocionaba mucho.

– Hija… Hija… Despierta. Hoy es tu primer día de escuela – dijo su padre al entrar a la habitación de ella.

– No quiero ir, pa… Además está haciendo frío. No me gusta el frío – dijo ella y se envolvió más.

– Vamos hija. Todos los niños van a la escuela, además ahí vas a conocer nuevos amigos

– No quiero ir, pa… Me da pena dejar la casa. Yo ya tengo a «Otty» como amigo y él es mi mejor amigo.

– Si, pero además de «Otty» puedes tener más amigos. Estoy seguro que eso también le gustará a «Otty». Vamos, hija.

– Pa… ¿»Otty» también irá a la escuela?

– No lo sé. Creo que tú deberías preguntarle.

– Si – Dijo su hija y rápidamente salió de su escondite, bajo de la cama y se acercó hacia una pequeña mesa, en ella un hermoso peluche de oso, de un oso panda, estaba sentado. Ella lo tomo en brazos y lo preguntó – ¿»Otty» vas a ir a la escuela, conmigo?

Su padre sonreía al verlo, no podía entender las cosas que estarían pasando en este momento por la cabeza de su pequeña hija. Por arte de magia o por algo sobrenatural, aquel peluche movió la cabeza hacia adelante; ella sonrió ante esa manifestación.

– Pa… Dice que si va a ir

– Entonces vamos a vestirte a ti y a «Otty». Y juntos irán a la escuela.

Tanto la niña como el peluche llevaban unos hermosos uniformes. Luego del desayuno salieron rápido hacia la escuela. Mientras caminaban ella sentía un cierto miedo, tal vez algo sin fundamento, pero sonreía al tener a su lado a su mejor amigo; en cambio su padre se emocionaba, era una emoción grande, algo que le impulsaba a suspirar, a reír, a estar alegre, a estar orgulloso. Cuando llegaron a la escuela, ella se negó a entrar; su padre intento convencerla con muchas dulces palabras pero ella decía no, ella miraba a su padre ahí parado. Él buscaba muchas maneras pero no funcionaba ninguna, en eso vio su reloj y supo que tenía que apurarse o llegaría tarde al trabajo, pero no podía molestarse contra su hija ni mucho menos golpearla. ¿Pero cómo convencerla? ¿Cómo hacer que entre a la escuela? Intentó con algunos dulces y parecía que ellos hacían efecto, gracias a ellos logró hacerla entrar a la escuela, pero ahora como lo haría entrar al salón. Se sentía impotente ante ello, sin una idea clara, tal vez hasta podría desesperarse, pero… Su mejor amigo estaba ahí. Gracias a él lo logró, ella entró al salón de clases; él lo miró sonriendo mientras cerraban la puerta, ella también sonrió. Aunque no le gustó en nada dejar la casa para venir a la escuela, ella se sintió alegre, esa tristeza inicial que sentía se fue, a quien le importaba si a su lado estaba su mejor amigo. Toda esa mañana se había olvidado que tenía una casa y disfrutaba el ambiente, la atención de la profesora, en algo de la compañía de los demás niños. Al mediodía se alegró mucho al ver de nuevo a su padre.

– Pa… Te extrañe. Pero un poquito – dijo su hija mientras le daba un beso – Otty también te extrañó. ¿Verdad «Otty»?

– Disculpe, pero ya no puede estar más aquí – dijo la enfermera.

– Claro… – respondió ella. Lentamente levantó la cabeza, miró a su padre, le besó en la mano – Se fuerte pa… Todos te esperamos.

Durante los siguientes días los médicos le sometieron a muchos exámenes y análisis, deseaban encontrar la causa exacta del mal que había sufrido y la manera de tratarlo. Todos los exámenes arrojaban el mismo resultado, los análisis también; esto dejó confundido a toda la junta médica, era algo ilógico, algo que ya salía de sus manos. Llamaron de urgencia a su hija y le comunicaron el resultado de los exámenes y análisis, y la conclusión a la que habían llegado.

– Su padre – dijo el médico – en los diferentes exámenes y análisis, a los que fue sometido, arrojó que no tiene ninguna enfermedad grave en el cuerpo, que está sano. Por cual no podemos encontrar una causa exacta al mal que sufrió.

– Entonces… ¿Mi padre se va a recuperar? – preguntó ella.

– Hasta el día de hoy no hay mejoría alguna, su salud se va quebrando más. Es eso lo que nos tiene confundidos. Por eso tras una junta médica, hemos llegado a la conclusión y puedo decir al diagnóstico. Tu padre tiene un gran dolor, un dolor que ningún medicamento podrá curar. Tu padre sufre una enfermedad emocional, una tan profunda.

– Doctor… Pero ¿tiene cura?

– Esto ya es otro campo. La medicina no puede hacer nada por él. Es como si él mismo deseara la muerte. Pero seguiremos tratándolo y veremos cómo evoluciona – dijo el médico y cortó la llamada.

Ella se quedó en silencio, era un silencio doloroso, un silencio sin esperanza, un silencio de muerte, un silencio de pérdida, un silencio de soledad. Empezó a llorar, sola en su habitación, eran llantos sin consuelo, desgarradores, llantos que le salían del alma. Por más que pensaba no podía entender porque un hombre como su padre, un gran hombre, uno que merece todo los premios y los más altos reconocimientos; se iba a morir. Era muy injusto la vida.

– No… No… ¿Por qué?

Paso un año, un largo año, el año más difícil que ella llegó a afrontar; sentía que todo iba en su contra y muchas veces se sentía débil ante aquella fuerza, sin saber a dónde ir, sin dejar de pensar en la salud de su padre, quien durante todo el tiempo pasado no se recuperó, hasta los mismos médicos le sugirieron que era mejor desconectarlo de una vez y dejarlo ir para siempre. Ella se aferraba a la idea de que él se levantaría de esa condición y mejoraría, por lo cual se opuso ante ello. Durante todo este tiempo, ella supo lo que era la soledad, el silencio, el llanto, el desánimo; en varias ocasiones quiso abandonar sus estudios y tirar por la borda todo el esfuerzo.

– No hagas tal estupidez. Tú padre se esforzó mucho por ti para llevarte hasta donde estas hoy. ¿Vas a tirar a la basura todo el esfuerzo de tu padre? – le dijo su tío en una ocasión.

– No, pero no puedo… Soy débil, tío.

– Tú no eres débil. Tú eres fuerte. Termina tus estudios, logra lo que anhelabas y has orgulloso a tu padre, orgulloso de tener una hija como tú.

Después de eso ella se esforzó, aunque le fue difícil, trabajoso y cansado; lo logró. Fue grande la satisfacción que llegó a sentir cuando terminó de estudiar y logró graduarse. El día de su graduación llegó, y era un día especial, el día que anhelaba que llegará desde que empezó a estudiar; pero ella estaba triste, sentía que su corazón lloraba. Ella deseaba tener a su padre ahí con ella; quería verlo alegrarse con lo que había logrado, quería que el participase de su alegría. Sus tíos y amigos asistieron y le felicitaron por el logro obtenido.

A la mañana siguiente ella fue al hospital, entró a ver a su padre; ella llevaba una gran alegría. Cogió la mano de su padre y lo besó.

– Pa… Lo logré. Lo logré, pa… Ayer me gradué. Ahora ya soy una doctora. Gracias pa… Gracias por todo – dijo su hija. Ella la miró fijamente y se puso a llorar – Yo deseaba que tú estuvieras ahí, pa… Deseaba verte en la ceremonia de graduación.

Lentamente acostó la cabeza sobre el pecho de su padre y lloraba. Deseaba conseguir que él volviera, que retornará a este mundo, a esta vida.

– Por favor vuelve, pa… Vuelve

Parecía como si aquellas palabras atravesarán el espacio y tiempo, y llegarán a un lejano lugar. Lentamente su padre abrió los ojos, movió la mano y lentamente acariciaba el cabello de su hija. Ella al sentir eso, se alegró mucho; rápidamente levantó la cabeza y miró a su padre. Él lo miraba fijamente con sus hundidos ojos, su mirada era triste, nostálgica; lentamente sonrió.

– papá has vuelto… Has vuelto – dijo su hija mientras se ponía a llorar, eran lágrimas de alegría, de esperanza. Luego mostró una sonrisa, una gran sonrisa.

Su padre estiró la mano, y lentamente acariciaba el rostro de su hija.

– Te extrañe, pa… Te extrañe.

Sonrió y lo miró fijamente. De pronto aquel aparato empezó a emitir un pitido y aquellas líneas zigzagueantes ahora eran rectas, paralelas. Ella los miro y sabía que ello señalaba algo malo, dio aviso rápido a la enfermera y ella fue en busca del médico principal. Mientras los ojos de su padre se quedaron fijos en su hija, lo miraba sin parpadear, como despidiéndose de ella, como diciéndole “sigue adelante, yo ya cumplí”. El médico llegó y le pidió que ella saliera de ahí. Una enfermera lo saco fuera, ella quería ver a su padre, quería…

Adentro los médicos realizaban todo lo posible por mantenerlo estable, usaban todos los métodos conocidos de reanimación cardiopulmonar pero ninguno era efectivo. Ni la electricidad producida por el desfibrilador podría retener la voluntad de aquel hombre que solo deseaba morir. Luego de 15 minutos los médicos dejaron de luchar y dejaron que él partiera a aquel lugar de donde nunca más se vuelve.

– Hicimos lo posible. Pero lo perdimos – Dijo el médico al salir. Ella no lo podría creer, era algo difícil de digerir y se puso a llorar, lloraba sin consuelo.

Luego de dos días fue el entierro, varios familiares y amigos asistieron. Muchos hablaban de lo bueno que era, de la gran pérdida que sentía la familia. Pero ella no hablo nada, todo ese momento se quedó en silencio. Cuando ya el ataúd era sepultado, ella se paró en frente y ante todos comenzó a aplaudir, aplaudía con fuerzas, mostrando un gran respeto a la memoria de aquel hombre, aquel hombre que llego a ser su padre; unas lágrimas acompañaban aquellos aplausos, ella lloraba. Todos los presentes miraban algo confundidos, sin entenderlo, pero imitaron la acción de ella; pronto más aplausos se sumaron al de ella. Y en medio de un mar de aplausos aquel hombre fue enterrado.

Ella se quedó frente a la tumba de su padre, todos ya se habían retirado, la tarde iba cayendo pero a ella eso le importaba poco. Leía el nombre de aquel hombre, el cual estaba en letras grandes y doradas, talladas sobre la lápida; debajo del nombre estaba una frase, una frase que ella había elegido. «Yo ya cumplí, ahora sigue tú».

– Pa… Llevaré con orgullo tu apellido. Tú eres mi padre. Tú eres mi salvador…

Cuando regresó a casa ya era de noche, prendió las luces y lo primero que llego a ver fue aquel sillón marrón y aquel estante lleno de libros. En su mente podía ver a su querido padre sentado ahí mientras tenía un libro en la mano, observándolo mientras ella pasaba, saludándolo. Pero ahora se respiraba un gran silencio, una gran soledad, el sillón marrón estaba vacío y se dolía por la ausencia de su dueño, el estante lloraba y los libros se angustiaban por llegar a sentir nuevamente aquellas manos y buscaban la alegría de ser leídas nuevamente, hoy el polvo les cubría. La soledad y el silencio eran las compañeras de ella.

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