Cuando aceptamos, nos hacemos conscientes de que algo es de una forma y no de otra. En el momento en que decidimos que ya no queremos cambiarlo y simplemente aceptamos que todo tenía que ser de la manera en que fue.
La aceptación es parte del duelo, y el hacerlo nos quita el peso de las esperanzas. A estas alturas éstas ya murieron por completo, sólo nos resta esa pared a la que llamamos “realidad”, la cual por un tiempo quisimos negar, intentamos creer que nosotros teníamos el poder de derribarla, pero no, era simplemente la verdad y la aceptamos.
Yo soy partidaria de que debemos luchar por nuestras convicciones, pero en el terreno de las relaciones, la lucha es de a dos. Me di cuenta que muchas veces somos los únicos que quieren salvar lo que se está hundiendo, los únicos dispuestos a dar hasta lo que no les queda, pero queridos amigos, no es lindo ni justo atarse a quien ya nos soltó.
Hay que empezar a pensar más en nosotros mismos pese a que todavía duelen las heridas y los espacios vacíos, pero también merecemos tener la posibilidad de estar bien. Al fin y al cabo, nuestro peor error fue amar incondicionalmente cuando otros nos dejaron de querer. A veces, darse cuenta de tantas cosas nos duele hasta lo más profundo del alma, pero es necesario abrir los ojos. Entender que quienes amamos, quieren a alguien más, darnos cuenta que su duelo es más corto que el nuestro, el dolor de habernos quedado luchando solos mientras el otro ya había cerrado el telón. Sé que en esos momentos nos sentimos defraudados porque, incluso con nuestras partes rotas, intentamos volver a pegarlo todo.
El problema es que el dolor nos hace creer que ya nadie nos va a querer (obviamos que tampoco nos quieren ahí), que somos reemplazables (pero ya nos reemplazaron), que somos insuficientes (pero a veces somos más de lo que los otros saben valorar) y que amar sin condición no vale nada (pero esto nos distingue de los demás, nos hace vibrar más alto).
Sé que alguna vez tuviste el corazón tan roto que no quisiste volver a estar en este lugar jamás, donde siempre nos quedamos queriendo solos, esperando a quien se fue, extrañando a quien ya nos soltó. También sé que te sentís tan poca cosa que ves todo tan injusto. Que esto nos enseña, está asegurado, pero también nos gustaría ganar alguna vez, ser a quienes los quieren también, tener a quien no nos suelte y que nos extrañen de vuelta.
Al menos dimos el gran paso de aceptar, las heridas siguen abiertas, pero las puertas se cerraron. Prometan a su corazón elegirse la próxima vez y no permitir que nadie los haga sentir que merecen menos, no tenemos que permitirnos ser segunda opción de nadie, siempre merecemos ser el primer lugar.
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