En uno de los cajones del mundo, el hombre encontró una carta sin haberla buscado. No tenía remitente pero sí una frase que decía “Carta de una carta al hombre del mundo”. El hombre del mundo se sintió el indicado a pesar de que no era el único. Abrió el sobre, extrajo una hoja y comenzó a leer lo que en ella estaba escrito.
La nota decía que iría a llegar un día, un tiempo, en que las cartas desaparecerían casi por completo. Quedarían aquellas misivas más frías, llenas de avisos nefastos, llenas de malas noticias, llenas de palabras burocráticas, palabras vacías… las peores palabras. No se percibiría ningún tipo de sentimiento, ni de amistad, ni de amor; no se compartiría la anécdota cálida ni mucho menos existirían los “¿Cómo estás?” o “Los extraño mucho. Espero verlos pronto”. Todo eso, todos los sentimientos que hacían de las personas seres felices, todo se perdería en el espacio, o por el aire o vaya a saber uno por dónde. Y junto con las cartas, se irían también las colecciones de estampillas y la alegría general del oficio de Cartero.
El hombre de mundo terminó de leer y guardó la carta. La acomodó en otro cajón de los tantos cajones del mundo que había. Se alejó triste. Se marchó pensando en que el día que mencionaba la carta, ese día, ya había llegado.
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