Aquella fría tarde de noviembre él sintió en sus tripas y en todo su abdomen un ardor, no uno común por comer enchiladas cargadas de chile de árbol; aquello era diferente, sentía que algo se retorcía en su interior. Con cada espasmo en su zona de gravedad recordaba aquellas ya viejas películas noventeras de alíen, presentía que en cualquier momento una criatura arácnida se abriría paso dentro de su carne y saldría a la superficie. Ya en el tercer espasmo trato con toda su fuerza de correr al baño, lamentablemente no lo logró.
Aquella fría tarde de noviembre la oficina de contabilidad del 307, calle luna, en colonia canales presencio un acto infame, deshonroso y plenamente escatológico…un pedo, y no cualquier pedo, el pedo mas sonoro en la historia de los pedos, aquella cosa era magistral en un sentido orgánico, científico y filosófico. Aunque claro, Clarita la asistente de contabilidad no lo pensó así; su cara era una mezcla de repugnancia y asombro… ¿Qué clase de ser humano podría realizar algo así? que digo ser humano, ¿Qué clase de creatura o ser espacial pudiera haber logrado esa sonoridad? Los vidrios de la oficina se quebraron, los niños de la calle lloraban sin control, se disparo la alarma de incendios. Clarita se limito a salir de ese lugar.
Él no comprendía que acababa de acontecer, tendido y aturdido en el suelo temblaba de pies a cabeza. Acababan de salir de su cuerpo los mismos decibeles que hubiesen correspondido a un lanzamiento del transbordador espacial, tal vez media bomba atómica, aunque eso sí sería exagerar. En cualquier caso, tendido allí, patético y tembloroso solo pensaba en Clarita, su eterno amor de oficina, ¿ella estará bien? ¿ella donde esta? ¿me querrá algún día?
Aquella fría tarde de noviembre la policía llego en 23 minutos a aquella oficina, habían reportado una explosión y el comandante Carrillo se mentalizó sobre otra fuga de gas, común en esos edificios abandonados y descuidados del centro de la ciudad, el olor se lo confirmaba según su nariz… una fuga de gas.
Cuan equivocado estaba el hombre.
Mientras el comandante miraba la escena y daba otro sorbo a su café, la entropía del universo tenía otros planes. Dentro del aquel hombre patético y tembloroso tirado en el piso de la oficia se gestaba otra catástrofe: una segunda explosión se presentó.
Aquella fría tarde de noviembre el comandante Carrillo no sospecho que ese café barato y amargo sería su ultimo café, así como tampoco Clarita sospecho que ese viaje a Cancún con su mamá nunca se realizaría.
TODO voló en pedazos, la oficina, las plantitas del cubículo de Clarita, Clarita. Ese pedo fue apoteósico, apocalíptico y ácido, tremendamente ácido, de modo que la onda expansiva no fue lo peor, sino lo que vino después: “el daño bacteriológico”. Los perros aullaban de dolor, los pájaros caían muertos en vuelo, los arboles se secaban. Una acidez que dejaría como principiante al gas sarín lanzado en el metro de Japón, incluso al aliento mañanero de un alcohólico empedernido. Literalmente quemaba los pulmones (y cejas) de toda la ciudad.
Después de la segunda explosión toda la cuadra estaba destruida y la ciudad envenenada; con gusto ácido y salado del desayuno de la bomba humana. Nadie entendía que sucedía, incluso la propia fuente de la fetidez explosiva: se hallaba aun allí tirado en el piso, solo que sin pantalones y con un agujero inmenso en la parte trasera de su calzoncillo. Él pensaba en Clarita, su amor de oficina y ella no pensaba en nada pues ahora era un cadáver o tal vez sí, en sus plantitas.
Aquella fría tarde de noviembre a él le explotaron los calzoncillos por tercera vez, pero en esta ocasión si sucumbió ante el poder de su colon, también los pingüinos de antártica, los moais de pascua y los renos de santa.
Aquella fría tarde de noviembre todos morimos por un pedo, el más grande y potente de ellos.
OPINIONES Y COMENTARIOS