¡Piedad, corriente de los años!
Que el trueno y la comparsa
arrastran mis arrebatos.
Lúgubre la tumba de mi silencio;
mortajas de sonetos velarán
mis huesos hasta el amanecer
cuando la lluvia siembre cristales
sobre mi lápida de viejos arrabales.
¡No lloren, mis poetas amados!
Con hojas de viento
mi última inspiración he de escribirles;
dirá con música y arroyo de emociones:
“adiós mis cantores, el sueño
me vence pero no mi admiración
por la fuente de sus voces”.
La muerte es una sombra de cálida planicie;
no le temo, al igual que los gendarmes de la miseria
que la esperan sembrando sueños
en tierras áridas de hambre.
Me iré desnuda, y con el alma altiva
después de vivir para la pluma,
y algunas alegrías.
Aspiro a ser inmortal
en aquel amor que nunca quiso
mi pobre ser apesadumbrado
por un roce de sus labios.
¡Adiós mis poetas!
La medrosa oscuridad me lleva.
No olviden que alguna vez por sus caminos crucé,
fui brisa en sus corazones
y luz en sus tinieblas.
Cuando la tarde llegue,
posen su mirada en lontananza;
allí pernoctaré custodiando su futuro de lauros y soles.
¡Adiós mis poetas!
Creced como las espigas al cielo.
Yaneth Hernández
Venezuela
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