A propósito de Cleopatra

Fue tan intensa su cosecha de besos,

que dejó los pájaros sin ánimo de vuelo

y al comenzar la mañana

todos los vientos,

cantaron versos al borde de los nardos

que por historia nacieron,

en los canales de su adentro.

Parecía alcanzar las estrellas

en cada suspirar de sus cejas,

hacía de sus labios un poema,

de sus carnes el reino de los paganos

y en la eufórica tentación

de desnudar los botones de su encanto,

una obertura de locura, inflamada,

se apoderaba de las brasas

recalcitrantes de su alma.

Nada era tan volátil como su mirada,

irritando la pólvora de la noche,

el rápido rayo que fulminaba su cintura

al estrépito de las caricias

que descendían, a la gruta, en busca

de saciar su fuego.

La lujuria era su tintero carmesí,

la entrega por adicción

de lo volcánico de su cuerpo,

la escalinata, irreverente

que llevaba a un festín

de sudores amalgamados

y al llegar la luz

con su indiscreta, inutilidad

renacía serena

para luego reiniciar

el ritual corpóreo de una Sílfide,

que sólo entendía por amor,

una rayada amargura.

Yaneth Hernández

Venezuela

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