Fue tan intensa su cosecha de besos,
que dejó los pájaros sin ánimo de vuelo
y al comenzar la mañana
todos los vientos,
cantaron versos al borde de los nardos
que por historia nacieron,
en los canales de su adentro.
Parecía alcanzar las estrellas
en cada suspirar de sus cejas,
hacía de sus labios un poema,
de sus carnes el reino de los paganos
y en la eufórica tentación
de desnudar los botones de su encanto,
una obertura de locura, inflamada,
se apoderaba de las brasas
recalcitrantes de su alma.
Nada era tan volátil como su mirada,
irritando la pólvora de la noche,
el rápido rayo que fulminaba su cintura
al estrépito de las caricias
que descendían, a la gruta, en busca
de saciar su fuego.
La lujuria era su tintero carmesí,
la entrega por adicción
de lo volcánico de su cuerpo,
la escalinata, irreverente
que llevaba a un festín
de sudores amalgamados
y al llegar la luz
con su indiscreta, inutilidad
renacía serena
para luego reiniciar
el ritual corpóreo de una Sílfide,
que sólo entendía por amor,
una rayada amargura.
Yaneth Hernández
Venezuela
Derechos reservados.
OPINIONES Y COMENTARIOS