Me enamoré como nunca. Me enamoré de tal manera que todavía siento cómo nuestra separación me cala hasta los huesos.
Me enamoré sin importar nada, sin medir las consecuencias, sin pensar en nada más, en nadie más.
Me enamoré y me animé a hacer cosas que jamás había hecho. Cosas simples, pero hermosas. Me animé a celebrar San Valentín por primera vez, aún estando de novia otras veces, pero jamás creía que festejar ese día comercial, iba a significar algo para mi. Porque claro, se supone que uno está enamorado todos los días, no sólo los 14 de febrero.
Me animé a las salidas en parejas, a las salidas a los ríos en conjunto, pero ya no éramos todos solamente amigos, sino todos íbamos en pareja.. me animé a las salidas nocturnas con ellos también y me di cuenta de que había cosas tan simples y sencillas de las que me estaba privando, pero que eran tan hermosas por más pequeñas o simples que sean.
Me animé a cosas tan sencillas pero que, para mi, eran las más lindas.
Me enamoré y me acostumbré.
Me acostumbré a dormirme abrazados. Me acostumbré a sus abrazos para poder relajarme y dormir. Me acostumbré a sus besos en la frente, a sus caricias, a sus mimos, a su amor.
Me enamoré, me acostumbré, me golpeé. Me enamoré de la persona que me atrapó con sus encantos, con su cariño, con sus travesuras. Me acostumbré a su forma de ser, a sus mimos para poder dormir, para tener un buen día, para sonreír. Me golpeé cuando me di cuenta de que no siempre íbamos a ser felices, no siempre íbamos a estar juntos.
En el momento en el que empecé a caer en toda esa realidad, fue ahí cuando empecé a dudar, empecé a creer lo que mi mente me decía. A veces me decía cosas confusas, a veces me decía que era amor, otras veces simplemente una dependencia emocional, otras veces costumbre. Y fue en ese preciso momento cuando las cosas empezaron mal, cuando las cosas se salieron de control y fue como realmente lo pensaba.
Quizás tendría que haber pensado menos y actuar más, compartir más, besar más, abrazar más, pero siempre el miedo, ese maldito miedo de quedarme sola una vez más, me volvía a ganar.
Todavía agarro mi celular con la esperanza de recibir un mensaje de él, todavía pienso si es que pensará en mi, si es que me querrá, o simplemente al menos, se acordará de algo.
No todo fue mi culpa, él estaba en las suyas. Empecé a desconfiar cuando comencé a conocer más su pasado, intenté no juzgar, no pensar mal, es que al final de cuentas todos tenemos un pasado que no queremos recordar o que simplemente queremos dejar atrás, pero no siempre lo logramos. Me culpe muchas veces creyendo de que todo era mi culpa, de que si algún día nos separabamos, iba a ser mi responsabilidad, pero después cai en la cuenta de que la gente no cambia si no hace un mínimo esfuerzo, si no pone de sí mismo, si no le mete ganas.
Y fue ahí más que nunca cuando entendí de que la gente no es como uno quizás quiere, sino que es como mejor puede, como mejor le sale, o simplemente como se le da las ganas.
Teníamos tantos planes juntos, tantas cosas por hacer todavía, tantas metas que cumplir, tantos proyectos por concretar, que hoy miro hacia atrás y me pregunto dónde quedó todo eso, dónde está todo el amor que un día hubo y de repente se esfumó, de repente ya no está más.
No sé qué es peor. Si vivir con ese miedo de no poder sin él, o esa incógnita de que hubiera pasado si…
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