Eramos tres y parió la…

Eramos tres y parió la…

Valkidestruye

23/10/2019

¡Que hermoso es el mar al amanecer!, sereno, brillante. No sé si se está desperezando o ha pasado la noche en vela como yo. Tampoco sé por qué anoche me colé en esa fiesta.

Era una gran casa moderna con jardín. Pertenecía a una empresaria de éxito de algo relacionado con la moda o quizás eran tiendas de ropa. Había catering, servían canapés, champán y polvos blancos. Yo andaba mirando a la gente un tanto perdido. Vi a la anfitriona, una mujer seria, manteniendo la distancia como el gran jefe que era. Miré aquel cuerpo, esbelto, elegante, vestido de forma sensual pero sin gritar un “mírame”, piernas largas, busto generoso. Levanté la vista y me encontré con sus ojos fijos en mí. Bajé la cabeza, ¡Qué vergüenza! Volví a mirarla disimuladamente y sus ojos seguían clavados en mí, pero se había producido un cambio radical. Ya no vi al jefe, se había transformado en una belleza, erótica, rodeada de glamour, y todo emanaba de su sonrisa, esa era la llave que abría la puerta a aquel ser magnífico, magnético.

Hablamos, bailamos, coqueteamos. De madrugada fuimos a su alcoba, aquella mujer había nacido veinte años antes que yo. A mis cuarenta y la veía como a mi Mrs. Robinson. Dominó cada fase del placer.

Con su perfume en mi piel me ofreció su reino, me ofreció una vida de ocio y fiestas. Viajes, lujos, noches interminables, sexo en satén. Pero tenía que tomar la decisión allí mismo, entre las sabanas calientes.

Parecerá un sinsentido, pero pensé que era muy joven para mí.


Así es el juego de la vida; el pez grande se come al pez chico.

Brillaba el sol de Agosto en sus primeras horas tras la noche de lluvia sobre el manzanal. Una mosca describía círculos alrededor de la manzana caída en el claro entre los frutales. En la rama de un manzano cercano, los ojos de un petirrojo seguían con exactitud el vuelo de la mosca sin reparar que en el cielo era el cuervo el que ya había previsto caer sobre él cuando atacara a la mosca, situación que adelantaba en sus planes el coyote agazapado oteando el vuelo negro. Silencio y paciencia era lo que poseía el puma, acostado, invisible, al otro lado del claro esperando la carrera del coyote en su dirección. El oso sabía bien que el puma vendría a comer bajo el centenario roble desde el que ya maquinaba su ataque cuando la opípara comida dejara al puma sin capacidad de reacción. El oso atrapado en el bosque, este en la montaña como parte del continente que pertenece a la tierra. Hace millones de años que esta fue atrapada por el sol para quedar en su sistema, el cual no pudo huir de esa gigantesca galaxia que ahora pasea petulante por el espació ignorando que allí, a apenas unos años luz, la acecha un diminuto punto, una singularidad. Esperando tragarse la galaxia está el agujero negro.

Así es el juego de la vida; no siempre el pez grande se come al pez chico.


El fin de la tregua

Eran las horas centrales del día de una hermosa mañana de abril del año 1.243. La naturaleza asomaba con la fuerza de la primavera tras dos días de lluvia. El ambiente claro permitía ver los reflejos lejanos de la luz solar incidiendo en las gotas de agua que aun retenían los arboles en sus hojas. Como miles de espejos, los destellos acompañaban la orquesta de pájaros que con sus cantos mezclados creaban una melodía sobre la cual bailaban al unísono los cultivos de cereal. Campos vacíos en un paisaje bucólico; mientras en el interior de la ciudad amurallada un rumor y una tensa espera precedían la salida de la reina. Cuando hizo su aparición en lo alto de la escalera del palacio, pueblo y ejército enmudecieron. Su admirada general en jefe apareció radiante como el día, solemne como el momento y poderosa como el cargo.

Subida sobre sus zapatos de tacón, invisibles en el interior de su larga falda de hilo de algodón blanco, impresionó a su audiencia. Cubierta con un corpiño a conjunto con la falda, los brazos y hombros desnudos, las muñecas adornadas con brazaletes, el cuello rodeado por un collar de semiesferas de plata repujada, resaltando la belleza y lozanía de su juventud. Su melena recogida y tocada finalmente por la diadema imperial, era la imagen de la grandeza de su reino.

Bajó solemnemente la escalera, al pie de la cual le esperaban los cuatro generales para darle las novedades de la tropa. Tras escuchar sus explicaciones rutinarias, se dispuso a pasar revista a las tropas formadas en la explanada del palacio. Se hizo el trámite en un silencio sepulcral. Al finalizar y dar el visto bueno con un leve movimiento de cabeza, sonaron las trompetas y el pueblo estallo en vítores, gritos y lloros.

El general del primer ejercito clavo la rodilla en el suelo, frente a la reina y pidió permiso para partir a la batalla. La reina agradeció públicamente el gesto y le hizo entrega de una de las 4 únicas espadas de acero que existían. La voz del general atronó en el patio y el primer ejército empezó a desfilar saliendo por la puerta principal de la ciudad. La ceremonia se repitió tres veces más en medio de una gran algarabía y cuando el final del cuarto ejercito ya abandonaba la ciudad, la gente subió en desbandada a las murallas para desde allí despedir a sus hombres.

La reina a toda prisa entró en el palacio y escalera tras escalera, a la carrera, llegó a la torre más alta de la fortaleza, ya sin resuello. Unos segundos para recuperar el aire y se asomo al espectáculo de las columnas marchando y levantando nubes de polvo. Vio como el cuarto ejercito rodeaba la ciudad para marchar al norte donde se encontraba el puerto, mientras el tercero había abandonado el camino principal y se dirigía al este por uno secundario. Los dos primeros marchaban uno tras otro, ya a la altura de los cultivos más alejados, la cabeza del segundo ejercito empezó derivar hacia el oeste por un paso entre los campos de cereal.

En ese momento cada ejército, ya solo, encaraba su destino y los cuatro unidos llevaban el futuro de su pueblo.

Sintió la reina un vacío en su estomago. Habían sido unos días de fiesta. Las familias unidas, los novios festejando, los amigos en las calles y las tabernas. Alegría por doquier. Era fiesta todavía, pero en los planes militares estaba aprovechar el efecto sorpresa. Aun faltaban unas horas para el fin de la tregua, pero el plan era presentarse ante las puertas del enemigo a la hora justa del fin de la tregua.

La reina sentía que había robado unos instantes de felicidad a unos muchachos, que quizás, no podrían recuperar ese tiempo que entregaban al reino. Sintió tristeza al pensar en aquellas personas que llorarían la pérdida de sus seres queridos y a pesar de ello, abajo el pueblo gritaba emocionado a sus soldados y agitaban pañuelos blancos para hacerse visibles en la distancia.

De inmediato la joven reina quiso hacer lo mismo y se percato con horror que no tenía ningún pañuelo blanco ni tiempo para ir a buscarlo, pues en unos pocos minutos las tropas ya no alcanzarían a distinguirla. Así que, sin vacilación ninguna, introdujo sus manos bajo la larga falda y en un instante, la radiante prenda intima blanca de seda, recorrió la bajada vertiginosa de sus largas piernas para, un segundo después, ondear en la mano de la regente.

Una sonrisa se dibujo en los ejércitos, si había que dejar este mundo lo harían con el hermoso recuerdo de las mieles que disfrutaron con sus parejas y pensaron al unísono que la batalla y el cenit amoroso vienen precedidos de una placentera y enervante sobrecarga de adrenalina.


La fidelidad

En un universo en conflicto entre enconadas fuerzas opuestas

Cada ser libra, su propia batalla;

A veces lucha entre el satén carbón y la seda fuego

Un demonio hurga en tus pasiones;

Otras veces entre el algodón nube y el hilo cielo

Un ángel acaricia tus sentidos;

La guerra no es opción

Solo el rectángulo se elije

No cambiarlo te hace reo de tu espacio

Y en este limbo que yo he elegido

Soy el preso más feliz de la guerra.

Dedicado a mi querida esposa con la que quiero conocer todo lo que la vida nos ofrezca hasta el fin de los días.

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