—¡Oh, Al! Vuelve a salir el agua por el enchufe del salón otra vez… ¡No has arreglado el desagüe de la cocina!
—Joder, mujer, ¡eres un puto coñazo!
—Si no eres capaz de hacerlo tú mismo llama al fontanero.
—Mañana lo miraré, ¡déjame ver el partido en paz!
—Está bien, me voy con los niños a casa de mi hermana. No me llames si no está arreglado.
—¡Oh, espera! ¿Vas a dejar toda esa pila de platos sucios?
—Estoy harta de lavar los platos en la bañera. Hazlo tú.
Al se planta frente al fregadero. Alza la botella a la altura de los ojos, abre el cierre a prueba de niños y vierte cuidadosamente el contenido dentro del desagüe. Piensa qué pasaría si una gota de ese líquido le tocase la piel. Vierte media botella. Espera. Un quejido extraño escapa del interior del desagüe, un quejido que ha recorrido kilómetros de tuberías sin ser perturbado, casi como un lamento. Espera. El desagüe escupe una nube de humo. Al se echa hacia atrás y con la mano se desprende del sudor que le empapa la frente.
La luz de la cocina parpadea. En ese momento se da cuenta: silencio, las risas de los niños y los gritos de su mujer han abandonado el hogar. Se han marchado de verdad. La bombilla chisporrotea y después: nada. Vuelve al salón con una cerveza, haciendo tamborilear los dedos sobre la lata fría se queda mirando el enchufe que llora líquido negro. Se encoge de hombros y se desploma en el sofá. Las cañerías de la cocina inician un chirriante recital, el óxido lucha contra el líquido intruso que acecha sus dominios. Al trata de concentrarse en la tele.
¿Lo ves, Al? En realidad no tienes a nadie, al final todo el mundo te abandona. Solo es una excusa, ella no va a volver a esta mierda de casa que se cae a pedazos, te sacará lo poco que tienes y se quedará con su hermana, donde hay lavadora y el fregadero no gimotea como una vieja moribunda.
El desagüe regurgita, una mezcla de olores entre huevo podrido y gasolina atraviesa el salón y llega hasta las fosas nasales de Al. El ventilador del salón rota pesadamente removiendo el aire y esparce el olor, despacio, por todas partes. Al se levanta con dificultad, le duelen las rodillas, camina resollando hasta que se encuentra frente al oscuro agujero. Inclina la cabeza un poco. Ahora un poco más. Le parece, casi podría jurar que algo se ha movido dentro de la cañería. Saca otra cerveza de la nevera y trata de alejar esa idea. Casi lo consigue.
Un ojo, ha sido rápido, pero seguro que era un ojo, tal vez haya un animal, como una rata. Pero le ha parecido que el ojo era un poco más grande, no puede ser una rata. Ahora le espera, no sabe qué es pero lo presiente ahí, esperando pacientemente en su pequeño agujero hasta que Al vuelva. En algún momento tendrá que volver a por otra lata de cerveza y entonces… Tal vez ha estado ahí siempre, retenido, esperando el momento de escapar y es ahora. Al traga saliva, quizá el sudor empañaba sus ojos y le ha hecho ver cosas, debería intentar dormir un poco.
Da la espalda al fregadero y apaga la luz. En el salón el televisor solo transmite interferencias, el ventilador continúa su rutina silenciosa. Al siente el mundo ralentizándose a medida que se acerca a la escalera. Apaga el televisor y desconecta el ventilador. Todo queda mudo. A oscuras, apoya un pie descalzo y pringoso en el primer peldaño, y de pronto, un crack, como de platos destartalándose, tal vez desplazados por algo grande que ha tenido que hacerse sitio entre ellos en la pila, algo con ojos, por lo menos uno, algo oscuro. Al se vuelve, sus ojos todavía acostumbrándose a la oscuridad, para ver una sombra amorfa moviéndose en el quicio de la puerta de la cocina que se alarga y se contrae.
Y al final, algo se rompe dentro de él, y el silencio se quiebra debido a un inoportuno escape de gas. Después nada.
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