– Mamá…
La madre aún dormía plácidamente, tanto su mente y todo su cuerpo estaban enfocados en el sueño y no podían prestar la mínima atención a la voz de su hijo.
– Mamá… mamá…
Era media noche cuando aquel pequeño se internó a la habitación de su madre, ella dormía sola ya que el padre llegaría todavía por la mañana, los múltiples trabajos de la oficina le impidieron llegar. Era una noche oscura, el cielo estaba cubierto por una gran cantidad de nubes, la mayoría eran nubes negras, negras como el carbón, como la muerte; además a los lejos se vislumbraba unas luces producto de los relámpagos y de vez en cuando se oía el estruendo de algún trueno; todo indicaba que pronto una fuerte lluvia iba a caer.
– Mamá… mamá…
Aquella voz llegó a entrar por la subconsciencia hasta el sueño de su madre, ella logró reconocerlo pero no lograba entender si ello era propio del sueño o si era algo externo. Su madre estaba muy cansada, durante el día aparte de los labores del trabajo, realizó los labores domésticos y además hizo una visita a un familiar que está muy enfermo. Ella intentó despertar pero su cuerpo le pedía que no lo hiciera, «tienes que descansar» «aún no es de día» «esa voz es parte del sueño» “no hagas caso de ello” eran palabras que recibía de parte de su mente en su subconsciencia.
– Mamá… por favor, despierta…
Lentamente una brisa suave y a la vez fría se coló por una rejilla de la ventana, la cual llegó a chocar contra el rostro de aquel niño. Él estaba parado al costado derecho de la cama de su madre, llevaba puesto su pijama, la cual era de un color azul con muchos detalles de animales; en las manos llevaba a su fiel amigo «Toby», un peluche de oso de un color marrón con manchas negras, especialmente cerca a los ojos. Al sentir aquel contacto su cuerpo tirito un poco y un pequeño escalofrío lo invadió.
– Mamá… despierta…
De pronto su madre abrió los ojos y se sorprendió al ver a su hijo, ahí parado al costado de su cama; por un momento creyó que era un espectro, o un gnomo, o cualquier ser que venía a hacerle algún daño. Pero tras observar bien pudo distinguir entre aquella oscuridad, la inocente mirada de su pequeño hijo, a quien amaba tanto. Volteó de la posición en que estaba (en un principio estaba dormida con el rostro contra la almohada) y se sentó sobre la cama. Lo miró fijamente y lo sonrió.
– ¿Qué pasa hijo? – preguntó su madre.
– Mamá…
– ¿Si?
– Tú… tú…
– ¿Yo?
– ¿Sabes, cómo detener la noche para que no amanezca nunca más? – pregunto su hijo y luego se echó a llorar.
Su madre rápidamente extendió los brazos y le invito a acercarse a ella, el niño se le acercó llorando y ella lo abrazo con fuerza y con mucho cariño, intentó consolarlo y calmar su llanto pero no lo logró. Tenía entre sus brazos a su único hijo y por más intentos que hacía no podía lograr tranquilizarlo, priorizó más la calma de su hijo y olvidó por completo aquella pregunta.
– Calma… hijo. Todo va a estar bien… deja de llorar – le decía su madre con el acento más dulce posible mientras le acariciaba el cabello.
– Mamá… no quiero irme todavía… todavía no – decía su hijo en medio de muchas lágrimas.
Su madre se quedó algo inquieta al oír aquellas palabras y por más que buscaba alguna forma de comprensión no podía entender ni mucho menos descifrar aquel extraño mensaje que había recibido. ¿Ir adónde, si esta es su casa? O ¿Acaso su padre le habló de que nos mudaríamos y no me lo dijo a mí? ¿Por qué me dijo estás palabras? eran preguntas que pasaban por la mente de aquella mujer.
– Hijo, esta es nuestra casa. Tú, yo y tu papá vivimos acá. Y yo que sé, tu padre no me comentó de alguna mudanza…
– Mamá… no quiero… no quiero… irme… ¡No quiero irme!
– No te irás… no dejaré que te vayas… soy tu madre – Dijo su madre y lo abrazó con más fuerza e intensidad, a la vez comenzó a llorar. Era algo extraño ese momento y fue eso de extraño lo que causo un cierto miedo en ella. Un estruendo fuerte se oyó a lo lejos.
– Mamá… Ayúdame
– Eres mi hijo… y nunca te dejaré solo. Yo te voy a proteger.
– Mamá… dime… ¿Cómo detener la noche para que nunca más amanezca?
– Hijo… eso es imposible. Ningún humano tiene tal poder. Solo un dios puede hacerlo.
Por un momento todo se quedó en silencio, un silencio sepulcral, un silencio que asemeja a la misma muerte, a la soledad, ni los truenos hacían bulla. Madre e hijo lloraban en medio de un gran abrazo. La madre no tenía que decir más, no encontraba las palabras exactas ni mucho menos conseguir la manera de calmarlo. Pero en ese momento, en ese exacto momento, la razón le vino a la mente y esté se impuso sobre lo sentimental e imaginario, hasta el punto de destruirlos.
– Hijo… ve a descansar. Estoy segura que solo has tenido una pesadilla, y que para mañana todo esto quedará en olvido. Ve a dormir que mañana tienes que ir a la escuela.
– Pero…
– Solo has tenido una pesadilla; así que ve a tu habitación y duerme – dijo su madre mientras lo miraba al rostro y le daba un beso en la frente.
– Mamá…
– Ve a dormir, hijo. Mañana iré temprano a despertarte.
Su hijo le insistió muchas veces en quedarse junto a ella y le repetía una que otra vez la misma pregunta «¿Cómo detener la noche para que nunca más amanezca?»; había algo que le impulsaba a actuar de esa manera, tal vez una influencia sentimental, o natural, o una sobrenatural, pero era algo que ni él mismo entendía. Al ver que su hijo se rehusaba a volver a su habitación, la madre optó por una aptitud severa y estricta.
– Ya es tarde, así que déjate de berrinches… Y ve a tu habitación. ¡Ve a dormir!
– Pero…
– Te he dicho que vayas de una vez. No me hagas enojar. ¡Ve a dormir! – Dijo la madre mientras lo apartaba de su lado y a la fuerza lo llevaba afuera de su habitación.
– Mamá…
– Ve a dormir… Y no me molestes. No ves que estoy muy cansada – Dijo y cerró con fuerza la puerta.
Él se quedó por un momento ahí, frente a aquella puerta, con el rostro agachado, con una gran tristeza y un extraño miedo, que lo invadía poco a poco. Sin poder obtener algo más de su madre, decidió retornar a su habitación, lo hacía con los pasos más lentos posibles, aún la tortuga lo hubiese ganado en una competencia de caminata, y de esta manera cruzó el pasillo. Al llegar a su habitación, tenía muchas dudas sobre si entrar o no en ella, se quedó viendo su puerta, una puerta resistente hecho de una madera fuerte, tenía unos acabados hermosos, de varios árboles y del rostro de un oso en medio de ella. Lentamente abrió la puerta, un chirrido extraño produjo al ser abierta y esto causó cierto temor en él, era la primera vez que la puerta emitía este tipo de sonidos. Adentro todo estaba oscuro, ni aún la poca luz que entraba por una pequeña rejilla podía iluminar en algo; buscó con la mano el interruptor por la pared, era extraño pero esté no aparecía en la pared.
– Que extraño… si el interruptor está en este lado…
Lo busco sin titubear, ya que él sabía que el interruptor estaba en esa parte de la pared, sus manos palparon casi un metro de distancia desde la puerta, pero no había señal alguna del interruptor, recorrió de arriba hacia abajo palpando cada centímetro de la pared, pero el resultado era el mismo; el maldito interruptor se había escondido o esté le estaba jugando una cruel broma. Esta situación le provocó una cierta desesperación, su respiración se aceleró un poco; pero todo esto se multiplicó y hasta comenzó a sudar frío cuando descubrió que el interruptor estaba en la puerta, en la parte central de la puerta.
– ¿Cómo es esto… posible? ¿Cómo se movió?
Con cierto temor presionó el interruptor y este funcionó a la perfección, la luz de la bombilla alumbraba toda la habitación alejando de esta manera toda la oscuridad. Esto le alegro mucho y hasta sonrió de alivio, de mucho alivio. Al volver la mirada hacia el interruptor observó algo que le puso los pelos de punta, su dedo que presionaba el interruptor, el cual estaba sobre la puerta, ahora solo presionaba la fría madera; buscó rápidamente con la mirada y observó que aquel interruptor estaba sobre la pared, en el mismo lugar en que siempre estuvo y en la que estará por toda la eternidad, ya que esos objetos no se mueven solos. Esto hizo que el gritara de miedo, grito que no fue oído por su madre ni por nadie. Se alejó de ello pero antes cerró la puerta y otra vez se produjo ese extraño chirrido, aunque esta vez se expandió por toda la habitación, como un eco. Él algo alterado por esto, decidió dejar la luz encendida y si fuese posible ir a dormir. Observó su reloj, aquel que estaba sobre una pequeña mesita, la cual estaba muy cerca de su cama; aquel reloj tenía la forma de un oso, un tierno oso con una gran sonrisa, con unos ojos negros algo brillantes. Era las 1 a.m. y las manecillas seguían avanzando casi así que ya estaban marcando las 1:01; el tiempo avanzaba y cada vez iba faltando menos para que llegase el nuevo día y con ello el amanecer; pensando en esto perdió el deseo de dormir.
– Mi mamá dijo que ningún humano tenía ese poder… ¿Qué puedo hacer? ¿A quién podré pedir ayudar?
Lentamente se acercó a su cama y se sentó al borde de ella, tenía muy ocupado su mente en muchos pensamientos; pensaba y pensaba, buscando alguna manera de poder detener el tiempo, la noche, pero todo pensamiento e idea llegaba a aquellas palabras dichas por su madre y se desalentaba rápidamente.
– No puede ser… ¿Por qué…?
En eso se percató de algo extraño y eso lo puso muy confundido; era una ventana, una hermosa ventana de vidrios cristalinos y transparentes, con un armazón de aluminio con hermosos detalles de animales; que estaba en la parte izquierda de la habitación, algo cercano a su cama. Él se incorporó lo más rápido que pudo y se acercó hacia ella.
– Esto es muy raro… ¿De quién habrá sido la idea, de papá o de mamá?
Una vez frente a la ventana, tocó los vidrios, lo hizo con el más cuidado posible, suavemente; al tocarlo sintió un frío extraño, era como si tocase un trozo de hielo, y ese frío le subía por los dedos hasta llegar a su hombro, eso lo hizo tiritar un poco, razón por la cual dejo de tocarlo. Entonces decidió abrirla y ver por ella lo que sucedía afuera, vanos fueron los esfuerzos por abrirla ya que está no cedió ni un milímetro.
– Es una ventana muy dura… creo que está oxidada. Pero voy a ver por los menos a través de ella.
Afuera era distinto a lo que estaba acostumbrado, en un principio pensó en ver la calle donde quedaba su casa, aquella calle que tenía algunos árboles y uno que otro semáforo; pero lo que sus pequeños ojos miraban era otra cosa. Un gran campo, lleno de las flores más bellas que hay, y un centenar de animales, animales que nunca en su vida llegó a ver, pastaban alegremente en medio de aquellas flores; a lo lejos se podía observar unas hermosas montañas con algo de nieve en sus cúspides y desde ahí venía un frío viento. Viendo esto se quedó maravillado e incrédulo, se frotaba los ojos y nuevamente volvía a ver.
– ¿Es cierto… esto?
Estuvo en esa actitud un buen rato, hasta que nuevamente al abrir los ojos ya no vio la ventana; esto lo asustó mucho y hasta provocó que su pequeño cuerpo sea víctima de un escalofrío, todo su cuerpo temblaba hasta que no pudo más y se desplomo al piso. Aquella ventana había desaparecido sin dejar rastro alguno, en su lugar solo estaba la fría pared.
– No… no… es cierto… no es cierto…
Aun siendo pequeño luchaba con todas sus fuerzas por dominar y controlar su cuerpo, el cual seguía temblando y si no se calmaba pronto podría provocar un grado de epilepsia, lo cual si sería muy grave. Luego de varios minutos pudo tomar el control de su cuerpo y lentamente respiró profundamente, se sentía muy cansado, exhausto y por ello no podía levantarse.
– ¡Mamá…! ¡Mamá…!
Sus gritos recorrieron todo el pasillo, como formando un eco pero no pudieron ser oídos por su madre.
– ¡Mamá… ! ¡Por favor… ven…!
En su impotencia, al no poder levantarse del piso empezó a llorar, las lágrimas le salían de lo profundo de su corazón y de su alma, no solo eran lágrimas de impotencia, sino también de dolor, de desesperación, de soledad, de tristeza, de miedo y por qué no decir de muerte también. Una pena grande le consumía su alma y el espíritu, sabía que por más que lo intentaba no iba a poder llegar a evitarlo (no me refiero a la debilidad de su cuerpo por no poder levantarse del piso sino a otra cosa mil veces peor que eso), y eso produjo que su alma empezará a gemir, un gemido de dolor, de un ser sin esperanza, de uno condenado a la perdición eterna. Luego de casi una hora, sin que él lo deseara, se quedo dormido sobre el frío piso de su habitación.
En su sueño se escenificó claramente aquello sucedido hace dos días atrás, él con dos de sus amigos de la escuela habían entrado a una casa abandonada, aquella que quedaba a dos cuadras de la escuela. Era como una prueba de valor, prueba que ellos decidieron aprobarla y demostrar de esta manera que eran valientes, muy valientes. Dentro de la casa recorrieron todos los pasillos y las más de treinta habitaciones que había, además los tres pisos que dividían la casa, todo estaba en oscuridad y eso era muy raro, dado que ellos entraron por la tarde mientras que aún alumbraba el sol; en cada habitación que entraban podían ver la gran cantidad de polvo y de telaraña, era como si esas cosas fueran parte del lugar. Pero en el segundo piso encontraron una habitación a la que les fue imposible entrar, ya que está estaba cerrada; ellos lo golpearon con su fuerza de niño pero no pudieron hacer nada a la puerta. De pronto un extraño olor se llegó a sentir, era como el olor de una fresca y fragante flor, la cual animaba a uno a respirarla, pero luego esa rica fragancia se iba convirtiendo en un horrible hedor similar a la de un cadáver en putrefacción. Esto hizo que sus amigos salieran lo más rápido posible, descendieron rápido por la escalera pero no pudieron conseguir la puerta de salida; él salió detrás de ellos pero una extraña voz lo detuvo.
– Tú… me gustas…
Él rápidamente volteó la mirada, queriendo saber quien le hablaba, grande fue su sorpresa al no encontrar a nadie, observó detenidamente la puerta y otra vez escuchó aquella voz, la cual venía por detrás de él.
– Tú… me gustas
Al voltear nuevamente no vio a nadie, en eso llegó a escuchar los gritos de sus dos amigos, eran unos gritos de dolor, de angustia, de muerte; las cuales se oían como si fuesen lejanos y luego todo se quedó en un silenció. Él respiró un poco, tragó un poco de saliva, dio algunos pasos, pasos que rechinaban al contacto con el piso de madera de aquella casa. De pronto se escuchó un crujir, era como si algo o alguien destrozará huesos, ese sonido invadió todo la casa. Él estaba lleno de miedo y de un gran pánico, quería salir corriendo de ahí, quería gritar lo más que pudiera y pedir auxilio, quería estar en su casa y se arrepentía mil veces de esa tonta idea de la prueba de valor. Intentó correr pero sus piernas no pudieron hacerlo, eran como si ellas hubiesen adquirido un peso descomunal o era como si estuviesen pegadas al piso, por más fuerza que usó no logro moverlos ni un milímetro; está situación lo preocupaba aún más, él sabía que estaba solo, que sus amigos lo habían abandonado y que lo muy probable era que iba a pasar la noche en esa casa. De pronto volvió a sentir aquel aroma a flores, la cual iba inundando el lugar y pronto se vio sumergido en aquella magnifica fragancia.
– Me… gustas…tú… me gustas…
Él cerró los ojos, creyendo que de esta manera iba a evitar cualquier peligro, pero aquella voz le susurró al oído. Era una voz similar a la de una mujer, una mujer joven, era delicada, dulce, placentera y muy agradable, además era encantador. Él sentía a alguien a su lado pero tenía miedo abrir los ojos y ver algo que le provocará una gran sorpresa, un miedo terrible, un horror para toda su vida o hasta la misma muerte. Su cuerpo sintió un terrible escalofrío y esto le produjo un terrible temblor en las piernas, brazos y gran parte de su cuerpo, cuando sintió la mano de aquel ser sobre su hombro derecho.
– Quédate… conmigo. Yo te haré muy feliz…
Unas lágrimas empezaron a salir de sus ojos y caían por sus mejillas, su cuerpo seguía temblando y pronto un gemido lastimero salía de su boca, pero más que de su boca era de su alma, el cual se resistía a ser víctima de aquel espectral ser. Aquel ser lo abrazó por completo, aquellos grandes brazos cubrieron por completo el pequeño cuerpo de él. De pronto de en medio de esa terrible condición en la que se encontraba, sacó algo de fuerza y gritó, gritó con toda la poca fuerza que tenía.
– ¡Déjame…! ¡Déjame…!
Su grito se volvió un eco, el cual retumbó hasta en el más intrincado rincón de aquella casa; luego se sintió cansado, muy cansado y solo deseaba retornar sano y salvo a casa. Poco a poco nuevamente aquel hedor putrefacto comenzó a invadir aquel lugar, aquel olor provocaba que su cuerpo se descompense y su estómago crujía de dolores hasta el punto de querer vomitar. Pronto llegó a sentir que eran muchos brazos, innumerables brazos, los que le abrazaban y esto hizo que su cuerpo se paralizará; las náuseas tomaron control de su cuerpo, intentó agacharse para vomitar pero no pudo mover ni el más pequeño músculo. Cada vez aquel hedor era más fuerte, más intenso, más espeso, más toxico.
– No quiero que te vayas… tú me gustas… – le susurró al oído aquel ser.
Era insoportable el ambiente, el esfuerzo por intentar evitar el vómito, las dolencias que sentía su nariz, solo sus ojos estaban bien ya que aunque todo era horrible no se atrevió a abrirlos. Estando en esa situación, en un estado muy deplorable, sin poder hablar, con el temor de dejar salir el vómito si abriese la boca. Pero no lo soporto más y decidió abrir los ojos. Al abrirlos observó un extraño gas anaranjado, similar al humo; movió los ojos hasta donde pudo, ya que era lo único que podía mover, pero no pudo distinguir nada por el espeso gas pestilente. En eso unas manos grandes y deformes le cubrieron los ojos; todo se volvió oscuro para él y esto le dio mucho miedo, quería hablar pero no podía; en eso dejó salir aquel vómito, le fue difícil poder retenerlo más, el vómito cayó por su cuello, ensuciando aquella camisa escolar, descendió hacia su pantalón, unos hilos de vómito colgaban de sus fosas nasales.
– Tú… me gustas… si te vas… yo iré por ti… – le susurró al oído.
Pronto se alocó hasta perder la única cordura que tenía, la oscuridad, el terrible hedor, la parálisis, la soledad, la voz de aquel extraño ser, el vómito, la fragancia de las flores, la maldita prueba de valor, todo ello le llevó a esa condición, una condición que ningún niño debe experimentar; estando ahí, en tan terrible condición, se resignó a morir.
– Eres… mío… me gustas…
Pero aunque se había resignado a la muerte, solo deseaba ver la luz o lo poco de ella, deseaba que aquella mano le dejara de cubrir los ojos. «Déjame… Déjame…» «Quiero ver algo de luz…» «No más oscuridad» «No más… no más…»
– ¡No… más! ¡No… más! – gritó con fuerza y esto lo despertó de aquel sueño.
Al abrir los ojos vio la luz, la luz de la bombilla que alumbraba su habitación, miró a todo su alrededor y se percató que estaba recostado en el frío piso de su habitación; su cuerpo estaba muy sudoroso, un sudor frío le salía de la frente, su pulso cardíaco estaba muy elevado; él se sentía muy agitado y a la vez muy aterrorizado, suspiró varias veces, intentando calmarse.
– Solo fue un sueño… Solo fue un sueño… solo… No, no fue un sueño…
Él recordaba claramente aquel sueño y sabía que eso era real; era de la prueba de valor que había realizado con dos de sus amigos hace dos días atrás, pero por más que intentaba no podría recordar cómo llego a salir de aquella casa. Además él sabía que desde ese día no volvió a ver nunca más a sus amigos, ni sus padres se acordaban que llegaron a tener aquellos niños como hijos, ni en la escuela nadie preguntaba por ellos ni los conocían; solo él sabía que habían existido. Se sentó sobre el piso y se propuso a recordar sobre ese día pero fue en vano, nada le venía a la mente. Observó el reloj y esté marcaba las 3:30 a.m. se sorprendió mucho al ver la hora y se entristeció.
– Mamá… Tengo miedo… Tengo miedo…
De repente levantó la mirada y observó nuevamente aquella ventana, esta vez estaba en el lado derecho de la habitación; esto produjo una gran sorpresa y espanto en él, a su corta edad no estaba preparado para estas cosas. Así que lo único que decidió hacer era huir de ahí, y si fuese posible huir de su casa también. Corrió hacia la puerta, en eso la luz empezo a parpadear similar a las luces navideñas; él no podía entender que es lo que pasaba pero solo buscó la manera de escapar, el trayecto hacia la puerta se hizo larga, muy larga, eran como si kilómetros separaban a él de la puerta, pero por más que corría no llegaba a ella. Luego de media hora pudo llegar pero fue grande su sorpresa al ver que no había puerta alguna, solo estaba la pared, fría y colorida. Volteó hacia atrás y observó cómo aquella ventana se expandía, creciendo de una manera rápida hasta abarcar por completo la pared, toda la pared del lado derecho parecía una gran ventana; él se alejó un poco y llegó a pegarse contra la pared izquierda y desde ahí contemplaba.
– Es solo una ventana… no va a pasar nada malo… Yo estaré bien. Soy fuerte… ¡soy fuerte!
La ventana tenía esta vez los vidrios rojizos y muy opacos, lo cual impedía ver lo que había al otro lado, además por algunas rejillas se colaban pequeñas cantidades de humo, de un humo anaranjado.
– Esto no es cierto… nada de lo que está pasando es cierto. Todo es un sueño; nada tiene razón. Pero… – Hizo una pausa y pensó – ¿Entonces si solo es un sueño… nunca hablé con mamá? no entiendo nada…
Cerró los ojos, hizo puños con las manos, los apretó muy fuerte; respiró profundamente y se dijo una y otra vez en la mente «nada es real… nada es real», por un momento pudo relajarse por completo y llegó a suspirar; abrió los ojos y todo estaba conforme, todo estaba en su lugar, no había ventana roja, la puerta estaba donde siempre tenía que estar, la luz alumbraba sin parpadear, el reloj se movía como siempre sin apurarse, todo estaba en calma. Al ver esto sonrió de alegría, de alivio, de gozo, de paz.
– Todo era falso, yo tenía razón – sonrió – Ahora voy intentar a dormir…
Al ver la hora se sorprendió de lo tarde que era y esto lo preocupó un poco, mañana tenía que ir a la escuela y no podía darse el lujo de estar durmiendo en clases; se acercó al reloj, lo miró, correspondió con una sonrisa a la sonrisa del oso, buscó si tal vez había algún desperfecto, pero no entendía nada de relojes ni de sus desperfectos ni mucho menos como arreglarlos; la única cosa que si sabía era que esté estaba marcando las 4:30 a.m., así que sin titubear determinó ir a dormir lo más rápido posible. Antes que se acomode sobre la cama, escuchó que alguien tocaba a la puerta; se quedó pensativo y sin poder entender quién sería, recordaba que su mamá le había dicho que lo iba a despertar temprano, pero ¿no creo tan temprano?. Entonces si aquel que tocaba su puerta no era su madre ¿entonces quien sería?.
_ ¿Eres tú… mamá? – preguntó sin obtener respuesta alguna.
«Toc, toc» seguía aquel sonido, alguien o algo estaba detrás de aquella puerta. Por un momento decidió no abrir e irse a dormir pero no pudo hacerlo, aquel sonido se fue intensificando cada vez que tocaba; el «toc, toc» se volvió como un eco, un terrible eco que podía destruir hasta los tímpanos de cualquier fans del rock. Él se fue acercando hacia la puerta, con un cierto temor, con algo de pánico, en su mente dibujaba una extraña criatura con unos ojos acusadores y terroríficos detrás de la puerta; su respiración se aceleraba con cada paso que daba, aquella calma y quietud de hace rato habían desaparecidos. Al llegar a la puerta, él lo vio grande, alto y potente, similar a las puertas de las iglesias. Deseaba alejarse, si fuese posible muy lejos, aún ni debajo de la cama iba a estar seguro. «Toc, toc» «toc, toc», pronto ese sonido le taladraba los oídos y la mente, deseaba que dejara de tocar, que se cansará y se fuera. Al final con mucho temor decidió abrir la puerta, cerró los ojos y con un gran valor o lo poco que lo quedaba, abrió la puerta, esta vez ya no hizo ese extraño chirrido.
– Hijo… aún sigues despierto. Te dije que fueras a dormir. No me gustan los niños desobedientes… – dijo su madre con una voz delicada, dulce, placentera, agradable y encantador.
Él reconoció la voz de su madre y abrió los ojos, evidentemente era su madre la que estaba ahí parada, tenía en manos a «toby», llevaba la misma ropa de hace muchas horas atrás, el peinado era de ella, los ojos, la nariz, la boca; sin duda era su madre. Ella pasó a la habitación y detrás de ella una deliciosa fragancia a flores, esto le causó algo de duda pues no recordaba que su madre usará un perfume de esta fragancia y además por qué usaría perfume a estas horas, a la final decidió pasar por alto eso y cerró la puerta.
– Mamá… ¿Sabés…? – Dijo y se quedó callado; sorprendido ante lo que sus pequeños ojos y su pequeña razón, no podían entender.
Él había visto entrar a su madre, lo recordaba y hasta lo podía detallar; pero tras cerrar la puerta no había nadie aparte de él y de Toby, el cual estaba tirado sobre el piso. Con sus ojos recorría cada extremo de su habitación y no encontraba ni el más mínimo rastro de que alguien estuvo ahí aparte de él, otra vez creyó estar dormido, pero al ver a toby, aquel peluche que dejó olvidado en el cuarto de su madre, sonreía con mucho temor. Poco a poco su habitación se fue llenando de esa fragancia de flores, la cual la inundó por completo hasta sumergirlo a él; era muy rico, placentero, deleitoso, por eso y por muchas otras razones, él lo respiraba una y otra vez; con cada respiro que daba se sentía aliviado, calmado, en un trance de lo más placentero, creía que su cuerpo se elevaba por las nubes, que era transportado a lugares paradisíacos.
– Que… rico…
El reloj señalaba las 5:30 a.m., él en medio de ese éxtasis pudo verlo y eso lo hizo pisar tierra. Observó fijamente el reloj y las manecillas ya señalaban las 5:31, esto le preocupó mucho; miró aquella sonrisa y ya no le pareció nada inocente, dentro de su mente creía que el reloj se estaba burlando de él, y cada vez llegó a ver con temor aquella sonrisa, la cual se transformaba en malvada, ruin, maquiavélica, demoníaca. El temor se apoderaba de él, pero deseaba acabar con todo así que de un golpe contra el piso destruyó aquel reloj, un reloj que le gustaba mucho, el cual su padre le regaló por su cumpleaños.
– Era un reloj malo… muy malo… – decía mientras intentaba calmar su respiración.
De pronto le empezó a picar la nariz, un terrible hedor comenzó a invadir la habitación, era el mismo hedor que había experimentado en aquella abandonada casa y nuevamente apareció aquella rojiza ventana. Todo se iba tornando en un ambiente tóxico y lleno de un hedor insoportable. La ventana se abrió y de ella salía una gran cantidad de humo, un humo anaranjado y unos gritos o mejor dicho unos lamentos de dolor se oían del otro lado de la ventana.
– ¿Qué es… esto? ¿Esto es… mi imaginación? Nada es cierto… no es cierto…
Él se quedó viendo, absorto, todo lo que iba aconteciendo a su alrededor, estaba paralizado sin alguna intención de moverse o escapar, además ¿a dónde iba a escapar? Si ya no había ninguna escapatoria, la puerta había desaparecido; él estaba encerrado, capturado, enjaulado como una pobre y miserable ave, comprendía que su único final sería la muerte o quizá otra cosa peor que ella.
De pronto a la vista de él, una extraña y grande sombra salió de la ventana; él logro mirarlo en medio de toda esa humarada y solo decidió cubrirse la nariz con la manga de su camisón. Aquella sombra se movía por las paredes, recorría cada extremo de la habitación, repetía esa acción una y otra vez, y desde ahí observaba al niño, pobre criatura que iba a irse para nunca más volver.
– Tú… me gustas… – decía la sombra en su recorrido, aquella voz era delicada, dulce, placentera, agradable y encantador. Sobre todo muy encantador.
– Te deje escapar en esa ocasión… pero te dije que vendría por ti al amanecer del tercer día… ¿Lo recuerdas…? – Dijo la sombra.
Él no se acordaba de eso y por más que hacía memoria no podía recordarlo, recordaba que hace dos días había hecho esa prueba de valor, recordaba todo lo que había pasado en aquella casa pero no recordaba cómo salió de ella. Y fue ahí cuando le vino a la mente aquella pregunta que le hizo a su madre «¿Cómo detener la noche para que nunca más amanezca?», era algo ilógico que él preguntase eso sin saber el motivo pero algo dentro de él lo impulsó a buscar esa ayuda, tal vez su alma, o su espíritu, o su subconsciencia, quizá hasta un ser externo ajeno a la realidad; pero alguno de ellos recordaba claramente ese suceso.
– Prometiste que ibas a ser… mío… solo mío…
Él escuchó esas palabras y no podía creer que había prometido tal cosa, pero por más que quisiera remediar las cosas ya no lo podía hacer, todo estaba hecho, todo estaba en el pasado. Se sentó en el frío piso y solo atinó a cerrar bien los ojos, más que por miedo lo hizo por el escozor que le producía aquel humo, unas lágrimas salían de sus ojos, las cuales caían por sus mejillas y en su trayecto se mezclaban con el humo.
– Ven… conmigo…
De pronto la sombra se situó en la parte media del techo, aquella parte donde siempre va la bombilla de luz; y unas gotas de un extraño líquido espeso caían al piso, eran de un color oscuro, la cual emitían un terrible y a la vez extraño sonido; era como si aquel ser se diluía a la realidad. El goteo aumentó y en pocos segundos eran hilos que descendían de aquel líquido, luego fueron trozos grandes; a la final una especie de masa viscosa, pegajosa, gelatinosa, maloliente estaba sobre el piso. Esta masa se expandió y de un golpe cubrió por completo al pequeño, quien inerte esperaba su fin.
– Eres… mío… solo… mío…
El niño intento luchar pero sus fuerzas eran nulas ante aquella masa, la cual lo envolvió por completo y lo arrastraba hacia la ventana. Al acercarse a la ventana, antes de perder toda la razón, pudo escuchar las voces de angustia y dolor de sus amigos, abrió a lo que podía los ojos y miró a sus dos amigos que eran quemados, en una gran caldera de un líquido rojizo, esto lo lleno de temor, gritó todo lo que pudo, pero fue su fin; al gritar abrió su boca y en ese momento aquella masa se introdujo por su cavidad bucal y nasal, ante eso él no pudo hacer absolutamente nada. La masa atravesó la ventana y está se cerró para siempre.
Eran las 6:30 a.m. cuando su mamá ingreso a su cuarto, abrió la puerta al no recibir respuesta alguna a los múltiples toques que hizo, adentro casi todo estaba tranquilo, solo el reloj estaba deshecho, la bombilla de luz seguía encendida y el peluche estaba tirado en el piso. Ella se acercó y recogió al peluche, lo miró por largo tiempo, con muchas dudas.
– ¿De quién será este peluche?
Por más que pensaba no podía atinar al dueño de aquel peluche, en eso oyó el abrir de la puerta y luego los pasos sobre la escalera, era su esposo que llegaba del trabajo. Ella lo llamó y él se acercó, le mostró aquel peluche, él lo miró y no supo dar respuesta alguna. Tanto ella y él no sabían de quién era ese peluche y mucho menos que hacía en aquella habitación. Ni ella podía explicar cómo es que la luz estaba encendida y mucho menos que hacia ella entrando a esa habitación. Recogió los restos de aquel reloj, apago la luz. Antes de cerrar la puerta sintió una agradable fragancia a flores.
OPINIONES Y COMENTARIOS