Sentado en el suelo, observando un cielo sin límites, entré en paranoia… ¡Cuán grande es el mundo que tenemos en nuestras manos y cuán pequeña es nuestra capacidad!
Pensando en voz alta, entendí que mi pensar era algo elocuente o quizás desquiciado pero cómo no aceptarlo, si lo que mis ojos ven no solo es sin límites sino que también ven un mundo con límites: una madre al borde de la muerte, un hermano asesinado por la sociedad, animales libres pero muriendo de hambre y… ¡Yo aquí con los brazos cruzados!
Entré en paranoia, cuando descubrí que nada podía hacer con mi entorno y que si hablaba esto, como loco me catalogarían, «medicado de por vida» y solo por sentir el sufrimiento de un mundo en decadencia, de un mundo en agonía, de un mundo que lo tiene todo y no sabe hacer nada. Un mundo en el que los pobres sufren, los ricos gozan y los pensantes son catalogados como locos.
¿Qué hago con todo lo que tengo en mis manos o con todo lo que tengo en mi mente? Si al final del día, nada cambia y todo sigue igual porque mi corazón siente infelicidad, infelicidad de un mundo que está como está porque así lo desea.
Está mal defenderse de los patrones quienes, al pasar los años, nos han limitado y explotado la parte que necesitan del recurso humano.
Está mal indignarse por sentir un gran potencial y tener que mantenerlo en cautiverio. ¡Basta de los límites, de las pautas y convirtámonos en astronautas en un mundo de mil oportunidades!
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