CAPÍTULO VIII
EMBLEMAS
Farid comenzó a sentir un calor cada vez más intenso, sabía que se acercaba a su destino y que el emblema del fuego estaba cada vez más cerca. Él subió por el costado de una colina que se encontraba en el sur de la isla, le costaba algo de trabajo ya que algunas de las piedras estaban sueltas y cuando las pisaba resbalaba, no obstante su determinación para seguir adelante no cesó en ningún momento; le gustaba el reto que presentaba aquel lugar. La isla era exigente, la selva y los animales salvajes eran obstáculos que él sabía que si sucumbía ante ellos fracasaría en lo venidero. No podía detenerse por nada, aunque ya se encontraba muy cansado físicamente, su espíritu y mente estaban más fuertes que nunca ahora que podía sentir que Dara tenía su emblema. Cuando logró subir a la cumbre miró su horizonte, notó todos los volcanes que aparecían no muy lejos de ahí, todos activos. No eran muy grandes, la mayoría tenían un par de cientos de metros de altura, no obstante su poder de destrucción era enorme. Comenzó a inspeccionar todo el lugar para ver si había una pista de en dónde se hallaba la llave que necesitaba.
Notó que los volcanes hacían un círculo, como un anillo, en medio de éste se encontraba el volcán más grande; la lava lo cubría perfectamente en todas las direcciones, nadie podía subir a la cima, ni siquiera acercarse pues sin duda el calor sería letal para cualquiera. Estuvo pensando por un largo tiempo cómo entrar, sabía que ahí se encontraba lo que necesitaba, en ningún otro lugar podía estar el emblema ya que esto parecía ser un gran monumento natural al fuego. Tendría que abrirse camino ordenándole a la lava que se retirara.
Caminó entre las llanuras de aquellas bestias de fugo, el gran poder que poseían aquellos volcanes lo amenazaban constantemente ya que no estaba completamente seguro si poseía la fuerza suficiente para vencerlos. Sabía que si no era capaz de utilizar todo su poder prudentemente podría llegar a perder la vida y con ella toda esperanza de encontrar a su hermano y amigos.
Siguió caminando, tal vez, por una hora, hasta que por fin logró llegar a la base del volcán en donde la lava llegaba al suelo, sabía que tenía que actuar rápidamente pero con cierta sabiduría, debía poner toda su concentración en lo que debía hacer. Comenzó a subir y de inmediato el calor aumentó significativamente y la lava se agitó aún más, sin duda el emblema se estaba defendiendo. Cerró los ojos, tranquilamente elevó sus brazos, sentía el calor que emanaba la espesa lava brillante, abrió los ojos y con las manos hizo el ademán de que estuviera abriendo puertas, poco a poco la lava que se encontraba enfrente de él se abrió, Farid sabía que gastaba mucha energía en esta acción así que debía apresurarse, corrió entre el camino que había despejado. No podía detenerse, cada vez que avanzaba, el camino que dejaba atrás era otra vez cerrado por el río de lava. Pronto se sintió fatigado, la energía se le acababa y se encontraba a mitad del volcán. La lava lo rodeaba, se arrodilló agotado y pensó que era su fin, no tenía el poder suficiente para vencer esta prueba. Recordó en un segundo, a su madre, hermano y amigos, pero la última visión que tuvo fue la imagen de su padre. Si Farid se rendía en aquel lugar todas las enseñanzas de su papá quedarían en el olvido y eso no lo podía permitir, sabía que él no recordaba mucho, pero sí podía recordar a Balam enseñándole a no rendirse a dar todo por lo que quería.
De la voluntad que ardía dentro de su cuerpo sacó la fuerza necesaria para al fin lograr lo que lo trajo al volcán; tomar el emblema era el primer paso para estar con su hermano, no podía dejarse vencer ahora. De un solo golpe abrió el camino, esta vez avanzó lentamente y la lava no regresó a su estado original. Sí, sentía cada vez más calor en cuanto se acercaba a la cima, pero eso solo lo fortalecía, aumentaba su poder.
Cuando se dio cuenta ya había llegado a la cúspide, el cráter no era muy grande, parecía ser de unos seis metros de diámetro; miró hacia abajo y notó la lava que se encontraba en su interior agitándose salvajemente, en medio de esta, suspendida, se hallaba un nicho, dentro estaba el emblema del fuego. Con la energía que le restaba obligó al magma subir como un puente, así, de esa forma, traería el objeto a sus manos. Lo atrajo y cuando estuvo frente a frente con él sintió cierto temor por haberlo encontrado, realmente Farid no entendía lo que implicaba tener el emblema, mucho menos despertar la Tribu Kaak. Su mano titubeó un momento, pero finalmente abrió las puertas del nicho y lo tomó. Era pequeño, cabía en la palma de su mano. Estaba tallado en un metal plateado y a Farid le recordó a una moneda grande de plata.
Al instante de tocarlo el calor desapareció, la lava se desvaneció y los volcanes dejaron de estar activos, a Farid le pareció sentir que ellos dormían, que ellos elegían dormir. Todo se volvió normal, por lo menos a la vista, en el momento que tomó el emblema y los volcanes durmieron, sin que él estuviera enterado, Diego, Carlos y Dara pudieron sentir un cambio importante dentro de ellos, supieron, sin entender cómo, que el emblema del fuego había sido tomado. El emblema y, por consiguiente la Tribu, le prestaría poderes más allá de lo que jamás pensaron.
Farid no podía perder más tiempo, guardó bien el emblema y partió en dirección a la cámara de la Tribu Kaak. Sabía exactamente a dónde ir, la insignia lo guiaba, estaba seguro de eso.
***
En el otro extremo de la isla un joven fatigado apenas despertaba de su largo sueño, bebió un poco de agua y se mojó la cara para despejarse un poco más. Durante toda la noche tuvo la extraña sensación de que alguien lo miraba, sin embargo no prestó atención a su instinto porque por el momento tenía cosas más importantes qué pensar. Se levantó, sacudió sus ropas y emprendió el viaje en busca del emblema. Se detuvo, algo había cambiado, su cuerpo vibraba y de pronto lo notó, Farid había conseguido su emblema. Esto lo motivó todavía más para ir pronto por el suyo y despertar a la Tribu Ha’, necesitaba salir de ahí cuánto antes, no permitiría que esa tonta profecía se cumpliera.
Cuando iba a atravesar el puente para llegar al Lago congelado Aquetzali escuchó unos pasos detrás de él, giró rápidamente, pero no pudo ver a nadie. Estaba seguro de lo que había escuchado. Esto comenzaba a molestarle, días atrás había sentido exactamente lo mismo y era una sensación diferente de estar con los Mish, había más peligro en el aire. Continuó avanzando, esta vez puso sus sentidos más atentos para encontrar cualquier sonido que indicara que lo seguían.
Cuando estaba atravesando el puente un par de hombres aparecieron ante él obstaculizando su paso. Eran grandes y fuertes, sin embargo sus caras no se podían ver porque tenían máscaras representativas de animales, una era de lobo y la otra de ocelote, ambos hombres tenían unos cuchillos de obsidiana con los que amenazaron a Diego. Él no sabía qué hacer ni siquiera sabía quiénes eran, lo único que sentía era la extraña presencia de maldad, le pareció excelente que aquellos hombres no mostraran su rostro, ya que intuía que si miraba sus rostros el terror lo invadiría. Se quedó inmóvil aguardó a que ellos mostraran sus intenciones. Sin más espera lo atacaron, Diego sacó su arma, la que Ixchel le había entregado antes de salir, pero estaba en clara desventaja; ellos eran guerreros experimentados en batalla, él solo era un muchacho que hasta hace unos días vivía en una pequeña ciudad. Uno de ellos logró golpearlo y lo derribó, Diego cayó soltando su cuchillo el cual cayó en el río y cuando se vio totalmente vulnerable y amenazado él, moviendo el brazo en dirección a ellos, atacó a uno de los hombres con un potente golpe de agua, luego hizo lo mismo con el otro derribándolos, Diego entonces pudo correr y cruzar el puente, no se detuvo hasta que estuvo frente al lago. Dio media vuelta y frente a él estaban los dos hombres listos para atacar, Diego estaba atrapado, delante de él aquellas personas amenazantes, detrás de él una capa de agua congelada que no estaba seguro poder pisar sin caer y congelarse.
-¿Quiénes son? ¿Por qué me persiguen?
-Di tus últimas palabras, niño. Morirás, mi amo lo quiere así y no interferirás en sus planes. Tu hermano será su esclavo y tú serás la llave para eso.
El escuchar la amenaza contra su hermano lo alertó, ellos querían herir a Farid, ellos querían utilizarlo. La ira lo invadió. Los hombres lo atacaron con cuchillo en mano, él esquivó el primer golpe, pero el segundo le dio en el brazo. Ahora que sabía que Farid estaba en problemas no podía ser vencido; vio el lago, era su única oportunidad, llamó su poder interno y levantó finas capas de hielo hasta que formó filosas cuchillas. Él sonrió, al final el hielo era solamente agua congelada, Diego no perdió tiempo y las arrojó contra ellos, uno logró esquivarlos al esconderse detrás de una roca, el otro no tuvo tanta suerte y cayó muerto.
Comenzó una gran batalla, ninguno de los dos perdió el tiempo en atacar. El hombre con la máscara de ocelote era verdaderamente veloz en sus ataques, Diego con trabajo logró esquivar y atacar al mismo tiempo, consiguió golpear a su oponente haciendo que su máscara se cayera, lo que vio lo dejó horrorizado. El hombre tenía un rostro desfigurado, aunque a Diego le pareció que había sido hecho a propósito, casi quirúrgicamente. Aprovechando la sorpresa el hombre se arrojó hacia Diego para dar un golpe certero con el cuchillo al corazón, sin embargo, Diego logró reaccionar apenas consiguiendo ser herido superficialmente a pesar de que cayó al lado del cuerpo inerte del otro atacante. Sin pensar en lo que estaba pasando tomó el cuchillo de aquellas manos muertas y frías y procedió a atacar cuerpo a cuerpo. Ambos lanzaron golpes y se atacaron con gran violencia, finalmente su atacante lanzó una estocada la cual Diego aprovechó pues con el hielo de las cuchillas que habían quedado clavadas en la tierra formó un pequeño muro de protección donde el brazo de su agresor había quedado atrapado. Diego entonces cambió de mano el cuchillo y antes de que su enemigo pudiera zafarse lo enterró en su espalda. Una, dos, tres veces. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho se echó para atrás y miró sus manos manchadas con sangre, soltó el arma homicida impresionado por lo que acababa de pasar. Diego vio el cuerpo del guerrero que apuñaló, se dijo a sí mismo una y otra vez que había sido para salvarse, para salvar a Farid; nunca se había sentido tan extraño, la adrenalina que recorría su cuerpo a causa del peligro, de la batalla, fue hechizante. Había un nuevo sentimiento dentro de él aunque no supo ponerle nombre.
Sin embargo, tuvo que centrarse en lo que lo atrajo a ese lugar, se paró a la orilla del lago, con un giro de sus manos el hielo se quebró permitiendo a Diego ver que toda el agua, desde su superficie hasta el fondo, estaba totalmente congelada. El joven caminó sobre el frío lugar e hincándose colocó sus manos sobre la superficie, cerró los ojos y sintió cada porción de hielo bajo ellas y supo dónde se encontraba el emblema; con una breve exhalación el lugar bajo sus manos comenzó a descongelarse, estaba haciendo un camino bajo el hielo en el cual nadar. Cuando estuvo satisfecho de su labor se sumergió en el túnel que había creado, maldijo internamente al sentir el frío del agua rodearlo de golpe, pero determinado tomó aire y se sumergió. Utilizó sus nuevas habilidades para nadar más rápido a las frías profundidades; al llegar al fondo se encontró con unas puertas talladas en una roca, las abrió y encontró en el interior un anillo plateado y sobre él el emblema pulcramente incrustado. Tomó el anillo entre sus dedos y al momento todo el lago quedó descongelado, el cambio de temperatura fue inmediato, a Diego le pareció sentir que el lugar cobraba vida. Y tal vez fue así, puesto que los animales que estuvieron dormidos mientras todo estaba congelado comenzaron a despertar.
El joven se colocó el anillo en el dedo anular de su mano derecha, le quedaba perfecto y supo en ese instante que ese objeto lo estaba esperando solamente a él. Entendió que esta aventura distaba de terminar, alguien había trazado los caminos, tiraba de los hilos para que todo tuviera el curso que ahora seguía. No estaba seguro si tenía la fuerza suficiente para enfrentarlo, para evitarlo porque, en cuanto sintió el anillo fijarse en su dedo, lo supo, nadie le arrebataría este nuevo poder.
***
En Ahavil Sasil la situación comenzó a tensarse. Sin saber muy bien si los Hijos de los elementos seguían vivos o no, Anom e Ixchel habían discutido en el Templo Nicte Ha. La hermosa joven deseaba ir en busca de esos chicos y ayudarles, mientras que su padre estaba decidido a dejarlos solos. Si ellos eran dignos de los emblemas debían serlo completamente solos. Él estaba plenamente consciente de que uno de ellos sería su destrucción, sin poder saber cuál de ellos era, dejaba al destino decidir.
-Padre, ¿crees que esto acabe bien?- cuestionó Ixchel al ver el serio semblante de su padre.
-No- respondió Anom tan sencillamente que por un momento Ixchel pensó que bromeaba, pero su semblante se endureció aún más y sus ojos se oscurecieron con temor y dolor-. Esos jóvenes son la representación en carne viva de la profecía que las estrellas clamaron durante tantas y tantas lunas. Es injusto para ti tener que vivirlo tan joven, pero confío en que tendrás la madurez necesaria para superar esto y vencer. Luz y oscuridad no tienen nada en común, hija mía, sin embargo, no es posible entender la existencia de una sin que la otra esté presente.
-Hablas como un hombre que está próximo a la muerte, padre.
-¿Y no todos lo estamos?- él la miró y a Ixchel le pareció ver que los años se acumulaban en sus facciones- Al momento de nacer la muerte nos acecha. Solo es cuestión de tiempo que nos encuentre, pero me temo que esta vez los portadores de los emblemas y las Tribus son sus mensajeros.
Ixchel salió del Templo y corrió entre la espesura de la selva llegando a una muy pequeña pirámide abandonada. Subió los pocos escalones y entró, en el interior no había nada excepto hojas secas y polvo. Quitó la hojarasca acumulada en una de las esquinas y debajo de ésta se hallaba una trampilla que llevaba a un cuarto debajo de la estructura. Bajó por las escaleras que comenzaron a formarse al abrir la entrada, mientras avanzaba luces diminutas, como pequeñas estrellas, alumbraron el pasadizo. Cuando llegó al final del camino las luces se amontonaron creando un guardián con cabeza de serpiente, cuerpo de jaguar y alas de águila.
-He’bik- pronunció Ixchel, la puerta se abrió y ella siguió su camino acompañada del guardián. El lugar estaba completamente oscuro y estaba segura que si no fuera por el vigilante ella no podría ver ni las palmas de sus manos, aunque las tuviera en frente. No había ni un sonido, las pisadas suaves y elegantes de Ixchel se mezclaban con la oscuridad, su acompañante emitía una suave luz perlada que permitía ver lo suficiente para no tropezar. El guardián de pronto se detuvo, apoyó su frente contra la de Ixchel y permanecieron así breves instantes. La enorme bestia se transformó de nueva cuenta en diminutas luces blancas, azules y moradas; antorchas entonces se encendieron alumbrando una vacía habitación, luego todas las diminutas luces juntas se posaron en la mano de la joven dejando una llave hecha de mármol, era ondulada y tenía cabeza de quetzal. Ixchel tomó la llave y la incrustó en la pared frente a ella fusionándose. Ella pudo escuchar cómo los cerrojos se movían y crujían detrás del gigantesco. Al abrirse una entrada ella avanzó e ingresó a una habitación totalmente cubierta de oro puro, había toda clase de vasijas y ornamentos, esculturas, sellos, mosaicos de todos los tamaños, las paredes tenían incrustaciones de piedras preciosas, aguamarina, esmeralda, lapislázuli, zircón y amatista. Al final de la habitación había un mausoleo y dentro de él un altar, sobre el altar unos emblemas, sobre los emblemas un epitafio. Un epitafio que simplemente decía:
Aquí reposa
el principio,
aquí duerme
el ayer.
Se acercó a esta singular tumba, era hermosa y bellamente tratada y cuidada. Tenía grabado en los costados a los héroes que pelearon contra el Tirano hace miles de lunas, sus respectivos nombres tallados para la posteridad. Tenía escritos cientos de palabras que contaban sus vidas y sus muertes. El altar tenía cuatro postes de madera, uno en cada esquina, que sostenían una placa, sobre ella un libro muy antiguo, grueso y desgastado parecía muy frágil. Sobre su portada estaban detalladamente pintados los emblemas y en medio de ellos una cerradura con una forma muy extraña.
-Imaginé que te encontraría aquí- Nematini se colocó al lado de su hermana y ambos miraron el viejo libro.
-Los emblemas del agua, fuego, viento y tierra- ella mencionó mientras con su mano acariciaba el frágil libro, luego miró el mausoleo-. Aquí descansa el poderoso Atonatiuh. Tengo el presentimiento de que pronto sabré por qué razón su cuerpo reposa aquí junto con el Libro de las Sombras, aunque sin la Piedra Infinita es imposible saber su contenido.
-¿Qué es lo que te atormenta, Ixchel?- él cuidadosamente guardó el cabello de su hermanita detrás de su oreja- ¿Qué respuestas buscas en medio de los muertos?
-Los emblemas son la esencia de las Tribus y aun así existieron mucho antes que ellas. Los emblemas que originalmente pertenecieron al poderoso Wetha’ra, al glorioso Laerúmuth, al inalcanzable K’indiwi y al sabio Fák’raeik’, los que vencieron al Tirano.
-¿Viniste para repasar tus clases de historia, hermanita?
-Vine porque creo que mi padre está equivocado. No peligra nuestro mundo, peligran todos los mundos.
***
Mientras tanto Farid hizo una fogata en medio de un bosque que se encontraba no muy lejos de ahí, al noreste de los volcanes donde encontró el emblema. Tomó algunas frutas que anteriormente había visto que unas criaturas comían y las devoró pues su hambre era demasiada. Estaba exhausto, había caminado por horas, y la noche había caído sobre él rápidamente. Tenía que ir hacia el norte en donde aguardaba la cámara que guardaba la Tribu Kaak. Estaba ansioso por llegar hasta allá, pero el sueño y la fatiga no lo dejaron. Así que optó por recostarse y recuperar energías, mañana a primera hora se levantaría para seguir. Por última vez miró la llave. Su emblema cabía en la palma de su mano y podría pasar por cualquier objeto ordinario, se preguntó si esa habría sido originalmente la finalidad de su forma. Miró el cielo infinito, recordó a su hermano y pensó cómo rescatarlo, si es que realmente necesitaba rescatarlo. A decir verdad, no confiaba mucho en Tizoc, había algo en él, en su voz, su forma de mirar y de ser que le parecía aterrador y sombrío. Cuando regresara con él tendría mucho cuidado de no darle la espalda. Guardó el emblema entre sus cosas, preparó una fogata y se durmió.
Al noreste de ese lugar, justo donde el río Ikal se dividía, se hallaba Diego, con su emblema en la mano derecha y con un cuchillo en la otra. Podía escuchar el agua agitarse y avanzar en el cauce del río y el sonido lo llevó a recordar lo sucedido esa misma mañana. El mundo había cambiado en solo unos minutos, la sangre del guerrero que intentó matarlo todavía podía apreciarse sobre su ropa, solo unas gotas, pero sin duda suficiente para ser un fijo recordatorio de lo que había pasado. Miró su mano derecha, su dedo anular cargaba con el emblema, la llave para obtener la Tribu que todo el mundo parecía temer y reverenciar.
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