Acudí llorando a mi padre. Un niño me había insultado y quería que hiciera algo al respecto. Se me quedó mirando pensativo y me dijo:
– Ahora vuelvo.
Unos minutos más tarde apareció con mi bate de beisbol.
– Toma.
Me quedé mirando el bate, lo dejé en su sitio y me fui a jugar.
Ahora, treinta años después, comprendo la lección llena de sabiduría que me dio.
Mi hijo ha venido a verme llorando. Un niño le ha insultado. Le he dado mi bate. Mañana tengo una reunión con la directora del colegio.
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