La Ira, un pecado capital

La Ira, un pecado capital

Antares

08/10/2019

El enojo desmedido siempre fue un problema para Leticia Marconi, la propietaria del departamento 5to “B”. Desde que llegó al edificio, tuvo conflictos con casi todos los vecinos y no solamente fueron simples cruces de palabras, hubo insultos, portazos y alguna que otra amenaza de muerte que quedaba flotando en el aire, como pájaro de mal agüero.

Mi edificio tiene dos departamentos por piso y yo vivo en el 5to “A”. Palier, ascensor y dos puertas enfrentadas. Las dos vivimos solas, las dos tenemos aproximadamente la misma edad o quizás es más joven que yo y su cara adusta y su ceño fruncido le suman años a su rostro. Pero fácil se acerca a los cincuenta.

Desde chica odié los gritos. Mis padres se peleaban a morir y yo me hacía un ovillo en la cama, presionando los dedos contra los oídos para escucharlos un poco menos y ahora que vivo sola, que trato de hablar con voz suave, que intento no enojarme por nada, tengo que escuchar los gritos de mi vecina.

Le grita por la ventana al del 6to cuando riega las plantas y el agua cae en su balcón, le grita por teléfono al portero, cuando no limpia a su gusto el cuarto de la basura y grita, grita, grita.

Paradójicamente, nunca tuve problemas con ella. Si la veo, mascullo un buen día y rápidamente me meto en mi casa. No escucho si hay respuesta y tampoco me interesa demasiado. Sólo trato de ser transparente para no confrontarla.

Y diría la historia: Todo empezó por un huevo.

Por un simple huevo, mezcla de cáscara rota, yema y clara, que ensució el felpudo de “bienvenidos”, que tengo en mi puerta.

Corto toqué su timbre, tímido mi dedo apenas lo rozó. Nada. Toqué a la puerta un poco más fuerte. Nada. Volví a tocar timbre más largo esta vez y por fin apareció.

-¿Qué pasa?, me dijo belicosa.

-Dejaste caer un huevo y no lo limpiaste, le contesté con suavidad.

-No tengo por qué hacerlo, fue un accidente.

-Pero es mi felpudo el que se ensució.

-Entonces lávalo, ya que es tuyo.

Y sucedió otra vez. Después de tanto tiempo, después de tanta terapia, después de tanto control. Otra vez ese calor que subía por mi vagina, que trepaba a mis ovarios, que explotaba en mi abdomen y como lenguas de fuego candentes se diseminaban por mi cuerpo y quemaban mi razón. Tomé del suelo restos del huevo y se lo metí en la boca, sujetando con fuerza su cabeza.

-Entonces cómelo, ya que es tuyo.

Vi el miedo en sus ojos y me calmé. Le cerré la puerta en la cara y llamé a mi terapeuta.

Silvana, le dije:

La mala noticia: El problema volvió.

La buena noticia: Esta vez pude controlarlo.

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