Fueron sin ser, las consentidas. Las admiradas. Las desdeñosas. Su nombre evocaba teutonicas firmezas; boreales latitudes de tundra extensa y rigores tudescos.

Fueron las altaneras. Los amores perfectos porque fueron imposibles, silenciosos, cautivos de nigromanticos anhelos. Fueron acentos livianos de palabras esdrujulas; la diéresis carnal de versos y de párrafos; el oximoron que supo desafiar a la cordura.

Fueron elevadas a pedestales de luz y de fuego; idealizadas en ensoñaciones de intelectos vastos como el universo; enigmas de cábala y alquimia en busca del nombre de Dios.

Fueron fantasía acolchada y golosa de pluma enfebrecida y de desvelos. La luz meridional de unos ojos ciegos. Llama breve e inhóspita de bujías toscanas, trazo sanguíneo y ferroso sobre pliegos muertos que luego, serían inmortales.

Fueron las amadas, pero nunca las amantes. El acervo imaginario recreado en renglones incendiarios a través de las yemas de los dedos.

Fueron el sueño; la redención y el pecado; la esperanza que se escapa como el agua entre los dedos. Fueron la inspiración, la poética, el delirio. Fueron el calvario, la arena del reloj que se transmuta, los siete pies de tierra que el rey sajón, ofrece al rey noruego.

Fueron nueve círculos de miedo. Inferno desleal y Paraíso. As de guía de Bernardos y Virgilios. Rosa Mística y Empireo.

Fueron la noche y el día, un poniente de Queretaro y una rosa de Bengala. Fueron Aleph, orbe y prodigio. La vieja casa inveterada de la calle Garay, el Ponte Vecchio sobre el río Arno, la Vía del Corso dónde nació ella.

Beatriz Viterbo es la memoria….

Beatriz Portinari fue el comienzo….

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