María se sienta en el sofá del salón frente a la hoja en blanco y da un último sorbo al café. Coge el bolígrafo. Va a comenzar su redacción. Reflexiona. Sabe exactamente lo que quiere escribir. Con el bolígrafo descapuchado en la mano mira la taza de café vacía y la hoja en blanco. Es su taza de la suerte, la de la inspiración, negra con letras japonesas. El interior parece un pozo sin fondo, oscuro como una noche de Diciembre, como el cañón de una 9mm parabellum. Como el corazón de aquel individuo. En su cabeza, las ideas están ordenadas, las figuras retóricas, los ejes narrativos. Y tiene un título formidable. Tajante, vibrante, postmoderno. La hoja en blanco y la taza de café -vacías- se tornan de pronto insoportables. Se dirige a la cocina con la taza en una mano y el bolígrafo, sin tapón, en la otra.
De pie, se sirve otra taza de café solo. Está frío. Agita el bolígrafo mientras la taza gira sobre sí bañada por una luz amarilla y mecida por una suave vibración. Lo tiene, tiene el título perfecto. Del orden de La soledad del corredor de fondo, de La insoportable levedad del ser. Y sabe exactamente lo que quiere decir, pero solo acierta a farfullar lugares comunes, expresiones manidas como pozo sin fondo o taza de café vacía. Ese título marcará un antes y un después, un punto de inflexión en la literatura contemporánea. María vuelve con una taza de café hirviendo, llena a rebosar, al salón.
Mira de reojo la hoja en blanco, perfectamente perpendicular al eje longitudinal de la mesa y paralela a la Magnum 9mm parabellum. Se vuelve. De espaldas a ella, se quema con el primer sorbo de café y le entran unas ganas terribles de fumar. Sólo tiene que desarrollar lo que contiene ese título genial y el mensaje será implacable, disparado a bocajarro a la persona a la que va dirigido. Sin piedad. Reúne las fuerzas y se sienta de nuevo frente a la hoja en blanco. Tiene tanto que decir. La rabia golpea sus arterias a medida que el café cae caliente por su esófago. Inmóvil, observa la hoja en blanco, impasible, erguida, orgullosa. Coloca el bolígrafo abierto sobre ella, violentando su vulgar virginidad y enciende un cigarro.
Con su mano izquierda sopesa la pistola, cargada, y retira el seguro. Inspira, retiene el humo un instante y exhala despacio. Se levanta de nuevo y, frente a la ventana, recuerda que sólo tiene veinticuatro horas para redactar el relato. Aunque la mayor parte del trabajo ya está hecho. El relato está construido en su cabeza, contenido en su título. La noche en invierno se cierne compacta, sólida sobre la ciudad, y a veces te exiges demasiado. Tu problema, tu problema no es que te falte la inspiración o que no tengas el coraje de decir lo que quieres decir, que lo tienes. Buscas una aprobación innecesaria de las personas equivocadas. María consume el cigarro más rápido de lo habitual -apenas lo ha disfrutado- y vuelve con la taza de café donde la esperan pacientemente el bolígrafo, pasivo e intimidado, y la implacable, la enemiga, la temida hoja en blanco.
Deposita la taza de café a la derecha de la hoja y frente a la pistola y coge de nuevo el bolígrafo. Cierra los ojos. El título es formidable, de eso no hay duda. Miles de escritores trasnochados darían su dedo índice por uno peor que ese. Del orden de La nostalgia ya no es lo que era, del Tocador de señoras, del Desorden de tu nombre. Tienes el don, pelirroja, tienes la capacidad y la técnica. Vas a dejar boquiabiertos a tus compañeros de clase de escritura creativa. Harás llorar orgulloso a tu profesor. Te sacarán a hombros. Te pondrán una calle. Saldrás del fangoso terreno de los mortales, de los mediocres. María asiente para sí mientras retoma la taza. Se ve a sí misma en la cúspide literaria. Dando conferencias y entrevistas. ¿Y cómo logró usted un título así? ¿De dónde vino la inspiración? Ah, pobres desgraciados- le gustaría responder- si hubierais vivido lo que yo.
Podría seguir engañándose así un buen rato más. La realidad es que sólo acierta a balbucear imágenes muy vistas, como noche compacta o lágrimas de emoción. Acumula adjetivos de cuatro sílabas y acentuación llana y abusa de las aliteraciones. La simple idea de estar cohibida frente a una página en blanco y a una pistola cargada no es más que otro de sus absurdos clichés. Nada está a la altura de un título tan sublime. Y no acertaría a expresar con la fuerza necesaria lo que quiere decir. Le cuesta horrores encontrar ese punto de sutileza tan hermoso y necesario, le ocurre con todo en su vida. Desea más que nunca dejar a un lado esa tentativa poética y liarse a tiros con aquél que le hizo daño, pobre desgraciado, quizás sin saberlo. Una lástima. Será el único que no pueda leer su magnífico relato, ese que cambiará el curso de la narrativa contemporánea. Sopesa de nuevo la pistola cargada. Y esa imagen de Don Fulanito de Copas recibiendo su merecido, desangrándose en el portal de su casa la hace sonreír frente a la hoja en blanco. Esgrime el bolígrafo, sin miedo, termina en dos tragos la enésima taza de café y con un una sonrisa sincera y una caligrafía magnífica escribe en la parte superior de la hoja, en mayúsculas ERES UN IMBÉCIL Y MERECES MORIR.
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